El Arminianismo: El Camino a
Roma
Augustus Toplady (1740 – 1778) Escritor de Himnos y Teólogo
¿Qué
voz escuchas?
“Mis ovejas, dijo Cristo, escuchan mi voz, y Yo las conozco, y me
siguen; y Yo les doy vida eterna, y nunca
perecerán. ¡Oh, qué Escritura más digna!, la cual debiera obligarnos a tener un
recuerdo fiel, y a notar el tenor de esto; el cual es, que las ovejas de Cristo
nunca perecerán.
“¿Quiere decir
Cristo parte de sus elegidos, o todos, piensa usted? Sostengo y afirmo, y
también creo fielmente, que Él quería decir todos sus elegidos, y no parte,
como algunos afirman tan irrazonablemente.
Confieso y creo sin ninguna duda, que nunca ninguno de ellos perecerá:
pues tengo buena autoridad para decirlo; porque Cristo es mi autor, y dijo, que
si fuera posible, los mismos elegidos serían
engañados. Por tanto, no es posible que puedan ser así engañados, para
que vayan finalmente a perecer, o ser condenados: así que, cualquiera que
afirme que puede perderse alguno (i.e. alguno de los elegidos), está afirmando
que Cristo tiene un cuerpo desgarrado.”1
La valiosa carta
de retractación anterior está inscrita de esta manera: “Una Carta a la Congregación de los del Libre Albedrio, por Uno
que había sido de esa Persuasión, pero que se salió y es ahora un
Prisionero para la Religión,” cuyo título nos proveerá en el futuro, en su
debido lugar, de un comentario no de poca importancia.
Juan Wesley, ¿Un Amigo de Roma?
Para ocupar el lugar de argumento se ha alegado que “el Sr. Wesley es
un hombre mayor,” y la1Iglesia de Roma
es todavía más vieja que él. ¿Es esa alguna razón por la cual las enormidades,
ya sea de la madre o del hijo, deban pasar sin restricción?
También se ha sugerido que “el Sr. Wesley es un hombre muy laborioso,”
no más laborioso, presumo, que cierto ser activo, de quien se dice que
sale y entra de la tierra, y que baja y sube de ella:2 ni tampoco más laborioso, debo imaginar, que
ciertos Sectarios antiguos, con respecto a quienes se dijo hace mucho, “¡Ay de
vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque
recorréis mar y tierra para hacer un prosélito”3 ni, en ninguna manera, tan laborioso y útil
como un cierto miembro diligente de la comunidad, con respecto a cuyas variadas
ocupaciones el público recientemente ha recibido la siguiente inteligencia: “La
verdad del siguiente caso de dedicación
puede depender de: un pobre hombre con una gran familia, que ahora clama
por leche cada mañana en Lothbury, y en el vecindario de la Divisa Real; a las
once se da una vuelta con una carretilla de patatas; a la una limpia zapatos en
el sitio conocido como Cambio; después de la cena, ruega por leche otra vez; al
atardecer vende
Strype, u.s.
10 Job 1:7 con 1 Pedro
5:8.
11 Mateo 23:15.
arenques; y en la noche termina la medida de su
trabajo como vigilante.”4
La Pelea es con el Lobo
Además, el Sr.
Sellon me recuerda (p. 128) que, “mientras los pastores están peleando, el lobo
se mete al redil de las ovejas,” algo no imposible: pero ocurre también así que
la actual pelea no es entre “los pastores,” sino con el “lobo” mismo; cuya
“pelea” es sancionada por cualquier máxima de docilidad y fidelidad pastoral.
Además se me dice, que, mientras estoy “regañando a los Arminianos,
Roma y el diablo se ríen por dentro.” Admitiendo que el Sr. Sellon pudiera
estar derivando esta anécdota de su propia cabeza, las partes mismas,
sin embargo, ni ellos ni él son muy notables por su veracidad, interpreto la información por la norma de lo inverso, aunque
autenticada por la deposición de su muy fiel y bien amado primo y
consejero.
Una vez más: Se me culpa de “altanería, y majestad de orgullo.” ¿Y por
qué no se me culpa de tener siete cabezas y diez cuernos, y una cola tan larga
como una cuerda de campanario? Después de todo,
¿qué tiene que ver mi orgullo, o mi humildad, con el argumento a mano? El si
soy altanero, o humilde, no es de mayor consecuencia, ya sea para eso o para el
público, de si soy alto o bajo. Sin embargo,
en este momento estoy dando una prueba de que mi “majestad de orgullo”
puede rebajarse; eso incluso para ventilar las impertinencias del Sr. Sellon.
El Arminianismo como en su Casa en Roma
Pero, sin
importar cuán frívolas sean sus objeciones, los principios por los cuales lucha
son de la naturaleza y tendencia más
perniciosa. Debo repetir, lo que ya parece haberle ofendido mucho, que el
Arminianismo “surgió de Roma y conduce nuevamente hacia ella.” Juliano, obispo
de Eclana y un contemporáneo y discípulo de Pelagio, era uno de los que se
esforzó, con mucho arte, en adornar las doctrinas de aquel hereje, con
el propósito de hacerlas más agradables a la vista y aceptables al gusto. El
sistema Pelagiano, barnizado y endulzado, pronto
comenzó a adquirir el nombre más suavizado de Semipelagianismo. Echémosle una
mirada, como nos ha llegado a las manos por el celebrado Sr. Bower, siendo él
mismo, en lo principal, un Pelagiano, y por lo tanto es menos probable que nos
presente un retrato desfavorable del sistema que generalmente aprobó.
Entre los principios de esa secta, este informado escritor enumera los
siguientes:
“La noción de elección y reprobación, independiente de nuestros
méritos o falta de ellos, es mantener una necesidad fatal, es la
ruina de toda virtud, y sirve solamente para que los hombres buenos se
descuiden en elaborar su salvación, y para llevar a los pecadores a la desesperación.
Los decretos de la elección y reprobación son posteriores a nuestras buenas o
malas obras, y en consecuencia provienen de ellas, como previstas por Dios
desde toda la
eternidad.”5
¿No es este también el mismo lenguaje del
Arminianismo moderno? ¿No argumentan los
12 Crónica de Bath, 6
de Febrero, 1772.
13 Historia de los
Papas,
de Bower, vol. 1, p. 350.
partidarios de esa esquema sobre los
mismos términos idénticos? Se podría decir: “Cierto, esto comprueba que el Arminianismo es Pelagianismo revivido; pero no
comprueba que las doctrinas del
Arminianismo sean originalmente papistas.” Un momento de tranquila atención mostrará
con claridad que sí lo son. Escuchemos otra vez al Sr. Bower, quien, después
del pasaje recién citado, inmediatamente añade, “sobre estas dos últimas
proposiciones, los Jesuitas fundaron todo su sistema de gracia y libre
albedrío; concordando en ello con los Semipelagianos
en contra de los Jansenitas y de San Agustín.”6 Los Jesuitas fueron formados en un
cuerpo regular, hacia mediados del siglo dieciséis. Hacia el fin del mismo
siglo Arminio comenzó a infestar las
iglesias Protestantes. Por lo tanto, no se necesita de mucho escrutinio para
discernir de cuál fuente obtuvo su veneno. Su viaje a Roma (aunque Monsicur
Bayle intenta aligerar las inferencias que se dedujeron de ello en aquel
tiempo) no fue por nada. Sin embargo, si algunos están dispuestos a creer, que
Arminio tomó sus doctrinas de los Socinianos en Polonia, con quienes, es
cierto, tenía una amistad muy cercana, no tengo objeción de dividir la
diferencia: pudo haber importado algunos de sus principios de los hermanos
Racovianos, y todavía estar en deuda, por otros principios, con los discípulos
de Loyola.
Los Papistas y la Predestinación
Cierto es que,
en lo que Arminio mismo era sensato, la doctrina de la predestinación ensancha grandemente la distancia entre el
Protestantismo y el Papado. “No hay puntos de doctrina (dice él) en el
cual los Papistas, los Anabaptistas y los (nuevos) Luteranos se opongan más violentamente, ni por medio de los
cuales amontonen más descrédito sobre las iglesias reformadas, y traigan
más odio al mismo sistema reformado; pues ellos (i.e. los Papistas, y etc.)
afirman que no se puede pensar o expresar una blasfemia más asquerosa contra Dios de la que contiene la doctrina de la
predestinación.”7 Por cuya razón le aconseja al mundo
reformado eliminar la predestinación de su credo, para que puedan vivir en
términos más fraternales con los Papistas, los Anabaptistas y otros similares.
Los escritores Arminianos no tienen escrúpulos en asirse y vender los
argumentos de unos y otros como una propiedad común. De allí que Samuel Hoord
copia de Van Harmin la misma observación que ahora he citado. “La
predestinación (dice Samuel) es una opinión odiosa para los Papistas, que abre
sus sucias bocas contra nuestra Iglesia y nuestra religión.”8 En consecuencia, al adoptar las doctrinas
opuestas de la gracia universal y del libre albedrío, nos llevaría –
trayéndonos en muchos grados más cerca de los Papistas – a cerrar sus bocas, y
hacer que nos consideren, por lo menos hasta aquí, como pertenecientes a su
propia ortodoxia y como hermanos queridos y
amados: de allí se concluye que, como el Arminianismo provino de Roma, así
“conduce nuevamente hacia ella.”
Los
Jesuitas y la Predestinación
Si el veredicto
conjunto del mismo Arminio y de su prosélito Inglés Hoord no cambia la balanza,
añadamos el testimonio de un Jesuita profeso, para que todo tenga su peso completo. Cuando los escritos del arzobispo Laud
fueron examinados se encontró una carta entre ellos, endosada con la
propia mano del prelado: “Marzo, 1628. Una carta de un
14 Bower, ibid.
15 Arminio, en Oper. P.
115. Ludg. 1629. (Véase el libro para el idioma Latín).
16 Hoord, Las
Animadversiones del Obispo Davenant, Camb. 1641.
Jesuita, enviada al Rector de Bruselas,
sobre el subsiguiente Parlamento.” El objetivo de esta carta era darle al Superior de los Jesuitas, entonces residente en
Bruselas, un informe de las posturas civiles y eclesiásticas en
Inglaterra; aquí anexaré un extracto de esa carta: “Padre Rector, no permitáis
que la humedad del asombro capture su alma ardiente y celosa, deteniendo el llamado no esperado y vaporoso de un
Parlamento. Ahora tenemos muchas cintas en nuestro lazo. Hemos plantado
esa droga soberana del Arminianismo, la cual esperamos purgue a los
Protestantes de sus herejías; y floreció y lleva fruto a su debido tiempo. Para
la mejor prevención de los Puritanos, los Arminianos ya han cerrado con llave los oídos del Duque (de Buckingham); y tenemos
aquellos de nuestra propia religión, que se encuentran continuamente en la
cámara del Duque, para ver quién entra y quién sale: no podemos ser demasiado
prudentes y cuidadosos en este respecto. Estoy, en este momento, transportado
por el gozo, de ver cómo felizmente todos los instrumentos y medios, tanto grandes
como menores, cooperan para nuestros propósitos. Pero, para regresar a nuestro punto principal – NUESTRO FUNDAMENTO ES EL
ARMINIANISMO. Los Arminianos y los planificadores, como aparece en las
premisas, producen mutaciones los unos en los otros.
Esto secundamos y hacemos cumplir por argumentos probables.”9
La Droga Soberana del Arminianismo
La “droga
soberana, el Arminianismo,” de la cual dijo el Jesuita, “nosotros (i.e.
nosotros los Papistas) hemos plantado” en Inglaterra, en verdad que lo hizo
bien para “purgar nuestra Iglesia
Protestante” efectivamente. Se puede aprender de Tindal cuán felizmente el
Papado y el Arminianismo, en ese momento, danzaron tomados de la mano: “Las
iglesias estaban adornadas con pinturas,
imágenes, piezas de altar, etc., y, en lugar de mesas de comunión, se erigían
altares y se prescribían reverencias y elementos sacramentales. Las doctrinas
asociadas con la predestinación estaban prohibidas, no solo de ser predicadas,
sino de ser impresas; y el sentido Arminiano
de los Artículos fue estimulado y propagado.”10 Por lo tanto, el Jesuita no se regocijó sin
causa. La “droga soberana,” tan recientemente “plantada,” en realidad
echó raíces hacia abajo, y produjo fruto, bajo los apreciados auspicios de Charles y Laud. Heylyn también reconoce que el
estado de cosas fue fielmente descrito por otro Jesuita de esa época,
quien escribió: “El Protestantismo se agotó en sí mismo. La doctrina (por los Arminianos, quienes entonces se
sentaban al timón) está alterada en muchas cosas, por la cual sus progenitores abandonaron la Iglesia de Roma: como
el limbus patrum; la oración por los muertos, la posibilidad de guardar los
mandamientos de Dios; y el reporte del Calvinismo como al menos una
herejía, sino es que traición.”11
El Arminianismo desde el Pozo
El mantenimiento de estas posiciones, por los teólogos de la Corte,
fue de hecho una “alteración”; la que el abandona Heylyn atribuye a “la
ingenuidad y moderación que se halla en algunos
profesores de nuestra religión.” Si evaluamos la evidencia que se ha dado,
encontraremos que el Arminianismo provino de la Iglesia de Roma, y lleva de
regreso al pozo de donde fue extraído.
9 Escritos ocultos de la oscuridad, p. 89, 90.
Edit. 1645.
17 Contin. de Rapin, de
Tindal, vol. 3 octavo, 1758.
18 La Vida de Laud, p.
238.
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