Un solitario pastor de ovejas estaba sentado en la
par más solitaria de un remoto desierto. Reinaba el silencio. No se oía ningún
ruidoso radioreceptor, ni ninguna televisió atronadora; no se oían campanillas
de puertas ni timbres n teléfono. Ni mucho menos ruido de] tránsito distante,
ni dt aviones de propulsión a chorro, Ni siquiera se percibía por ningún lado
movimiento de hombres o bestias.
Siglos después un salmista escribiría, ---Estad
quietos y conoced que yo soy Dios- (Salmo 46:10). En la quietud de aquel día
tan lejano, un pastor agradecido se encontró con el Pastor Divino. Fue llamado
a dejar la tarea de pastorear unas cuantas ovejas de su suegro, para guiar el
rebaño más grande M pueblo de Dios.
La soledad le prestó alas a sus pensamientos.
Recordó las historias que su madre le había contado-de Adán y Eva, de Caín y
Abel, de Noé y el Diluvio, de Abraham, Isaac, Jacob y José. No imaginaba que
algún día, bajo la inspiración de] Espíritu de Dios, él sería el instrumento
humano para preservar estas historias para innumerables generaciones venideras.
Fue repasando en su mente los sucesos de su vida.
Un faraón muy cruel había dado orden de matar a todos los había sido salvado
milagrosamente de la muerte. Adoptado por la hija de Faraón, fue criado en el
palacio real. Allí le instruyeron cuidadosamente, en toda la sabiduría de los
egipcios, y era poderoso en sus palabras y obras- (Hechos 7:22). Egipto era el
imperio más grande de aquel tiempo y el centro principal M conocimiento y la
cultura. Allí Dios preparó a su siervo para su doble tarea. El entrenamiento que
le dieron como heredero del trono de los faraones, le sería de gran utilidad
cuando llegara a ser el fundador de la nueva nación de Israel, y la instrucción
que recibió en la mejor literatura de ese día, le fue de valor inapreciable en
su preparación como el primer escriba de las Sagradas Escrituras.
Cuando Moisés tuvo cuarenta años hizo una decisión
trascendental. Abandonaría la corte del Faraón y se identificaría con su propio
pueblo perseguido. Los libraría de la opresión y esclavitud.
Pero cayó en el error de intentar realizar tal
hazaña con sus propias fuerzas, dependiendo de su propia sabiduría. Viendo a un
esclavo hebreo cruelmente castigado por un egipcio, Moisés mató al egipcio y lo
sepultó en la arena. Eso llegó a los oídos del Faraón y Moisés tuvo que huir
para salvar su vida.
Cuarenta largos años habían pasado desde entonces.
No obstante la frustración ocasionada por la espera aparentemente interminable,
Moisés había aprendido valiosas lecciones de paciencia. Pero algo más había
sucedido. Alejado de las intrigas del palacio y las pendencias triviales de la
corte, el pastor solitario había encontrado el sentido de la presencia de Dios.
La meditación Regó a ser su vocación más importante. Así aprendía muchas cosas
que no se encontraban en los libros de sabiduría de Egipto.
Entonces, otra campanada sonó en el reloj de la
historia sagrada. Un día que Moisés vigilaba su rebaño, y meditaba en los años
pasados, notó cerca una zarza que estaba ardiendo. ¿La habría encendido el sol
abrasador? Pero, ¿por qué no se consumía la zarza en las llamas?
Sintiendo curiosidad, Moisés se acercó para
contemplar mejor un fenómeno tan raro. Entonces, de en medio de la zarza
ardiendo le vino la voz de Dios. El gran---Yo Soy- se le reveló como el Dios de
Abraham, Isaac y Jacob, y a la vez el Redentor de Israel. Dios llamó a Moisés
para que sea su mensajero, y libre a los israelitas de la esclavitud de Egipto,
dándoles la ley divina en el Sinaí. Además de eso, le correspondería escribir
la historia de la creación y de las relaciones de Dios con la humanidad.
Escribiría los primeros capítulos de la historia de la salvación, los comienzos
de nuestra Biblia.
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