“Primeros
hechos respecto a la Biblia ”
Demaray,
Donald E.
En: “Nuestra
Santa Biblia. Manual para el Estudio”.
Ed. Logoi, Miami
pp. 19-36
PRIMEROS HECHOS
RESPECTO A LA BIBLIA.
La palabra “BIBLIA” procede del griego
“Biblos” (libros). Originalmente biblos significaba un documento escrito en
papiro. A este sagrado libro también se le conoce como: “Escritura”,
“Escrituras” o “Sagradas Escrituras”. Estos son términos que los escritores del
Nuevo Testamento emplean para referirse al Antiguo Testamento o a cualquier
parte del mismo. Por “Escrituras”, querían decir “Escrituras Divinas”.
En la Biblia , sería más apropiado
hablar del Antiguo Pacto y Nuevo Pacto, pero la tradición, a partir de
Tertuliano (desde finales del siglo II), ha establecido el empleo de la palabra
“TESTAMENTO”. Pero, los conceptos que están adquiriendo mayor aceptación son:
Escrituras Hebreas y Escrituras Cristianas. Estas últimas categorías reconocen
el valor igual de revelación de ambas partes de la Biblia.
Los libros de la Biblia se ordenaron según
un principio diferente, no según la fecha de escritura: Los evangelios están
primero porque presentan al Fundador de nuestra fe; él es el comienzo del
relato. Mateo es el primer Evangelio porque es el más judío y muestra cómo en
Jesús se cumplió el Antiguo Testamento. El libro de Hechos viene después de los
Evangelios porque continúa la historia hasta treinta años después de la muerte
y resurrección de Jesús. Las Epístolas de Pablo están ordenadas en general
según su extensión; la más larga es la primera, la más breve la última.
EL IDIOMA DE LOS TESTAMENTOS.
El Antiguo Testamento se escribió
originalmente en hebreo, pues en hebreo se expresaba literariamente el pueblo
hebreo. Sólo hay unas expresiones en arameo.
El Nuevo Testamento se escribió en
griego, aunque parte del mismo primeramente fue hablado en arameo, idioma
cotidiano de Jesús y sus discípulos.
EL CANON
La palabra “CANON” procede del griego “Kanon”, que significa
“nivel” o “regla” empleados por el constructor o por el escribano. En sentido
figurado el canon puede referirse a la norma o regla de conducta o fe, a una
lista o catálogo de lo que puede o no hacerse o creerse. En sentido figurado,
también llegó a significar una lista de libros de la Biblia. Atanasio ,
en el siglo IV, fue el primero en usar el término en este sentido.
LOS APOCRIFOS.
Los apócrifos son catorce o quince
libros, o añadiduras a ciertos libros, que no se encuentran en el canon hebreo,
y sí en el canon Alejandrino (la
Septuaginta ). La mayoría de ellos son aceptados por la
iglesia católica como parte de la Biblia.
Estos libros, no se encuentran en el Antiguo Testamento
hebreo, sino que fueron añadidos a la traducción griega conocida como
Septuaginta (LXX). El canon Alejandrino fue siempre más o menos variable. La Septuaginta nos da la
única fuente de que disponemos en cuanto al canon Alejandrino. El orden general
de los libros de la
Septuaginta ; que nos llega a través de la Biblia Latina
(Vulgata) de Jerónimo, ha sido aceptado por los protestantes. (De la LXX y de la Vulgata también provienen
muchos de los títulos de los libros bíblicos que conocemos). Se han empleado el
texto y la selección hebreas; pero, ni el texto ni la selección de libros de la Septuaginta , se han
retenido. Esto no quiere decir que el canon alejandrino carezca de valor, sino
que era menos estable que el hebreo. En vista de esto, Lutero relegó los apócrifos
a una sección separada en la
Biblia ; decía que eran “buenos y útiles para leer”, pero no
como base para la doctrina. Por su parte, Calvino excluyó por completo los
apócrifos. La Iglesia
de Inglaterra sigue el ejemplo de Lutero; en el sexto de los Treinta y Nueve
Artículos, se insta a leer los apócrifos “en cuanto a ejemplo de vida e
instrucción de modales, pero sin aplicarlos a fundar ninguna doctrina”. La Sociedad Bíblica
de la Gran Bretaña
no puede incluir los apócrifos en sus ediciones de la Biblia ; lo impiden los
estatutos del estado. Pero los apócrifos están incluidos en algunas versiones
protestantes en inglés. Los editores de esas versiones a menudo han impreso los
apócrifos en volúmenes separados de los sesenta y seis libros, siguiendo así la
opinión general de Lutero y el anglicanismo. Es
interesante notar que entre los Rollos del Mar Muerto se han encontrado
pruebas de que algunos de los libros apócrifos existían en hebreo (por ejemplo,
porciones del Eclesiástico).
Cuando la Iglesia Romana convocó al
Concilio de Trento (1546) para combatir la Reforma , uno de sus primeros actos importantes
fue: reconocer formalmente los apócrifos. Nunca se les había otorgado
reconocimiento oficial; al contrario, desde los días de Jerónimo en el siglo IV
se había expresado dudas sobre los mismos. Jerónimo acudió a los textos hebreo,
griego y latino antiguo para producir una traducción más al día y él; igual que
Lutero, relegó los apócrifos a un sitio aparte. Además, la premura con que
tradujo los libros dudosos indica la poca significación que les otorgaba.
Desdichadamente, Jerónimo tenía poca autoridad eclesiástica. Aunque era un gran
erudito bíblico y lingüístico, los teólogos, como Agustín en África, tenían más
poder eclesiástico, y en la parte del mundo de Agustín el contenido de la Biblia griega obtuvo apoyo
general. De modo que el código alejandrino salió triunfante e imperó hasta la Reforma. La Iglesia
romana continúa apoyando los apócrifos como parte de la Palabra de Dios, si bien
hay eruditos católicos que actualmente tienden a describir los libros apócrifos
como “deuterocanónicos” (o sea: del segundo canon).
LOS PSEUDOEPIGRAFOS Y LOS LLAMADOS
APOCRIFOS DEL NUEVO TESTAMENTO.
Los pseudoepígrafos (falsas
escrituras), son libros antiguos que datan de los últimos siglos antes de
Cristo y los primeros de nuestra era. Para ganar prestigio, y no porque fueran
de verdad sus autores, se les dio el nombre de grandes personajes Judíos (Enoc,
Moisés, Isaías). De allí que se les llame falsos (pseudos). Ni los protestantes
ni los católicos romanos los han considerado nunca parte de la Biblia. La mayoría de
estos libros se escribieron antes del tiempo de Cristo y son del género
apocalíptico. Presentan un cuadro feliz del futuro de los judíos. Los
pseudoepígrafos pre-cristianos incluyen los siguientes:
Libro de Enoc Ascensión
de Isaías
(Mencionado en Judas) Apocalipsis de
Sofonías
Secretos de Enoc Apocalipsis
de Esdras
(Citado en Judas) Testamento
de Adán
Apocalipsis de Baruc Testamento
de los Doce
Asunción de Moisés (Patriarcas)
De los libros posteriores a Cristo,
varios circulaban en círculos religiosos. Pretendían tener valor histórico,
decidiendo aportar datos no sobre la Escritura misma, sino sobre los discípulos, María
la madre de Jesús, la niñez de Jesús, su resurrección, etc. En su mayoría las
historias son legendarias e imaginarias, pero hay trazas de información aquí y
allá que se consideran auténticas. He aquí algunos de los apócrifos del Nuevo
Testamento:
Evangelio de Santiago Evangelio de
Nicodemo
Evangelio de Pablo (o Hechos
de Pilato)
Evangelio
de Pedro Hechos
de Pedro
Hechos de Juan Hechos
de Andrés
Evangelio según los Hechos Hechos de Tomás
Los Hechos de Bernabé Apocalipsis de
Pedro
Historia de José Apocalipsis
de Pablo
Evangelio del Nacimiento de
María Epístola de los Apóstoles
FIJACION DEL CANON
Los libros sagrados como los que hemos
señalado; circularon, durante un período, junto con los libros de la Biblia. Pero ; con el tiempo,
los mejores fueron seleccionados bajo la orientación del Espíritu Santo. Aunque,
sobre el canon hebreo no hubo resolución oficial hasta el Concilio de Jamnia,
allá por el año 90 D. C., en la práctica, ya había sido fijado antes de Cristo.
Los cristianos tomaron el Antiguo Testamento como parte de la Biblia. El canon del
Nuevo Testamento se fijó en su parte principal como a fines del siglo II dC.
Pero aún después de esto hubo incertidumbre durante largo tiempo respecto a los
últimos cinco o seis libros del Nuevo Testamento. La primera lista de nuestros
veintisiete libros, tal como hoy la conocemos, fue formulada por Atanasio en
367 dC. en su epístola de Pascua de Resurrección.
Debemos agregar algo más, no todos los
cánones cristianos que hay por el mundo son iguales. El canon católico romano
(igual que el católico griego) ya se ha citado. La iglesia etíope incluye los
libros de Enoc (citado en Judas) y Jubileos. Algunos cristianos de la iglesia
Siriaca excluyen II Pedro, II y III Juan, Judas y Apocalipsis.
DIVISION EN CAPITULOS (1250 D. C.)
No fue sino hasta 1250 dC. que se
dividió la Biblia
en capítulos. Por entonces el cardenal Hugo incorporó divisiones por capítulos
en la Biblia Latina.
Lo hizo por comodidad, aunque sus divisiones no siempre fueron acertadas; sin
embargo, esencialmente las mismas divisiones por capítulos han persistido hasta
el presente. En 1551, Roberto Stephens (Robert Etienne) introdujo un Nuevo
Testamento griego con la inclusión de divisiones por versículos.
MANUSCRITOS Y
VERSIONES ANTIGUAS.
El griego del Nuevo Testamento es koiné
auténtico, con las inconfundibles características de esa antigua lengua.
¿Por qué se escribió el Nuevo
Testamento en esa lengua común? Porque en tiempos de Jesús era el idioma
internacional. Un hombre llamado Alejandro de Macedonia desempeñó importante
papel en hacer que esto fuera así. Alejandro (Siglo IV a.C.) conquistó gran
parte del antiguo mundo civilizado y adondequiera que iba esparcía su idioma.
Así que desde la India
hasta Roma, y en todas las riberas del Mediterráneo, llegó a hablarse el griego
común. Era natural que el Nuevo Testamento se escribiera en esta popular lengua
internacional y no en el arameo local. El que así haya sucedido destaca el
hecho de que el Evangelio es para el mundo entero y no para un selecto pueblo
aislado.
MANUSCRITO EN
PAPIRO Y PERGAMINO.
Antes de la invención de la imprenta
en el siglo XV, la Biblia
sólo se conocía en forma manuscrita. Eso significa que el Nuevo Testamento,
para no mencionar el Antiguo, se copió a mano durante mil cuatrocientos años y
aún en el siglo XVI continuaba copiándose así. Esos ejemplares escritos a mano
se llamaban “manuscritos” (Manus en latín significa “a mano” y scriptum
significa “escrito”).
Los materiales sobre los que se
escribieron los antiguos manuscritos eran generalmente de dos clases: papiro (2
Juan 12, en el original) y pergamino (2 Timoteo 4:13). El papiro es una especie
de junco, un carrizo que se da en los márgenes el río Nilo. La planta alcanza
un grosor como el de la muñeca de un hombre. La médula fibrosa se cortaba en
capas verticales finísimas. Las tiras cortadas se pegaban una a continuación de
la otra para formar hojas más grandes. Otra tira de tamaño similar se colocaba
de través sobre la primera, y las hojas así formadas eran machacadas para
formar un material más delgado. Finalmente se pulían con piedra pómez. Las
hojas terminadas variaban de tamaño entre 8 y 20 centímetros por
15 y 45 centímetros ,
y el color era café claro o grisáceo. En el frente de la hoja (el lado para
escribir) las líneas van horizontalmente. Este es el “anverso”. Por el
“reverso” las líneas van verticalmente. Solía escribirse sobre él con una caña
(“cálamus”) cortada en forma de pluma para escribir (3 Juan 13), y la tinta
(Jeremías 36:18; 2 Juan 12) se hacía de hollín, goma y agua. Escribían sólo las
personas especialmente adiestradas, y algunos, como San Pablo, que contaban con
un secretario (amanuense), dictaban los documentos y al final los firmaban para
autenticarlos. El papiro era muy caro; según su tamaño y calidad, cada hoja
costaba el equivalente de cinco a 17 centavos oro. Durante siglos se empleó
este material, predecesor del papel (nuestra palabra “papel” se deriva del
“papiro”).
El pergamino (palabra que se deriva de
“Pérgamo”, ciudad de Asia Menor que a
fines del siglo segundo perfeccionó el pergamino y lo exportaba) era más
duradero que el papiro. Se hacía de cueros de oveja y cabra se secaban, y se
pulían con piedra pómez. A veces se empleaban animales jóvenes porque su piel
producía material más fino; la vitela, pergamino extrafino, se obtenía a veces
de animales sin nacer extraídos del vientre de la madre. El pergamino se empleó
desde la antigüedad hasta la
Edad Media , cuando gradualmente fue reemplazado por el papel.
EL ROLLO
El empleo del papiro y el pergamino
por los israelitas y cristianos hizo posible conservar extensos escritos. Los
antiguos escribían sobre piedras encaladas, metal, madera, arcilla y otros
materiales en los que, por su reducido tamaño, cabía poca escritura.
Cosiendo o pegando con goma varias
hojas se formaban largas tiras a cuyos extremos se pegaban rodillos de hueso o
de alguna otra sustancia fuerte y duradera. La longitud de los rollos variaba,
pero rara vez era más de nueve metros, más o menos el tamaño necesario para el
Evangelio de Lucas o el de Mateo. Juan 21:25 parece indicar que el autor del
cuarto Evangelio le faltó espacio y se vio obligado a concluir su libro antes
de lo que pensaba, por falta de papiro. Como los rollos eran pesados e
incómodos, era necesario valerse de ayudantes para sostenerlos, enrollados y
desenrollarlos mientras los rabinos leían en las sinagogas. Se escribía verticalmente
en los rollos, en columnas de cinco o siete centímetros de ancho.
Comparativamente pocos rollos antiguos se han conservado; el ejemplar de Isaías
contenido en los Rollos del Mar Muerto es un raro y magnífico ejemplo de la
antigua forma de los rollos. Aún hoy día, en las sinagogas, la Torá (es decir la Ley o el Pentateuco) se
escribe a mano sobre pergamino y en la antigua forma de rollo. Estos rollos se
emplean en el culto público como en tiempos antiguos.
DESAPARECIERON TODOS LOS ORIGINALES
GRIEGOS Y HEBREOS.
Hoy día no existe ni un solo
manuscrito original de la
Biblia griega o hebrea. No se conoce a ciencia cierta la
razón, pero quizá la orden que en el año 303 dictó el emperador Diocleciano de
destruir toda literatura cristiana explique el hecho. Otra posible razón es que
el papiro, material en que probablemente estaba escrita la mayor parte del
Nuevo Testamento, no se conserva bien a menos que se guarde en sitio muy seco.
Desde cierto punto de vista la pérdida de los originales fue conveniente, pues
la humanidad tiende a la adoración de los objetos relacionados con lo sagrado.
Debe adorarse a Dios y no a la
Biblia , y mucho menos al papel y la tinta con que está hecha.
Si bien se perdieron los originales, la investigación científica nos asegura que
la Biblia que
leemos es, para todo fin práctico, la misma que se produjo bajo divina
inspiración. Pero es importante recordar que todos los manuscritos bíblicos son
copias.
Los rollos y libros eran producidos o
por una persona que copiaba de otro manuscrito o por un gripo que copiaba lo
que le dictaba. Es fácil comprender que el amanuense podía, por cansancio o
descuido, cometer errores. Pero el método de copia colectiva también producía
errores; varias razones lo hacían posible, pero el error principal provenía de
lo que los eruditos llaman “error de oído”. Cuando preguntamos a alguien si es
correcto decir, “aré lo que pude”, nos dirá inmediatamente que no, pues creerá
que hemos dicho “haré”, en vez del pretérito del verbo arar. Otro caso es el de
los que bromeando se despiden diciendo: “Otro diablo con usted”. (“Otro día
hablo”). Similares confusiones lingüísticas ocurren en griego.
Existen también los “errores de
vista”. Basta revisar la fe de erratas de los libros para ver que no todos los
errores son de tipo mecánico, sino que algunos se producen por subconsciente
confusión de palabras. Recuerdo el caso que mencionaba una “mula podrida”,
cuando se trataba de una “muela”.
En los manuscritos que han llegado a
nuestras manos hay en verdad “errores de oído”, “errores de vista”, y otras
clases de equivocaciones. Pero lo asombroso es que la Biblia se haya conservado
tan bien. Aunque copiado millares de veces a mano, la enorme cantidad de
manuscritos demuestran que poseemos lo que casi pudiéramos llamar un consecuente
y auténtico texto bíblico. Hay una afirmación clásica respecto a la exactitud
del Nuevo Testamento, formulada por dos grandes eruditos de la pasada
generación, Westcott y Hort: “Las palabras que en opinión nuestra aún son
dudosas apenas constituyen una milésima parte del Nuevo Testamento” (F. F.
Westcott y F. J. A. Hort editores, New Testament in Original Greek, 1882, vol.
II, Introducción, p. 2).
Uno de los factores que constituyeron
a la exactitud del Antiguo Testamento fue la creencia judía en el carácter
sagrado de las Escrituras. Respecto a ésta decía Josefo: “… Nadie se ha
atrevido a añadir, quitar o alterar ni siquiera una sílaba…” (Véase
Deuteronomio 4:2 y Jeremías 26:2). El hecho es que las Escrituras judías se
copiaban con escrupuloso cuidado. Los escribientes eran los guardianes de los
escritos sagrados en tiempos bíblicos, a quienes históricamente sucedieron los
masoretas (palabra que significa “transmisores”). Los masoretas florecieron
entre los años 500 y 1000 D.C., y sus esfuerzos por conservar el texto bíblico
fueron laboriosos y casi increíbles. Se valían de recursos como éstos: contaban
el número de veces que una palabra o frase aparecía en la Biblia ; los libros que
contenían errores eran desechados. De este modo, es fácil comprender por qué
las Escrituras nos han llegado casi perfectas. Incidentalmente, los masoretas,
radicados en Babilonia y Tiberíades, a orillas del lago de Galilea, nos dejaron
notas, las “Masoras”, a la par del texto del Antiguo Testamento. Uno de los más
famosos masoretas de Tiberíades fue Aarón Ben Asher. Los masoretas conservaron
tan perfectamente el Antiguo Testamento, que su obra nos ha llegado como texto
patrón, y se le llama “texto masorético”, conocido también por la abreviatura
TM.
CAMBIOS DELIBERADOS
Debe observarse que en algunas
ocasiones hubo copistas que deliberadamente introdujeron cambios en el texto. A
veces creían aclarar así un punto doctrinal. En otras ocasiones creían resolver
una contradicción. Pero mejor hubieran dejado el texto tal como una
contradicción. Pero mejor hubieran
dejado el texto tal como estaba. Algunos copistas colocaban sus cambios en el
margen, pero otros los incorporaban en el texto. Hoy día la crítica textual
tiene que entresacar lo falso de lo verdadero.
VARIACIONES ESENCIALMENTE
INSIGNIFICANTES
Aunque hay variaciones en los textos
bíblicos, más en el Nuevo que en el Antiguo Testamento, la mayoría son de
importancia mínima, y ninguna gran verdad doctrinal se pone en tela de juicio
por errores textuales. Los muchos manuscritos suministran un testimonio
colectivo para dotarnos de un texto utilizable y esencialmente exacto.
Probablemente no haya en el Nuevo Testamento ningún pasaje cuya redacción
correcta no se haya conservado. El conocido erudito Federico Kenyon dice que “ninguna
doctrina fundamental de la fe cristiana se basa en una redacción
controvertida”. Añade este comentario: “Jamás será demasiado el énfasis que
pongamos al afirmar que, en esencia, el texto de la Biblia es cierto” (Aur
Biblie an the Ancient Manuscripts, Revisado por A. W. Adams, Londres: Eyre
y Spottiswoode, 1958, p. 55).
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