PRIMEROS HECHOS RESPECTO A LA BIBLIA - Recursos Cristianos

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domingo, 2 de noviembre de 2014

PRIMEROS HECHOS RESPECTO A LA BIBLIA

“Primeros hechos respecto a la Biblia
Demaray, Donald E.
En: “Nuestra Santa Biblia. Manual para el Estudio”.
Ed. Logoi, Miami pp. 19-36


PRIMEROS HECHOS RESPECTO A LA BIBLIA.

La palabra “BIBLIA” procede del griego “Biblos” (libros). Originalmente biblos significaba un documento escrito en papiro. A este sagrado libro también se le conoce como: “Escritura”, “Escrituras” o “Sagradas Escrituras”. Estos son términos que los escritores del Nuevo Testamento emplean para referirse al Antiguo Testamento o a cualquier parte del mismo. Por “Escrituras”, querían decir “Escrituras Divinas”.

En la Biblia, sería más apropiado hablar del Antiguo Pacto y Nuevo Pacto, pero la tradición, a partir de Tertuliano (desde finales del siglo II), ha establecido el empleo de la palabra “TESTAMENTO”. Pero, los conceptos que están adquiriendo mayor aceptación son: Escrituras Hebreas y Escrituras Cristianas. Estas últimas categorías reconocen el valor igual de revelación de ambas partes de la Biblia.

Los libros de la Biblia se ordenaron según un principio diferente, no según la fecha de escritura: Los evangelios están primero porque presentan al Fundador de nuestra fe; él es el comienzo del relato. Mateo es el primer Evangelio porque es el más judío y muestra cómo en Jesús se cumplió el Antiguo Testamento. El libro de Hechos viene después de los Evangelios porque continúa la historia hasta treinta años después de la muerte y resurrección de Jesús. Las Epístolas de Pablo están ordenadas en general según su extensión; la más larga es la primera, la más breve la última.


EL IDIOMA DE LOS TESTAMENTOS.

El Antiguo Testamento se escribió originalmente en hebreo, pues en hebreo se expresaba literariamente el pueblo hebreo. Sólo hay unas expresiones en arameo.

El Nuevo Testamento se escribió en griego, aunque parte del mismo primeramente fue hablado en arameo, idioma cotidiano de Jesús y sus discípulos.

EL CANON

La palabra “CANON”  procede del griego “Kanon”, que significa “nivel” o “regla” empleados por el constructor o por el escribano. En sentido figurado el canon puede referirse a la norma o regla de conducta o fe, a una lista o catálogo de lo que puede o no hacerse o creerse. En sentido figurado, también llegó a significar una lista de libros de la Biblia. Atanasio, en el siglo IV, fue el primero en usar el término en este sentido.
LOS APOCRIFOS.

Los apócrifos son catorce o quince libros, o añadiduras a ciertos libros, que no se encuentran en el canon hebreo, y sí en el canon Alejandrino (la Septuaginta). La mayoría de ellos son aceptados por la iglesia católica como parte de la Biblia. Estos libros, no se encuentran en el Antiguo Testamento hebreo, sino que fueron añadidos a la traducción griega conocida como Septuaginta (LXX). El canon Alejandrino fue siempre más o menos variable. La Septuaginta nos da la única fuente de que disponemos en cuanto al canon Alejandrino. El orden general de los libros de la Septuaginta; que nos llega a través de la Biblia Latina (Vulgata) de Jerónimo, ha sido aceptado por los protestantes. (De la LXX y de la Vulgata también provienen muchos de los títulos de los libros bíblicos que conocemos). Se han empleado el texto y la selección hebreas; pero, ni el texto ni la selección de libros de la Septuaginta, se han retenido. Esto no quiere decir que el canon alejandrino carezca de valor, sino que era menos estable que el hebreo. En vista de esto, Lutero relegó los apócrifos a una sección separada en la Biblia; decía que eran “buenos y útiles para leer”, pero no como base para la doctrina. Por su parte, Calvino excluyó por completo los apócrifos. La Iglesia de Inglaterra sigue el ejemplo de Lutero; en el sexto de los Treinta y Nueve Artículos, se insta a leer los apócrifos “en cuanto a ejemplo de vida e instrucción de modales, pero sin aplicarlos a fundar ninguna doctrina”. La Sociedad Bíblica de la Gran Bretaña no puede incluir los apócrifos en sus ediciones de la Biblia; lo impiden los estatutos del estado. Pero los apócrifos están incluidos en algunas versiones protestantes en inglés. Los editores de esas versiones a menudo han impreso los apócrifos en volúmenes separados de los sesenta y seis libros, siguiendo así la opinión general de Lutero y el anglicanismo. Es  interesante notar que entre los Rollos del Mar Muerto se han encontrado pruebas de que algunos de los libros apócrifos existían en hebreo (por ejemplo, porciones del Eclesiástico).

La Reforma Protestante mantuvo el principio de que la Biblia; y solamente ella, es el medio de información, doctrina y ética. Los reformadores; según queda indicado, rechazaron los apócrifos como parte de la Biblia. ¿Por qué? Porque contienen doctrinas falsas como la justificación del suicidio, la oración por los muertos, la limosna como medio de expiar el pecado, que el fin justifica los medios, supersticiones y magia. Además, ni uno solo de los escritores del Nuevo Testamento cita porción alguna de los apócrifos, hecho que constituye un vigoroso argumento en pro de la tesis protestante.

Cuando la Iglesia Romana convocó al Concilio de Trento (1546) para combatir la Reforma, uno de sus primeros actos importantes fue: reconocer formalmente los apócrifos. Nunca se les había otorgado reconocimiento oficial; al contrario, desde los días de Jerónimo en el siglo IV se había expresado dudas sobre los mismos. Jerónimo acudió a los textos hebreo, griego y latino antiguo para producir una traducción más al día y él; igual que Lutero, relegó los apócrifos a un sitio aparte. Además, la premura con que tradujo los libros dudosos indica la poca significación que les otorgaba. Desdichadamente, Jerónimo tenía poca autoridad eclesiástica. Aunque era un gran erudito bíblico y lingüístico, los teólogos, como Agustín en África, tenían más poder eclesiástico, y en la parte del mundo de Agustín el contenido de la Biblia griega obtuvo apoyo general. De modo que el código alejandrino salió triunfante e imperó hasta la Reforma. La Iglesia romana continúa apoyando los apócrifos como parte de la Palabra de Dios, si bien hay eruditos católicos que actualmente tienden a describir los libros apócrifos como “deuterocanónicos” (o sea: del segundo canon).

LOS PSEUDOEPIGRAFOS Y LOS LLAMADOS APOCRIFOS DEL NUEVO TESTAMENTO.

Los pseudoepígrafos (falsas escrituras), son libros antiguos que datan de los últimos siglos antes de Cristo y los primeros de nuestra era. Para ganar prestigio, y no porque fueran de verdad sus autores, se les dio el nombre de grandes personajes Judíos (Enoc, Moisés, Isaías). De allí que se les llame falsos (pseudos). Ni los protestantes ni los católicos romanos los han considerado nunca parte de la Biblia. La mayoría de estos libros se escribieron antes del tiempo de Cristo y son del género apocalíptico. Presentan un cuadro feliz del futuro de los judíos. Los pseudoepígrafos pre-cristianos incluyen los siguientes:

Libro de Enoc                                                  Ascensión de Isaías
(Mencionado en Judas)                                Apocalipsis de Sofonías
Secretos de Enoc                                           Apocalipsis de Esdras
(Citado en Judas)                                           Testamento de Adán
Apocalipsis de Baruc                                     Testamento de los Doce
Asunción de Moisés                                      (Patriarcas)

De los libros posteriores a Cristo, varios circulaban en círculos religiosos. Pretendían tener valor histórico, decidiendo aportar datos no sobre la Escritura misma, sino sobre los discípulos, María la madre de Jesús, la niñez de Jesús, su resurrección, etc. En su mayoría las historias son legendarias e imaginarias, pero hay trazas de información aquí y allá que se consideran auténticas. He aquí algunos de los apócrifos del Nuevo Testamento:

Evangelio de Santiago                                  Evangelio de Nicodemo
Evangelio de Pablo                                        (o Hechos de Pilato)
Evangelio de Pedro                                        Hechos de Pedro
Hechos de Juan                                             Hechos de Andrés
Evangelio según los Hechos                       Hechos de Tomás
Los Hechos de Bernabé                                Apocalipsis de Pedro
Historia de José                                              Apocalipsis de Pablo
Evangelio del Nacimiento de María            Epístola de los Apóstoles


FIJACION DEL CANON

Los libros sagrados como los que hemos señalado; circularon, durante un período, junto con los libros de la Biblia. Pero; con el tiempo, los mejores fueron seleccionados bajo la orientación del Espíritu Santo. Aunque, sobre el canon hebreo no hubo resolución oficial hasta el Concilio de Jamnia, allá por el año 90 D. C., en la práctica, ya había sido fijado antes de Cristo. Los cristianos tomaron el Antiguo Testamento como parte de la Biblia. El canon del Nuevo Testamento se fijó en su parte principal como a fines del siglo II dC. Pero aún después de esto hubo incertidumbre durante largo tiempo respecto a los últimos cinco o seis libros del Nuevo Testamento. La primera lista de nuestros veintisiete libros, tal como hoy la conocemos, fue formulada por Atanasio en 367 dC. en su epístola de Pascua de Resurrección.

Debemos agregar algo más, no todos los cánones cristianos que hay por el mundo son iguales. El canon católico romano (igual que el católico griego) ya se ha citado. La iglesia etíope incluye los libros de Enoc (citado en Judas) y Jubileos. Algunos cristianos de la iglesia Siriaca excluyen II Pedro, II y III Juan, Judas y Apocalipsis.

DIVISION EN CAPITULOS (1250 D. C.)

No fue sino hasta 1250 dC. que se dividió la Biblia en capítulos. Por entonces el cardenal Hugo incorporó divisiones por capítulos en la Biblia Latina. Lo hizo por comodidad, aunque sus divisiones no siempre fueron acertadas; sin embargo, esencialmente las mismas divisiones por capítulos han persistido hasta el presente. En 1551, Roberto Stephens (Robert Etienne) introdujo un Nuevo Testamento griego con la inclusión de divisiones por versículos.


MANUSCRITOS Y VERSIONES ANTIGUAS.

El griego del Nuevo Testamento es koiné auténtico, con las inconfundibles características de esa antigua lengua.

¿Por qué se escribió el Nuevo Testamento en esa lengua común? Porque en tiempos de Jesús era el idioma internacional. Un hombre llamado Alejandro de Macedonia desempeñó importante papel en hacer que esto fuera así. Alejandro (Siglo IV a.C.) conquistó gran parte del antiguo mundo civilizado y adondequiera que iba esparcía su idioma. Así que desde la India hasta Roma, y en todas las riberas del Mediterráneo, llegó a hablarse el griego común. Era natural que el Nuevo Testamento se escribiera en esta popular lengua internacional y no en el arameo local. El que así haya sucedido destaca el hecho de que el Evangelio es para el mundo entero y no para un selecto pueblo aislado.

MANUSCRITO EN PAPIRO Y PERGAMINO.

Antes de la invención de la imprenta en el siglo XV, la Biblia sólo se conocía en forma manuscrita. Eso significa que el Nuevo Testamento, para no mencionar el Antiguo, se copió a mano durante mil cuatrocientos años y aún en el siglo XVI continuaba copiándose así. Esos ejemplares escritos a mano se llamaban “manuscritos” (Manus en latín significa “a mano” y scriptum significa “escrito”).

Los materiales sobre los que se escribieron los antiguos manuscritos eran generalmente de dos clases: papiro (2 Juan 12, en el original) y pergamino (2 Timoteo 4:13). El papiro es una especie de junco, un carrizo que se da en los márgenes el río Nilo. La planta alcanza un grosor como el de la muñeca de un hombre. La médula fibrosa se cortaba en capas verticales finísimas. Las tiras cortadas se pegaban una a continuación de la otra para formar hojas más grandes. Otra tira de tamaño similar se colocaba de través sobre la primera, y las hojas así formadas eran machacadas para formar un material más delgado. Finalmente se pulían con piedra pómez. Las hojas terminadas variaban de tamaño entre 8 y 20 centímetros por 15 y 45 centímetros, y el color era café claro o grisáceo. En el frente de la hoja (el lado para escribir) las líneas van horizontalmente. Este es el “anverso”. Por el “reverso” las líneas van verticalmente. Solía escribirse sobre él con una caña (“cálamus”) cortada en forma de pluma para escribir (3 Juan 13), y la tinta (Jeremías 36:18; 2 Juan 12) se hacía de hollín, goma y agua. Escribían sólo las personas especialmente adiestradas, y algunos, como San Pablo, que contaban con un secretario (amanuense), dictaban los documentos y al final los firmaban para autenticarlos. El papiro era muy caro; según su tamaño y calidad, cada hoja costaba el equivalente de cinco a 17 centavos oro. Durante siglos se empleó este material, predecesor del papel (nuestra palabra “papel” se deriva del “papiro”).

El pergamino (palabra que se deriva de “Pérgamo”, ciudad  de Asia Menor que a fines del siglo segundo perfeccionó el pergamino y lo exportaba) era más duradero que el papiro. Se hacía de cueros de oveja y cabra se secaban, y se pulían con piedra pómez. A veces se empleaban animales jóvenes porque su piel producía material más fino; la vitela, pergamino extrafino, se obtenía a veces de animales sin nacer extraídos del vientre de la madre. El pergamino se empleó desde la antigüedad hasta la Edad Media, cuando gradualmente fue reemplazado por el papel.

EL ROLLO

El empleo del papiro y el pergamino por los israelitas y cristianos hizo posible conservar extensos escritos. Los antiguos escribían sobre piedras encaladas, metal, madera, arcilla y otros materiales en los que, por su reducido tamaño, cabía poca escritura.

Cosiendo o pegando con goma varias hojas se formaban largas tiras a cuyos extremos se pegaban rodillos de hueso o de alguna otra sustancia fuerte y duradera. La longitud de los rollos variaba, pero rara vez era más de nueve metros, más o menos el tamaño necesario para el Evangelio de Lucas o el de Mateo. Juan 21:25 parece indicar que el autor del cuarto Evangelio le faltó espacio y se vio obligado a concluir su libro antes de lo que pensaba, por falta de papiro. Como los rollos eran pesados e incómodos, era necesario valerse de ayudantes para sostenerlos, enrollados y desenrollarlos mientras los rabinos leían en las sinagogas. Se escribía verticalmente en los rollos, en columnas de cinco o siete centímetros de ancho. Comparativamente pocos rollos antiguos se han conservado; el ejemplar de Isaías contenido en los Rollos del Mar Muerto es un raro y magnífico ejemplo de la antigua forma de los rollos. Aún hoy día, en las sinagogas, la Torá (es decir la Ley o el Pentateuco) se escribe a mano sobre pergamino y en la antigua forma de rollo. Estos rollos se emplean en el culto público como en tiempos antiguos.

DESAPARECIERON TODOS LOS ORIGINALES GRIEGOS Y HEBREOS.

Hoy día no existe ni un solo manuscrito original de la Biblia griega o hebrea. No se conoce a ciencia cierta la razón, pero quizá la orden que en el año 303 dictó el emperador Diocleciano de destruir toda literatura cristiana explique el hecho. Otra posible razón es que el papiro, material en que probablemente estaba escrita la mayor parte del Nuevo Testamento, no se conserva bien a menos que se guarde en sitio muy seco. Desde cierto punto de vista la pérdida de los originales fue conveniente, pues la humanidad tiende a la adoración de los objetos relacionados con lo sagrado. Debe adorarse a Dios y no a la Biblia, y mucho menos al papel y la tinta con que está hecha. Si bien se perdieron los originales, la investigación científica nos asegura que la Biblia que leemos es, para todo fin práctico, la misma que se produjo bajo divina inspiración. Pero es importante recordar que todos los manuscritos bíblicos son copias.

Los rollos y libros eran producidos o por una persona que copiaba de otro manuscrito o por un gripo que copiaba lo que le dictaba. Es fácil comprender que el amanuense podía, por cansancio o descuido, cometer errores. Pero el método de copia colectiva también producía errores; varias razones lo hacían posible, pero el error principal provenía de lo que los eruditos llaman “error de oído”. Cuando preguntamos a alguien si es correcto decir, “aré lo que pude”, nos dirá inmediatamente que no, pues creerá que hemos dicho “haré”, en vez del pretérito del verbo arar. Otro caso es el de los que bromeando se despiden diciendo: “Otro diablo con usted”. (“Otro día hablo”). Similares confusiones lingüísticas ocurren en griego.

Existen también los “errores de vista”. Basta revisar la fe de erratas de los libros para ver que no todos los errores son de tipo mecánico, sino que algunos se producen por subconsciente confusión de palabras. Recuerdo el caso que mencionaba una “mula podrida”, cuando se trataba de una “muela”.

En los manuscritos que han llegado a nuestras manos hay en verdad “errores de oído”, “errores de vista”, y otras clases de equivocaciones. Pero lo asombroso es que la Biblia se haya conservado tan bien. Aunque copiado millares de veces a mano, la enorme cantidad de manuscritos demuestran que poseemos lo que casi pudiéramos llamar un consecuente y auténtico texto bíblico. Hay una afirmación clásica respecto a la exactitud del Nuevo Testamento, formulada por dos grandes eruditos de la pasada generación, Westcott y Hort: “Las palabras que en opinión nuestra aún son dudosas apenas constituyen una milésima parte del Nuevo Testamento” (F. F. Westcott y F. J. A. Hort editores, New Testament in Original Greek, 1882, vol. II, Introducción, p. 2).

Uno de los factores que constituyeron a la exactitud del Antiguo Testamento fue la creencia judía en el carácter sagrado de las Escrituras. Respecto a ésta decía Josefo: “… Nadie se ha atrevido a añadir, quitar o alterar ni siquiera una sílaba…” (Véase Deuteronomio 4:2 y Jeremías 26:2). El hecho es que las Escrituras judías se copiaban con escrupuloso cuidado. Los escribientes eran los guardianes de los escritos sagrados en tiempos bíblicos, a quienes históricamente sucedieron los masoretas (palabra que significa “transmisores”). Los masoretas florecieron entre los años 500 y 1000 D.C., y sus esfuerzos por conservar el texto bíblico fueron laboriosos y casi increíbles. Se valían de recursos como éstos: contaban el número de veces que una palabra o frase aparecía en la Biblia; los libros que contenían errores eran desechados. De este modo, es fácil comprender por qué las Escrituras nos han llegado casi perfectas. Incidentalmente, los masoretas, radicados en Babilonia y Tiberíades, a orillas del lago de Galilea, nos dejaron notas, las “Masoras”, a la par del texto del Antiguo Testamento. Uno de los más famosos masoretas de Tiberíades fue Aarón Ben Asher. Los masoretas conservaron tan perfectamente el Antiguo Testamento, que su obra nos ha llegado como texto patrón, y se le llama “texto masorético”, conocido también por la abreviatura TM.

CAMBIOS DELIBERADOS

Debe observarse que en algunas ocasiones hubo copistas que deliberadamente introdujeron cambios en el texto. A veces creían aclarar así un punto doctrinal. En otras ocasiones creían resolver una contradicción. Pero mejor hubieran dejado el texto tal como una contradicción.  Pero mejor hubieran dejado el texto tal como estaba. Algunos copistas colocaban sus cambios en el margen, pero otros los incorporaban en el texto. Hoy día la crítica textual tiene que entresacar lo falso de lo verdadero.

VARIACIONES ESENCIALMENTE INSIGNIFICANTES

Aunque hay variaciones en los textos bíblicos, más en el Nuevo que en el Antiguo Testamento, la mayoría son de importancia mínima, y ninguna gran verdad doctrinal se pone en tela de juicio por errores textuales. Los muchos manuscritos suministran un testimonio colectivo para dotarnos de un texto utilizable y esencialmente exacto. Probablemente no haya en el Nuevo Testamento ningún pasaje cuya redacción correcta no se haya conservado. El conocido erudito Federico Kenyon dice que “ninguna doctrina fundamental de la fe cristiana se basa en una redacción controvertida”. Añade este comentario: “Jamás será demasiado el énfasis que pongamos al afirmar que, en esencia, el texto de la Biblia es cierto” (Aur Biblie an the Ancient Manuscripts, Revisado por A. W. Adams, Londres: Eyre y  Spottiswoode, 1958, p. 55).


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