Siempre le desagradó a Lutero el éxito de
las 95 tesis anteriores. Por eso pensó en darles nueva forma, más coherente y
accesible, y además en alemán, como comunica a Trutfetter (9 mayo 1518, WA Br
1, 170). No llevó a cabo su propósito, pero lo cumplió en parte al publicar
en lengua vernácula este tratadillo (o sermón), que, gracias a los trabajos
de Paulus y a las acotaciones de Clemens (1, 10-11), se sabe que apareció
hacia el 4 abril 1518.
Intentaba Lutero hacer olvidar en lo
posible sus vulnerables tesis anteriores (carta a C. Scheure, 5 marzo 1518,
WA Br 1, 152). El éxito secundó su plan, pues mientras que son muchos los
ejemplares que se conservan de este tratado, só1Q tres se han encontrado de
las tesis (cf. Clemens, ¡bid.).
El escrito, más condensado y orgánico, sin
las exacerbaciones del anterior, no acaba tampoco de negar la verdad de las
indulgencias, si bien el hecho de ponerlas en duda es ya suficientemente
explícito. Insiste en aspectos ya vistos, como son los de la oposición
radical a la escolástica, la teología de la cruz, limitación del poder de la
iglesia, un larvado antirromanismo, etc.
EDICIONES.
Walch 2, 18, 270-275; E 27, 4-8; WA 1, 243-246; Cl 1, 11-14; Mü 3, 1,
109-112; LD 2, 83-87; Lab 1, 116-120.
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1. Debéis saber, para empezar, que algunos
doctores nuevos, como el maestro de las sentencias, santo Tomás y sus secuaces,
dividen la penitencia en tres partes, a saber, en la contrición, la confesión,
la satisfacción. A pesar de que tal distinción, según opinan, es difícil, o,
mejor, imposible, fundarla en la sagrada Escritura ni en los doctores
cristianos de la antigüedad, no obstante dejaremos las cosas estar por ahora y
nos acoplaremos a su forma de hablar.
2. Afirman que la indulgencia no libra de la
primera o segunda parte, es decir, de la contrición y de la confesión, pero sí
de la tercera, o sea, de la satisfacción.
3. A su vez, se divide la satisfacción en
tres partes: oración, ayunos, limosnas. La oración comprende todas las obras
propias del alma, tales como leer, meditar, escuchar la palabra de Dios,
predicar, enseñar y otras análogas. El ayuno comprende las obras de la
mortificación de la carne: vigilias, labores arduas, lechos duros, vestidos
rudos, etc. Las limosnas comprenden toda clase de buenas obras de amor y
misericordia con el prójimo.
4. No hay duda de que para todos ellos las
indulgencias eximen de estas mismas obras satisfactorias que tenemos que hacer
obligatoriamente o que nos han sido impuestas a causa del pecado. Ahora bien,
si la indulgencia librase de estas obras, no quedaría ya nada bueno por hacer.
5. Entre muchos tiene fuerza cierta opinión
que aún no se ha decidido: si las indulgencias libran de algo más que de estas
buenas obras, es decir, si perdonan también las penas que la justicia divina
exige por los pecados.
6. Por ahora no refutaré esta opinión. Afirmo
lo siguiente: que no se puede probar a base de texto alguno que la justicia
divina desee o exija al pecador cualquier pena o satisfacción, a no ser
únicamente la contrición sincera de su corazón o la conversión, con el
propósito firme de llevar en adelante la cruz de Cristo y de ejercitarse en las
obras mencionadas (aunque nadie las haya impuesto), porque Dios dice por boca
de Ezequiel: «Si el pecador se convierte y si obra como conviene, me olvidaré
de sus pecados»[1].
Además, él mismo absolvió a todos: a María Magdalena, al paralítico, a la mujer
adúltera, etc. Y me encantaría escuchar a cualquiera que probase lo contrario,
prescindiendo de que lo hayan pensado algunos doctores.
7. Nos encontramos con que Dios castiga a
algunos según su justicia o que por medio de las penas los empuja a la
contrición, como se dice en el Salmo 88: «Si sus hijos cometen pecados, yo
castigaré con la vara sus transgresiones, pero no les alejaré mi misericordia»[2].
No obstante, no existe poder humano capaz de remitir estas penas; sólo puede
hacerlo el divino. Más aún: éste no desea remitirlas, sino que, por el
contrario, promete que quiere imponerlas.
8. Por este motivo no se puede dar ningún
nombre a esta pena imaginaria, ni sabe nadie en qué consiste, si no es en estas
buenas obras arriba indicadas.
9. Afirmo que, incluso aunque la iglesia
cristiana decidiera o declarase aún hoy que la indulgencia perdona más que las
obras satisfactorias, sería mil veces mejor que el cristiano cumpliese estas
obras y sufriese esta pena, antes que comprar o desear esa indulgencia. Porque
la indulgencia no es ni puede ser otra cosa que una dejación de las buenas
obras y de una pena saludable, que mejor sería desear que abandonar; y esto,
aunque algunos de los nuevos predicadores se hayan inventado dos clases de
penas, medicinales y satisfactorias, en vistas a la enmienda o a la
satisfacción. No obstante, loado sea Dios, gozamos nosotros de mayor libertad
para despreciar tales cosas y semejantes charlatanerías que ellos para
inventarlas; porque toda pena, o sea, todo lo que Dios impone, es bueno y
provechoso para los cristianos.
10. Con esto no quiere decirse que las penas
y las obras sean excesivas, y que el hombre, por lo breve de la vida, no pueda
cumplirlas, motivo por el cual la indulgencia se haría imprescindible. Respondo
que esto no tiene fundamento alguno y que es una pura invención. Ni Dios ni la
santa iglesia imponen a nadie lo que no pueda cumplir; también san Pablo
declara que Dios no prueba a nadie más allá de sus fuerzas[3].
Esto influye no poco en desdoro de la cristiandad, al hacerla responsable de
imponer más de lo que podemos soportar.
11. Incluso aunque la penitencia canónica estuviese
todavía en vigor, es decir, si por cada pecado mortal fuesen impuestos siete
años de penitencia, la cristiandad debería abandonar estas leyes y no imponer
nada más que lo que cada uno pueda cumplir, menos motivo habrá para imponer más
de lo que se puede soportar ahora, cuando estas leyes no tienen ya vigor
alguno.
12. Se dice que el pecador, con lo que aún le
queda por penar, tiene que ir al purgatorio o acudir a las indulgencias, pero
¡se dicen tantas cosas sin razón ni prueba de ninguna clase!
13. Es un error mayúsculo querer satisfacer
uno por sus pecados, cuando Dios los perdona sin cesar gratuitamente por su
inestimable gracia y sin ninguna exigencia a cambio, a no ser la de que en
adelante se lleve una vida buena. La cristiandad exige algunas cosas; también
puede remitirlas y no imponer nada que resulte difícil e insoportable.
14. La indulgencia se ha autorizado en
atención a los cristianos imperfectos y perezosos, que no quieren ejercitarse
con valentía en las buenas obras, o a causa de los rebeldes. Como la
indulgencia no anima a nadie a enmendarse, sino que más bien tolera y autoriza
su imperfección, no se debe hablar en contra de la indulgencia, pero tampoco
hay que aconsejársela a nadie.
15. Obraría mucho mejor quien diese algo
puramente por amor de Dios para la fábrica de San Pedro o para otra cosa, en
lugar de adquirir a cambio una indulgencia. Porque se corre el peligro de hacer
tal donativo por amor a la indulgencia y no por amor a Dios.
16. Es mucho más valiosa la limosna dada al indigente
que la otorgada para este edificio; incluso es mucho mejor que la indulgencia
conseguida a cambio. Porque, como ya se ha dicho, vale mucho más una obra buena
cumplida que muchas menospreciadas. Con la indulgencia, o se prescinde de
muchas obras buenas o no se consigue la remisión de nada. Fijaos bien en lo que
os voy a decir para instruiros como es debido: antes de nada (y sin tener en
cuenta al edificio de San Pedro y a la indulgencia), si quieres dar algo,
tienes que dárselo al pobre. Si ocurre que en tu ciudad no hay nadie necesitado
de socorro (lo que si Dios quiere nunca sucederá), entonces, si así lo deseas,
podrás dar para iglesias, altares, ornamentos, cálices de tu ciudad. Si esto no
fuere necesario al presente, y si te parece, podrás dar para la fábrica de San
Pedro o para lo que sea. Pero ni en este caso deberás hacerlo para ganar la
indulgencia, porque declara san Pablo: «Quien no cuida de los miembros de su
familia no es cristiano, es peor que un pagano»[4].
En fin, para expresar paladinamente mi pensamiento: quienquiera que te hable de
otra manera te está induciendo al error o anda buscando tu alma dentro de tu
bolsillo, y si en él encontrara peniques, los preferiría a todas las almas. Si
dices que no volverás a comprar indulgencias, te respondo: «ya lo he dicho
antes; mi voluntad, mi deseo, mi ruego constante y mi consejo es que nadie
compre la indulgencia. Deja que los cristianos perezosos y amodorrados las
compren; tú sigue tu camino».
17. La indulgencia no está recomendada ni
aconsejada: entra dentro de las cosas autorizadas y permitidas. Por este
motivo, no es una obra de obediencia, ni incluso meritoria, sino una evasión de
la obediencia. Por lo tanto, aunque no se deba prohibir a nadie que las
adquiera, se debería alejar de ellas a todos los cristianos y estimularlos a
cambio a que se fortificasen precisamente por las obras y las penas que remite
la indulgencia.
18. Que en virtud de la indulgencia salgan
las almas del purgatorio es algo que ignoro y que no acabo de creer aún, aunque
algunos nuevos doctores lo afirmen; y como les resulta imposible probarlo, e
incluso la iglesia misma nada ha decidido al respecto, para mayor seguridad es
mucho mejor, más valioso y seguro que intercedas y obres por estas almas.
19. Estoy totalmente convencido de la
certidumbre de estos puntos, suficientemente fundados en la Escritura. Por eso,
no os quepa la menor duda, y dejad que los doctores escolásticos sigan siendo
«escolásticos»; dejadlos a todos con sus opiniones, incapaces de autorizar su
predicación.
20. No me importa gran cosa que al presente
me tachen de hereje algunos a cuya caja reporta un fuerte perjuicio esta
verdad, puesto que sólo me califican así algunos cerebros tenebrosos que jamás
han olido la Biblia ni leído a los doctores cristianos, que nunca han
comprendido a sus propios maestros y que más bien están a punto de
descomponerse en sus opiniones horadadas de agujeros y desgarradas; porque si
los hubiesen comprendido, se darían cuenta de que no deben calificar de
blasfemo a nadie sin haberle escuchado y convencido. Que Dios, no obstante, les
conceda y nos conceda un espíritu recto. Amén.
***
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