Arrianismo
En
el desarrollo de la controversia arriana se suelen distinguir cuatro épocas
definidas:
a)
desde los comienzos hasta el a. 325;
b)
desde el concilio de Nicea hasta el a. 330;
c)
desde dicho año hasta el 362;
d)
desde el 362 al 381.
Apenas
comenzada la controversia entre Arrio y Alejandro Alejandrino, la doctrina
arriana adquiere una difusión tan extensa y tan rápida, que surge la necesidad
imperiosa de convocar el primer concilio para toda la Iglesia: el primero de
Nicea del a. 325. La probidad y prestigio personal de Arrio, su condición de
antiguo alumno de la escuela de Antioquia y de condiscípulo de personas, como
Eusebio de Nicomedia, al frente de sedes episcopales, jugaron un papel decisivo
en la causa arriana. En este primer periodo, y en el terreno de los escritos
teológicos, dominan los arrianos: aparte de Atanasio, entonces sólo diácono,
que había escrito su Contra gentes y el De incarnatione Verbi (PG 25, 3-197),
el único que atacó en sus escritos la doctrina de Arrio antes de Nicea fue S.
Alejandro de Alejandría.
Con
un camino en parte fácil la causa llega al concilio de Nicea. En él triunfa la
ortodoxia y el emperador Constantino amenaza con desterrar a los que no
profesen el símbolo propuesto por el concilio; Arrio, Segundo de Ptolemaida y
Theonas de Marmárica se oponen, por lo cual son excomulgados, los dos obispos
depuestos de sus sedes y los tres desterrados al Ilírico.
El
a. 330 la controversia adquiere un matiz distinto. El ataque ideado por Eusebio
de Nicomedia contra la fe de Nicea pretende un doble fin: apoderarse de las
sedes principales como son las de Antioquia y Alejandría regidas por Eustacio y
ahora Atanasio respectivamente y lograr la vuelta de los fautores arrianos
todavía en el destierro. Se celebra en Antioquia (a. 330) un sínodo autorizado
por el emperador para deliberar sobre su propio obispo. Acusado falsamente de
sabelianismo y de irreverencias contra la madre de Constantino, Eusebio depone
a Eustacio y el emperador ratifica la sentencia desterrándole a Tracia. A la
deposición de éste y de otros obispos sigue la de Atanasio, valiéndose para
ello de las calumnias más absurdas, tales como la de haber roto un cáliz y la
de haber hecho asesinar a Arnesio, obispo meleciano. Constantino convoca un
sínodo (a. 334) en Cesarea de Palestina al que Atanasio, pensando en que sólo
iba a encontrarse con sus enemigos, no asiste. Con motivo de la inauguración de
la iglesia del Santo Sepulcro construida en Jerusalén, se reúnen en Tiro (a.
335) un buen número de obispos. Si se tiene en cuenta que Eusebio de Cesarea y
Eusebio de Nicomedia son los que presiden el sínodo, no se puede esperar
resultado justo y ortodoxo. Una delegación formada por arrianos se dirige a
Egipto para verificar oficialmente las acusaciones lanzadas contra Atanasio,
pero éste logra llegar en barco a Constantinopla, donde se entrevista con el
emperador, quien ante la demanda de justicia que le hace, convoca a los obispos
en dicha ciudad. La facción antinicena, viendo en el obispo de Alejandría su
principal adversario, intenta ahora perderlo con una calumnia de carácter
político; diciendo que Atanasio había amenazado con interrumpir la exportación
del trigo de Alejandría a Constantinopla, el emperador se decide inmediatamente
a decretar el destierro de Atanasio.
Por
otra parte, Arrio y sus partidarios son admitidos a la comunión eclesiástica
dado que los obispos reunidos en Jerusalén habían calificado de ortodoxa y
suficiente la fórmula de fe presentada por Arrio. Se notifica la decisión a
todo el clero católico y al pueblo alejandrino; los alejandrinos se sienten
disgustados, pues estaba reciente el destierro de Atanasio. Sin duda alguna los
partidarios de Arrio mantenían la esperanza de que éste podría ocupar la sede
vacante de Atanasio. Después del sínodo de Jerusalén Arrio llega a Alejandría.
El pueblo alejandrino, herido y, a la vez, muy unido a su patriarca, al ver la
figura del heresiarca, comienza a sublevarse y Arrio tiene que marchar a
Constantinopla, lo que tampoco agrada al obispo de esta ciudad, Alejandro, pero
es la última maquinación llevada a cabo por Eusebio de Nicomedia. Pretendía un
triunfo y un desagravio total para su protegido admitiéndole a concelebrar el
día de Pascua del a. 336 en presencia del mismo emperador. Providencialmente no
se realiza este deseo de Eusebio de Nicomedia, pues Arrio muere poco antes.
Así
las cosas, Constantino m. el 22 mayo 337 y su hijo Constancio le sucede en
Oriente mientras que Constante lo hace en Occidente. Esta división del Imperio
afecta también a la vida de la Iglesia. Constancio, tal vez influenciado por su
hermano Constante, permite la vuelta de Atanasio a su sede de Alejandría (337)
y éste, aunque considerado por los eusebianos como un intruso de Roma por haber
sido depuesto en el sínodo de Tiro, celebra un sínodo en Alejandría con los
obispos de Egipto para lograr deponer a Pistos, obispo arriano, al cual Segundo
de Tolemaida había consagrado para la sede de Alejandría. En el a. 339 es
nombrado obispo de Constantinopla Eusebio de Nicomedia, pero muere el a. 341.
El papa Julio reunido en sínodo en Roma, en presencia de obispos orientales,
juzga que la deposición de Atanasio había sido injusta, así como la de Marcelo
de Ancira, a quien se acusaba de sabelianismo.
El a. 341, con el
sínodo de Antioquia «in eucaeniis», empieza una serie de sínodos cuya única
finalidad es la producción de fórmulas de fe para lograr que la de Nicea quede
como en el olvido. Los eusebianos difunden así tres fórmulas, de las cuales la
segunda se atribuye infundadamente a Luciano de Antioquia; las tres son
antinicenas en el sentido de que no contienen ningún inciso estrictamente
niceno, pero ninguna de ellas es errónea.
El
emperador Constante, deseoso de conocer la situación doctrinal de Oriente, a
instancias del papa Julio y de los obispos Osio y Atanasio, obtiene de su
hermano Constancio la convocatoria del sínodo de Sárdica (otoño del a. 343).
Asiste mayoría ortodoxa que defiende la causa de Atanasio y de Marcelo de
Ancira; al negarse Osio a acoger el deseo de algunos orientales de que no
fuesen admitidos Marcelo ni Atanasio, aquéllos no asisten y celebran un
conciliábulo en Philippópolis, que da como fruto una nueva fórmula de fe y un
anatema contra los sabelianos y los que afirman que el Hijo no fue engendrado
por voluntad del Padre. Aunque Osio y algunos obispos presentan una nueva
fórmula de fe, se impone Atanasio diciendo que bastaba con la de Nicea.
Conocedor
Constancio de lo realizado por los orientales envió a Constante una delegación
de cuatro obispos con una nueva fórmula de fe (ékzesis makrostiios) condenando
el arrianismo y los errores de Marcelo de Ancira y de Photino; se afirma en
ella que el Hijo es coeterno pero subordinado al Padre.
Poco
después se produce un cambio en la política de Constancio en favor de los ortodoxos.
El intruso Gregorio había muerto en Alejandría y Atanasio pudo volver a su
sede. Pero lo bueno tenía que durar poco. Con la muerte de Constante (a. 350),
Constancio quedaba constituido emperador único y a Atanasio le faltaba el papa
julio (m. 352), sustituido por su diácono Liberio. Los eusebianos, contando
ahora con el favor imperial, celebraron un sínodo en Sirmio (a. 351),
ofreciendo una nueva fórmula de fe y 27 anatemas mientras que en Occidente se
celebraba el sínodo de Arlés (a. 353-54) en el que no se permitió descender al
terreno de lo dogmático, sino que se presentó un decreto, probablemente de
Ursacio y de Valente, con el que se decidió la deposición de Atanasio. Como el
papa Liberio se resistiera a las intrigas de Constancio, éste decidió enviarlo
al destierro, corriendo la misma suerte Atanasio, Hilario de Poitiers y Eusebio
de Vercelli.
Pero
a partir del sínodo de Sirmio se observa una división marcada entre los
arrianos antinicenos. Por una parte, la facción más extremista a cuya cabeza se
encuentran Aecio, Eunomio y Eudoxio, conocidos con el nombre de heterousianos y
de anomeos, defienden el arrianismo más puro, diciendo que el Hijo es
desemejante en todo al Padre, e introducen, sobre todo Eunomio, nuevos
elementos filosóficos en su teología. Por otro lado, el partido llamado
senliarriano, que llama al Hijo homoiousios, es decir, semejante en la
sustancia, o de esencia semejante al Padre; Basilio de Ancira es la cabeza de
este grupo que es, dentro de los arrianos, el más cercano a la ortodoxia. Y,
por último, el partido de los homeos, así llamados porque afirmaban simplemente
que el Hijo es semejante al Padre; a este partido pertenecen, de Occidente,
Ursacio y Valente; en Oriente lo encabeza Acacio, obispo de Cesarea de
Palestina; en realidad, no admiten la semejanza de sustancia entre el Padre y
el Hijo, sino que se conforman con una semejanza más indefinida, bien sea
respecto de la voluntad bien respecto de las obras; dicho de otra manera, no
reconocen la divinidad del Verbo (S. Epifanio, Panarion, 73, 23: PG 42,
446-447).
Así
las cosas, cada uno de estos tres partidos arrianos buscó defender su punto de
vista sobre los símbolos de la fe mediante un sínodo. El a. 357 se celebraba en
Sirmio un nuevo sínodo que estrenó una fórmula de fe, totalmente arriana, que
dicen haber sido suscrita por Osio. No faltó la reacción opuesta tanto en
Occidente como en Oriente; así, los obispos de las Galias anatematizaron la
segunda fórmula de Sirmio al mismo tiempo que los semiarrianos, reunidos en
Ancira (a. 358) con motivo de la consagración de una nueva iglesia, elaboraron
la suya, fórmula que aunque rechaza el homousios puede ser interpretada de
manera ortodoxa. Nuevamente se reunió un sínodo en Sirmio (a. 358) que confirmó
todo lo llevado a cabo contra Pablo de Samosata y Photino; la tercera fórmula
de Sirmio era totalmente ortodoxa, si bien evita la palabra homousios, y fue
suscrita por el papa Liberio. Los semiarrianos compusieron la cuarta fórmula de
Sirmio que recibirían luego los conc. de Rímini y de Seleucia (a. 359); en ella
se enseña, como dice la S. E., que el Hijo es semejante al Padre en todo. Al
trasladarse los emisarios a Nike, el emperador les propuso que suscribieran una
nueva fórmula en la que, siguiendo la Santa Escritura, se enseña que el Hijo es
semejante al Padre; casi todos la suscribieron, aunque algunos con
correcciones.
Las cosas parecían
cambiar con la muerte de Constancio (a. 361). Hereda el Imperio Juliano el
Apóstata y, como parte de su política religiosa, decreta que todos los obispos
desterrados pueden volver a sus sedes. Entre ellos vuelve Atanasio. Como medio
para apaciguar los ánimos y restablecer la paz a la Iglesia se piensa en un
sínodo en Alejandría (a. 362) en el que se proclama que el Espíritu Santo es
consustancial al Padre y al Hijo y que ninguna criatura puede ser contada entre
las personas de la Trinidad; asimismo, si el Hijo, al encarnarse, se hace
hombre verdadero, se supone que el cuerpo asumido por Él estaba dotado de su
correspondiente alma humana. Más difícil fue el tema sobre el uso de la palabra
hypóstasis; y esto, porque los occidentales la hacen equivalente a sustancia u
ousía mientras que para los orientales equivale a prosopa o subsistencia; fue
constatado el equívoco y juzgaron como deseable la adhesión total a la doctrina
de Nicea.
La ortodoxia
triunfa en Alejandría y en Antioquia, cuyo patriarca es el ortodoxo Melecio;
pero Constantinopla es dominada por cabecillas arrianos hasta el a. 379. Muerto
Juliano, le sucede Joviano (363). Muerto éste cuando apenas llevaba un año al
frente del Imperio, le sustituyen Valentiniano I en Occidente y Valente en
Oriente. Éste empieza desterrando a todos los que habían vuelto a sus sedes en
el Imperio de Juliano, pero su política religiosa va debilitándose a causa de
la guerra declarada por los godos. Muere el 9 agosto 379 y le sucede Teodosio.
Por estas fechas el
arrianismo se encamina hacia el ocaso. Personas y acontecimientos que influyen
en ello son: S. Basilio de Cesarea, con toda su doctrina sobre el particular;
S. Gregorio Nacianceno, nombrado obispo de Constantinopla (27 nov. 379) y cuyos
sermones tuvieron gran resonancia; el papa Dámaso (366-384), y el emperador
Teodosio. A él se debe una ley que prohíbe la herejía (3 ag. 379), un edicto
con el que declara al cristianismo como religión del Estado (28 feb. 380) y la
convocatoria del primer concilio de Constantinopla.
Sin
embargo, el arrianismo estaba destinado a sobrevivir durante varios siglos,
como forma peculiar de cristianismo de algunos pueblos germánicos. La acción
misionera del obispo Úlfilas, ordenado por Eusebio de Nicomedia, y su
traducción de la Biblia al gótico, fue decisiva para la conversión de los godos
al arrianismo y su extensión a otros pueblos barbáricos. Para conocer con más
detalle las vicisitudes del arrianismo en los reinos germánicos de Occidente.
***
BIBL.: G. BARDY,
Fragmentes attribués d Arius, «Rev. d'Histoire Ecclésiastique» 26 (1930)
343-47; fD, La politique religieuse de Constantin aprés le concite de Nicée,
«Rev. de Sciences Religicuses» 3 (1912) 139-55; íD, L'Occident en face de la
crise arienne, «Irenikon» 16 (1939) 358-424; fD, L'Occident et les documents de
la controverse arienne, «Rev. de Sciences Religieuses» 20 (1940) 28-63; W.
TELFER, When did the Arian Controversy begin, «The Journal of theological
Studies» 47 (1946) 129142; R. ARNou, Arius et la doctrina des relations
trinitaires, «Gregorianum» 14 (1933Y 269-72; E. WFIGL, ChriStOlOgie VOM Tode
des Athanasius bis z. Ausbruch des nestorian. Streites, Munich 1925; M. RICHARD,
S. Athanase et la psychologie du Christ selon les Ariens, «Mélanges de Science
Religieuse» 4 (1947) 5-54; P. WORRALL, St. Thomas and Arianisme, «Recherches de
Théologie ancienne et médiévale 23 (1956) 208-259; M. SIMONETTI, S. Agostino e
gli Ariani, «Rev. d'Études Augustiniennes» 13 (1967) 55-84; A. MARTFNEZ, La
prueba escriturística de los arrianos según S. Hilario de Poitiers, Comillas
1965; C. F. A. BORCARDT, Hilary of Poitiers Role in the Arzan Struggle, La Haya
1966; l. IBÁÑEZ, Moderna monografía sobre el arrianismo, Pamplona 1969.
J. IBÁÑEZ IBÁÑEZ.
Cortesía de
Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991
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