Llegados
hasta acá, debe quedar firmemente establecido que la exploración del sentido
de un texto no se reduce a un trabajo crítico puramente literario y académico.
Existe también una praxis --del crítico y de su contexto sociohistórico-- que
da el parámetro de la
lectura. No se "sale" del texto (exégesis, del
griego ago 'conducir I guiar')
trayendo un sentido puro, recogido de dentro como el buzo trae a la superficie
del mar un coral, o como se saca un objeto de un cofre. Antes, se
"entra" en el texto (eis-égesis) con preguntas que no son
siempre las de su autor, desde un horizonte vivencial nuevo que repercute
significativamente en la producción del sentido que es la lectura. Ya hemos
estudiado por qué toda lectura es relectura del sentido de un texto.
1. La relectura de la Biblia es parte de su propio
mensaje.
Cabe
recordar en este momento que toda la Biblia es, cual la tenemos ahora,
el resultado, el producto mejor dicho, de un largo proceso
hermenéutico, en el que actuaron conjuntamente los dos niveles tratados en
parágrafo s anteriores:
a) el de la
praxis socio-histórica de Israel, vivida y reflexionada por generaciones
sucesivas en continuidad con la promesa y los grandes hechos salvíficos; y
b) el de la
"recolección" de la presencia de Dios en forma de discurso (aspecto
lingtiístico de la revelación) en los relatos históricos, en los
"credos", y en tantos géneros literarios como abundan en la Biblia,
hasta terminar en la formación de los textos aislados, luego los córpora legal,
profético, sapiencial, histórico, litúrgico, y por último el texto
canónico final.
Ni la
revelación de Dios (en los acontecimientos más que en las palabras, cf. más
adelante en 3), ni la inspiración (en los textos más que en los autores, ver 11, bajo 1.3.1) son fenómenos aislados. Más bien, se complementan y
recrean dialécticamente. La "palabra de Dios" se genera en el
acontecimiento salvífico, interpretado y enriquecido por la palabra que lo recoge y lo
retransmite en forma (o en diversas "formas") de mensaje. Por
eso, la correlación entre el "efecto histórico" (del acontecimiento)
y el "efecto de sentido" (del texto) es muy íntima y se prolonga en
la relación entre praxis y lectura de una tradición, texto o -en nuestro caso-
de la Biblia.
La exégesis
crítica busca comprender sobre todo la producción de los textos,
mientras que la lectura teológica que se hace desde la experiencia de fe, se
concentra en el texto producido, explotando su
"reserva-de-sentido" lingüística y como "palabra de Dios".
Pero también aquélla se practica desde un lugar (social, teológico), o
sea, desde una concepción de la realidad, y entonces la exégesis es eiségesis
al mismo tiempo.
La relectura
teológica de base, por otra parte, está condicionada por la estructura, los
códigos, la polisemia del texto (¡no cualquier polisemia!) que debe
explorar incansablemente. Y entonces, esta vez la eiségesis es exégesis.
Una y otra son inseparables en la lectura en cuanto acto de la producción
del sentido. Toda lectura en efecto es un acto hermenéutica, trátese de la
Biblia, de cualquier texto sagrado o no sagrado. Es importante reconocerlo.
Cuando se critica la lectura política (que no es la única) de la Biblia que
hace la teología de la liberación se está haciendo una opción política (desde
una praxis determinada que tiene reflejos políticos) y hermenéutica: se quiere
"clausurar" una lectura porque su lugar es ocupado por otra lectura
del mismo signo pero con contenidos distintos.
También la
lectura realizada desde la Iglesia popular es sospechada de sociológica o
política. ¿Por qué no es sociológica y política
la lectura tradicional e impuesta? Se ignora, por otra parte, que la Biblia es
un texto "producido" en correlación hermenéutica con la realidad
socio-histórica de todo un pueblo y que,
por lo mismo, está saturada de "lo político". Los textos proféticos
son la evidencia más clara al respecto. Aquella es la palabra de Dios para un
pueblo que quiere realizar un proyecto histórico de paz, de justicia,
fidelidad y amor, bienestar y libertad.
Será oportuno volver a lo desarrollado ya en la parte 11:
el acontecimiento genera una "palabra" interpretante y en la
dirección opuesta- se convierte en fundante, al ser recargado de sentido
por las lecturas sucesivas (diagrama de 11 1.4). Y es en el nivel de las
prácticas donde se contextualizan estas mismas lecturas, que buscan
"entrar" en la palabra-tradición (el texto en su sentido semiótico y
hermenéutico) y que por eso son eisegéticas (diagrama de 11 5). Este
fenómeno explica la formación del Antiguo Testamento en la gran experiencia de
fe de Israel, del Nuevo como relectura de aquél (y no como una literatura
paralela) en la vida de la primera comunidad de los discípulos de Jesús.
Ahora bien, ese proceso hermenéutico es parte del mensaje
mismo de la Biblia.
Vale decir:
la Biblia, tomada como "producto" de un despliegue hermenéutico, nos
facilita una clave de lectura importante, a saber, que su sentido querigmático
sólo es entregado en la prolongación del mismo desenvolvimiento hermenéutico (-acontecimiento- palabra) que la ha constituido.
De esta
manera, pretender "fijar" definitivamente su sentido al momento de su
"producción" es negar su propia condición de sentido abierto. Leída
en cambio desde la realidad socio-histórica (política, económica, cultural,
religiosa, etc.) revela dimensiones no vistas antes, rayos de luz no captados
por las lecturas anteriores. En efecto, LO NO DICHO DE LO "DICHO" DEL
TEXTO ES DICHO EN LA INTERPRETACIÓN CONTEXTUALIZADA.
Ésta es la médula del acto hermenéutico, y sintetiza de
alguna manera lo ya analizado hasta aquí.
2. ¿Actualización de la Biblia, iluminación de la
realidad?
Es menester afinar algunas nociones. En primer lugar, lo
que venimos afirmando es más que una "actualización" del mensaje
bíblico, y mucho más también que una "iluminación" de nuestra
realidad histórica con todas sus manifestaciones. Nótese el carácter
disyuntivo de estos dos términos tan manejados pero que no dan en el centro
del fenómeno hermenéutico. O por lo menos no lo explican en su totalidad.
a) ¿Qué
implica actualizar el mensaje bíblico? ¿Expresado en nuevos términos? ¿Usar un
lenguaje popular, verter los semitismos en moldes más próximos a nosotros, diluir
los términos "densos", pero culturalmente contextualizados, mediante
glosas explicativas?
Esto último
sucede a veces con las versiones populares de la Biblia. No se puede
negar su beneficio, con tal de tener conciencia de que estas modernizaciones
semánticas son fugaces y no pueden durar mucho. Es el problema de una versión
popular que se vuelve tradicional (el lenguaje popular va cambiando, y el texto
bíblico "facilitado" queda en una especie de vacío, entre la
densidad originaria perdida y nuevos lenguajes de la gente ya no reflejados).
De hecho,
las formas mencionadas de actualización no sobrepasan los límites de una
"traducción", Aunque, corno esta última, rondan el ámbito de la
hermenéutica, no siempre, sin embargo, entran en su núcleo.
¿Se tratará
en todo caso de hacer eficaz el querigma bíblico para nuestras
situaciones? De eso se trata, evidentemente. Mas, ¿cómo se hace eficaz un
mensaje expresado en otro tiempo para un pueblo de otro entorno cultural y
social? Esta exigencia presupone que "se hace algo" con el texto donde
está inscripto el mensaje. Es con la aplicación de las leyes de la lingüística
del discurso (parte 1) y teniendo en cuenta el proceso del
acontecimiento-que-se-hace palabra (parte 11) como se desimplica en el texto
bíblico un sentido que desborda su primer referente. Y como se descubre un
mensaje no agotado en su primera realización.
Desembocamos
así en una novedad de sentido, característica de toda lectura
hermenéutica, muy notable por otra parte en el seno de todas las tradiciones
religiosas. La simple actualización literaria del querigma no tiene estos alcances,
aunque se orienta en una buena dirección. ¿No había acaso una novedad en la
relectura cristológica del Antiguo Testamento practicada en la época
apostólica y reflejada en los libros del Nuevo? ¿Por qué no ha de ser nueva
nuestra interpretación de la Biblia, hecha en el marco de nuevas
experiencias históricas y de fe? Debemos recrear el mensaje bíblico, y
no sólo actualizarlo. No proponemos nada desconocido, sino que estamos
aclarando las implicaciones y la riqueza de una lectura que ya se está
haciendo desde una Iglesia popular, desde procesos históricos inéditos, desde
contextos culturales o religiosos diferentes de los del mundo semítico u
occidental, o por teólogos que escuchan la vida del pueblo, o están inmerso s
en ella.
b) Lo que acabamos de señalar aclara a su vez eso de la
"iluminación" de la historia de nuestros pueblos, o de nuestra
realidad, desde la Biblia entendida como palabra de Dios. No hay un camino
único, que viene desde el texto bíblico. La circularidad hermenéutica
implica el itinerario inverso como complemento del primero, por cuanto la
praxis de la fe en un contexto social determinado tiene también algo que
aportar al "sentido" de la Biblia, abriéndose precisamente en cuanto
"palabra de Dios". Por ejemplo: una valoración, desde dentro, de las
religiones y culturas de Asia, África y América Latina, ¿nada tiene que
aportar frente a tantos textos bíblicos que desprecian los símbolos religiosos
de los pueblos vecinos de Israel?) El clamor de los sectores oprimidos ¿no
clama también contra una lectura excesivamente espiritualista y escatologizante
del Nuevo Testamento?
3. ¿Revelación terminada o abierta?
El lector se
habrá preguntado tal vez si todo esto no significa "añadir" o
"quitar" a la palabra de Dios. Es claro que tropezamos aquí con el
teologúmeno de la revelación acabada y c1ausurada
con Cristo, con el último apóstol, con el último libro del Nuevo Testamento,
según las versiones de ese concepto.
Ante todo,
tales tres posibilidades no son sinónimas. La primera (la revelación terminada
en Cristo) indica algo cualitativo, la segunda un espacio temporal, la tercera
un límite textual y lingüístico. Pero
se explican mutuamente:
Cristo es la cima de la revelación, pero el texto
canónico que culmina en el Apocalipsis recoge la experiencia postpascual
y apostólica de la comunidad cristiana
primigenia. La revelación tiene entonces una extensión limitada, en la vida de
Israel, y durante la vida de los apóstoles, testigos de la actuación, muerte y
resurrección de Jesús.
Esta
construcción teológica tiene sentido en su intención simbólica, a
saber, expresar el valor paradigmático que tiene la Biblia como palabra de
Dios. Entendida dogmáticamente, como una verdad "histórica", con
significado literal (el símbolo en lugar de lo simbolizado), no satisface.2
Cristo es el
punto culminante, el más alto (hasta ahora), de la manifestación de Dios en la
historia de la salvación. ¿Pero Dios no se manifestó antes (¡y antes de Israel!)
y no se manifiesta después del mismo Jesús? Aunque estemos
flicto de
las interpretaciones llega a un grado tal que se produce la división. Los grupos
nuevos necesitan recomponer o reafirmar un texto de referencia, un canon de Escrituras
sagradas, si se trata del área religiosa. Por eso es tremendamente
significativo el hecho, afirmado por la fe, de que la Biblia es nuestro texto
paradigmático como palabra de Dios. No nos hacen falta nuevos libros que
añadir a la Biblia y, por otro lado,
las prácticas cristianas están definitivamente orientadas por las de Jesús y su enseñanza (interpretadas, por supuesto,
en un texto canónico).
Pero aquí no
acaba todo. O tal vez acabe un desarrollo hermenéutico. Uno de los "ejes
semánticos" de la Biblia es, precisamente, que Dios se revela ante todo en
los acontecimientos de la historia humana. Esa presencia es captada por
la fe, y simultáneamente genera la fe,
en cuanto ésta es inicialmente (como nos relata la Biblia) un "reconocimiento"
de la presencia de Dios en los sucesos de la vida humana (cf. Éxodo 14:31). La
fe como adhesión a una "palabra" o a una persona, es un después hermenéutico.
Ahora bien,
todo aquello del acontecimiento recogido en la palabra -punto clave de la
hermenéutica, sobre todo bíblica- tiene que ver con esa fe
"reconocimiento" -deDios. Antes que en la palabra, Dios se
manifiesta en el hecho salvífico y en
sus consecuencias o "efectos históricos" que prolongan esa misma
epifanía. Que la revelación de Dios sea expresada en una palabra, o en un
texto, es también un después. Incluso la palabra bíblica de la
"promesa" está en este momento mediada por un texto que la orienta al
suceso del "éxodo", al que, empero, supone como
experimentado, y del cual es ya una forma de relectura. Paradójicamente, la
promesa --en cuanto texto actual- ¡ se elabora teológicamente a partir
del suceso que anuncia! De la misma manera, los relatos de vocación
proféticos (por ejemplo Amós 7:10-17; Isaías 6; Jeremías 1; Ezequiel l-3) son
posteriores a la actuación del profeta respectivo. El relato, repetimos, no la
vocación misma. Aquél es una relectura del mensaje del profeta según la
tradición que lo retransmite.
Volvamos a la cuestión del límite de la revelación.
Cuando un profeta de Israel habla en nombre de Dios (y
menciona su "palabra"), en realidad lo está "leyendo" o escuchando
en la vida de su pueblo, en la infidelidad o en el sufrimiento del
mismo, codificados como juicio o como promesa de salvación. Dios está en el
acontecimiento, y el profeta elabora en "palabras" esa presencia
divina en la vida.
y si "la Palabra se hizo carne" (Juan 1: 14), ¿no
significa también una negación de todo intento de clausurar la palabra de
Dios en la Torá, o sea en la Ley? Reflejo y expresión múltiple de la
revelación de Dios en la historia, la Torá llegó a ser negada como
sentido al ser totalizada como palabra autónoma, cerrada, impermeable a nuevas
manifestaciones de Dios que modificaran sus lecturas ya fijadas
(¡aparentemente!) por la
tradición. Jesús fue el acontecimiento nuevo de Dios
que imponía una relectura de la Torá. Incapaces de
"reconocerlo" a ese Dios en las prácticas y en las palabras de Jesús,
muchos judíos de su tiempo se volvieron sorpresivamente
"desconocedores" del mismo.
"Si me (re)conocierais a mí, conoceríais también a
mi Padre" (Juan 8:19); "el que me ve a mí, ve a aquel que me ha
enviado" (12:45 y cf. 14:7).
Llama mucho
la atención el hecho de que Jesús haya podido decir -en el relato joáneo- que
los "teólogos", los conocedores de Dios de aquel momento, súbitamente
se habían convertido en sus desconocedores. Dios, en efecto, se epifaniza en
el Jesús histórico. Tocaba a la fe identificarlo allí. ¿Pero es "fe"
tal clausura de Dios en la Torá? ¿Está
Dios en un texto, o está en la vida? Conflicto hermenéutico por un lado; pero
reduccionismo de la revelación por el otro. Tal fue el drama de aquellos judíos
que dejaron "pasar" el acontecimiento-de-Dios-en-Jesús sin captado y,
desde él, releer las Escrituras transmitidas como "palabra" de ese Dios.
El mismo
ciclo se repite en la historia de la Iglesia. El teologúmeno de la revelación
"terminada", con todas sus buenas intenciones y toda la verdad que
contiene como expresión simbólica, produce un corto circuito en el proceso de
esa misma revelación: 'Dios I palabra',
en vez de 'Dios I acontecimiento
I palabra'. ¿Quedamos sólo con
una palabra que "ilumina" los sucesos humanos, las vicisitudes de
los pueblos? ¿No está diciendo nada nuevo Dios en las luchas de los
oprimidos, en los procesos de liberación, en el aporte de las ciencias al
conocimiento del ser humano y sus problemas, de sus posibilidades creativas, de
la realidad y sus estructuras opresivas, en los impulsos por construir un
hombre nuevo en una sociedad nueva? No se trata únicamente de una novedad en
el orden del conocimiento de la revelación ya hecha, ni sólo de que Dios se
manifiesta con modalidades inéditas y no experimentadas antes (por la
profundización en su primera revelación: nivel del conocimiento en última
instancia, de una gnosis humana) sino sobre todo de que se revela en los
acontecimientos.
Si es así,
entonces la epifanía de Dios debe generar un proceso hermenéutico que producirá
su palabra: el discurso de la fe en todas sus modulaciones (oración,
"credos", proclamación, teología), palabra nueva en verdad. No simplemente
una iluminación de la historia presente con la luz proyectada desde atrás (el
texto bíblico) sino la captación del rostro de Dios cual se dibuja en la
historia de los seres humanos.
La Biblia
misma nos orienta a la lectura de Dios en los sucesos del mundo y nos
enseña justamente a reconocerlo como se manifiesta ahora y no como
repetición del pasado.
La historia
humana es una novedad constante, y la presencia de Dios que la acompaña
también 10 es. Cristo, como
acontecimiento central y máximo de esta historia, es un acontecimiento
inacabado. La apocalíptica cristiana lo espera
una segunda vez para "cerrar" esta historia.
La crítica
judía a los cristianos que reconocemos en Jesús al Mesías y salvador, de que
el mundo sigue igual que entonces, se basa en aquella concepción según la cual Cristo es el telos
de la revelación y de la acción salvífica de Dios. Todo está dicho y todo
está hecho, sólo que en la historia subsiguiente se explicita y profundiza 10 dicho, y se producen los efectos de lo hecho.
¿No está más
de acuerdo con el Nuevo Testamento afirmar que con Cristo empieza la
escatología y el orden nuevo; que él es una clave hermenéutica para descubrir
a Dios en nuestra historia? Cristo mismo, que es la Palabra del Padre
(Juan 1:18 dice magníficamente del Logos-Palabra que "exegésato al
Padre"), no ha dicho todo. Dejó su Espíritu para que nos enseñara todo
(14:26) y nos condujera a la verdad plena (16: 13: hodegései humás en te
alethéia pase).
La Biblia es
la lectura de fe de sucesos paradigmáticos de la historia salvífica, y la
lectura paradigmática de una historia de salvación que no ha terminado. Como
mensaje paradigmático y normativo, no excluye su propia relectura a la luz de
nuevos acontecimientos. Si no tiene sentido clausurar la revelación de Dios en
la historia pasada (porque se opone a la forma misma del mensaje bíblico), tampoco
lo tiene convertir a la Biblia en un "depósito" clausurado, del cual
sólo hay que "sacar". Como texto normativo, canónico, del mensaje
salvífico de Dios, y precisamente por ser normativo, incorpora -por su
relectura- el sentido nuevo de sucesos nuevos de la historia.
Interpretar,
en efecto, es acumular sentido. Exégesis es
eiségesis, es "entrar" en el texto bíblico con una carga de
sentido que recrea el primer sentido, justamente porque es puesto en sintonía
con él, sea por el continuum de una praxis de fe (nivel del "efecto
histórico") o por el de las sucesivas interpretaciones o relecturas
(nivel de la tradición hermenéutica) .
Este carácter decisivo del acontecimiento -la historia- como lugar primero
de la revelación de Dios ayer y hoy, pone en evidencia la endeblez y
parcialidad de una teología fundada solamente en la(s) fuente(s) transmitida(s)
de la revelación. Sea
la "Scriptura sola" o acompañada de la Tradición, no hay mucha
diferencia. Si la tradición fuera viviente, empalmaría con lo que llamamos la
revelación presente de Dios en la historia. Pero la
visión católica de la Tradición la convierte de hecho en un texto (los
Padres de la Iglesia, la liturgia, etc.) que prolonga un poco más la revelación
bíblica pero que se clausura en algún momento y es controlada por una autoridad
magisterial. Desde entonces, estamos todavía en una "teología de las
fuentes" que, epistemológicamente, no se diferencia de la "teología
de la Torá" rabínica, en la medida en que canaliza toda revelación
de Dios a través de vasos ya repletos, cerrados y puestos en depósito.
¡Qué difícil
es el camino de una teología abierta! Por ello una teología como la
latinoamericana resulta conflictiva. Lo mismo pasa con el nuevo lenguaje sobre
Dios (= teología) que surge de la
praxis de la fe entre los cristianos comprometidos. Sólo así cabe un magisterio
eclesial (en el catolicismo) o una tradición confesional (en el
protestantismo), en cuanto unifican y clausuran momentáneamente el
sentido de una tradición y de una praxis, pero para dejar paso simultáneamente
a una nueva apertura, a la luz de esa alternancia entre praxis y texto que
constituye el proceso hermenéutico. Lo que no es bíblico ni hermenéutico es la
clausura total de una lectura del querigma, o su control puramente
autoritario.
4. El lenguaje de la fe.
Es
importante señalar que el concepto de revelación de Dios en el
acontecimiento, y no sólo en la palabra transmitida, ayuda a comprender en
profundidad la misma tradición bíblica. El lenguaje de ésta participa de las
características de todo lenguaje religioso, y por ello expresa mediante
símbolos literarios o códigos narrativos el "sentido" que la fe descubre
en sucesos humanos que, a simple vista, no tienen nada de extraordinario. El
acontecimiento de la liberación de la esclavitud egipcia fue el mismo para los
egipcios que para los hebreos, y pudo haber tenido lugar entre esclavos
cananeos o' libios de esa época. En cambio, la representación del evento
como "paso del mar" o en otros relatos que lo anuncian y describen,
forma parte de la palabra-del-acontecimiento, la palabra que
"dice" una presencia del Dios actuante en la historia, concretamente
en ese proceso de liberación.
Esta reflexión tiene tres consecuencias que saltan a la
vista:
a) El
acontecimiento salvífico queda mejor "centrado": es la experiencia de
la liberación, y no el paso del mar ni las plagas; estas
representaciones interpretan, no repiten, el suceso.
b) Se valora
el texto o relato que interpreta y amplifica las dimensiones
querigmáticas y teológicas de aquel hecho de liberación: una vez que éste es
"leído" en una "palabra", queda subsumido en ella, y sus
"efectos históricos" (las prácticas que genera) lo serán a su vez, en
una secuencia dialéctica y creadora-de-sentido (capítulo 11). El texto es
entonces portador de mensaje porque está incorporando constantemente las
relecturas de sí mismo que son reclamadas por las prácticas y por el trabajo
de la fe que va descubriendo al Dios siempre nuevo en la historia.
e) Hay que
recalcar que ZaJe es decisiva
para formular y confesar aquella presencia salvífica de Dios en los hechos
humanos. Pensar que él debe manifestarse con milagros y fenómenos
extraordinarios como cuenta el "relato" del éxodo o tantos otros, es
caer en una ingenuidad propia de quien ignora cómo se instaura el discurso
religioso. Éste es un después del acontecimiento, cuya lectura es. ¿Acaso
la liberación de tantos pueblos a lo largo de los siglos, o la lucha de otros
todavía hoy, no son hechos salvíficos y, desde una óptica bíblica,
manifestaciones de Dios? Afirmar que son hechos políticos humanos (que
sí lo son), pero haciendo con ello una afirmación teoZógica (que Dios no se revela en ellos), es quedar con una
revelación "en depósito", y repetir la actitud (plenamente
"hermenéutica" por cierto) de los fariseos que presentaron el
acontecimiento de Jesús como "demoníaco" (Lucas 11:15.19).
***
Aludimos
hace un momento al lenguaje religioso. La teología tradicional ha difundido la
creencia de que el querigma bíblico se expresa en conceptos. Pero sabe muy
bien hablar de símbolos (mal llamados "signos") al referirse a los
sacramentos, Se ignora que sobre Dios sólo se puede hablar en símbolos (las
cosas naturales que remiten en transparencia a un segundo sentido que
trasciende, de alguna manera, la experiencia fenoménica) o mediante el mito,
esos haces de símbolos construidos como "relato" de un acto
divino originario, instaurador de una realidad, institución, costumbre, etc.,
actuales, y cuyo sentido quiere ser.4
La fe de
Israel estableció una ruptura con la cosmovisión mítica (fragmentación
de lo sagrado en los fenómenos de la naturaleza, de donde su esquema cíclico),
pero nunca con el lenguaje del mito, forma imprescindible del discurso
religioso, El símbolo es "remisor" a otra esfera por virtud de su
polisemia semántica; el mito, por su parte, es un lenguaje quebrado que elabora
una "historia" de hechos maravillosos en el mundo divino que
instauran el orden actual de la realidad: ese recurso es justamente para
"decir" lo trascendente o simplemente el nivel de "sentido"
profundo que hay en las cosas, en aquello que es relevante en la vida del ser
humano inserto en un grupo (no hay mitos individuales).
En una
palabra, el lenguaje sobre Dios no puede hacer abstracción de la imagen. A Dios
no se lo conceptualiza (el dogma es una forma de gnosis que rebaja la
experiencia de la fe al plano racional de interpretación5); se lo
representa en imágenes. Y la Biblia es, de punta a punta, una representación de Dios, sea en el
lenguaje remisor del símbolo y del mito (aun los relatos más
"históricos" están interpretados y "quebrados" para decir
una dimensión de fe), sea en el de tantos códigos lingüísticos o géneros
literarios que son otra expresión de la "imagen" (en el sentido de
que cada género comunica un mensaje por su estructura lingüística y no sólo
por el contenido; por la "forma" y no sólo por conceptos).
5. Recontextualización del querigma bíblico.
Así
entendida la revelación (parágrafo 3) es un desafío, por cuanto impulsa a
descubrir en el acontecimiento una riqueza de sentido que no tiene por qué
"coincidir" con lo sucedido en Israel. Pero por otra parte el
lenguaje de la fe tiene dos condicionamientos significativos, debidos a su
propia fecundidad:
a) Por un
lado, parte de una experiencia o de un acontecimiento de por sí fugaz e
irreversible: el discurso de la fe se desplaza continuamente, al contemplar
aquel acontecimiento desde nuevas experiencias o prácticas. Es la distancia
desimplicadora de la reserva-de-sentido del acontecimiento, o del relato que
ya lo ha leído. Por eso resulta extraña la preocupación desmedida por
inmovilizar los dogmas. No se quiere negar su valor; tienen en efecto una función
"c1ausuradora" en un momento determinado de discusión teológica de
interpretación de la
praxis. Es una forma como la comunidad defiende su identidad.
Lo que es antihermenéutico es la rigidización de los mismos en fórmulas
definitivas. Lo inadmisible, por su parte, es la muerte del símbolo por la
frecuente "historización" del lenguaje religioso.
b) Por otro
lado, el lenguaje de la fe sólo puede ser limitado, cultural y literariamente,
condición de todo lenguaje. Todo discurso -al pretender decir algo a alguien
sobre algo- supone la clausura con textual que lo hace inteligible. De
otra manera no es mensaje. No hay lenguas universales, efectivamente. Tampoco
la Biblia fue escrita por encima de los tiempos y de las culturas. Fue escrita
por y para el pueblo hebreo. Sólo mediante profundas relecturas llegó a ser el
libro de los primeros cristianos, en un reducido ámbito geográfico. Significa
que el mensaje bíblico está fuertemente contextualizado. Para que sea comprendido
desde otras situaciones históricas debe ser "recontextualizado".
Si el cristiano es capaz de leer los signos de los tiempos, dicha lectura
estará en sintonía con los "ejes querigmáticos" de la Biblia,
codificados a su vez en los "ejes semánticos" (nivel de texto) que
fueron ya mencionados.
Esta
perspectiva hermenéutica -fortalecida por el rodeo de la semiótica- garantiza
la legitimidad de las teologías de base, como son para nosotros la teología de
la liberación, la feminista, la negra, o la que defiende la expresión de la
fe en códigos de la propia cultura (asiática o africana, por ejemplo). Si la
teología latinoamericana de la liberación, por ejemplo, parte de un análisis
correcto y concientizador de la realidad social, no se convierte por ello en
"sociología" ni en "antropología". ¿Acaso no importa conocer
la realidad, en la que Dios
se epifaniza? Las mismas ciencias sociales, ¿no pueden entenderse como un
instrumento para recontextualizar el mensaje de Dios?
Por supuesto
que es la fe la que luego reconoce en las situaciones de cautiverio,
marginación u opresión, y en toda situación humana, un llamado de Dios para
una realización plena.
6. Sobre algunas objeciones.
El énfasis
en la "recontextualización" de la Biblia teología de la liberación,
comunidades eclesiales de base, cristianos comprometidos con el cambio social,
etc.- suscita algunas objeciones. Señalamos algunas:
a) Parecería
que la lectura de la Biblia se hace subjetiva; poco fundada en la
Biblia misma, valga la
paradoja. Creemos que es lo contrario lo que sucede. La
acusación de subjetividad (ahora ya no tan frecuente) levantada contra la
hermenéutica bíblica valdría, en tal caso, para toda teología, ya que no existe
teología alguna que sea "objetiva". Ni la exégesis académica puede
serlo.
El rodeo por
la semiótica marca, como se ha visto en el capítulo 1, que la hermenéutica de los textos está condicionada por
los textos mismos. Efectivamente, el texto indica el límite (por más
amplio que sea) del sentido.
Polisemia del texto no equivale a cualquier cosa. Un texto dice lo que
permite decir. Su polisemia surge de una clausura previa.
De ahí que
sea indispensable situado en su propio contexto por medio de los métodos histórico-críticos,
y explorar su capacidad de producir sentido (leyes de la semiótica y de la
narratología), para así hacer aflorar su "adelante" desde la vida.
b) Se
acostumbra también criticar a toda teología comprometida y en especial a la
latinoamericana, de usar más el Antiguo Testamento que el Nuevo.
En primer
lugar, toda la Biblia es palabra de Dios, y existe el derecho de usar el Antiguo
Testamento cuanto se quiera.
Segundo, la
Biblia es un texto que destaca la continuidad de un proyecto soteriológico
que pasa por determinados ejes narrativos y querigmáticos.
Tercero, el
Antiguo Testamento contiene una teología narrativa más extensa, proporcionando
numerosos ejemplos de sucesos históricos vistos a la luz del acontecimiento
fundante del éxodo.
Cuarto,
nadie puede negar que la Biblia es un libro sumamente variado y rico donde se
dan cita muchas corrientes teológicas. De ahí la importancia de asumido como un
gran relato (véase más arriba, en 11 3).
Hay, por
otra parte, un principio hermenéutico que se deduce del análisis hecho, a
saber, que el querigma que es releído y profundizado no se pierde por eso sino
que puede ser retornado una y otra vez. Está en la fuente, y como tal es
inexhaurible. Si el Antiguo Testamento es releído en el Nuevo, no significa que
debe ser anulado o puesto de costado. Esta fecundación hermenéutica motiva aún
más la recuperación de su sentido inagotable.
Por lo
demás, hay que recordar también que algunas lecturas del hecho erístico
recogidas en el mismo Nuevo Testamento dejan en un cono de sombra importantes
aspectos querigmáticos del Antiguo: el pecado individual, por ejemplo, destaca
mucho más que el de las estructuras sociales (caso de los profetas de Israel);
la escatologización del Reino (¡no en Lucas!) parece relativizar la lucha por
un orden justo en este mundo, aunque apunta a negar los poderes políticos
reinantes.6 Pablo contempla la esclavitud desde un plano tan alto
que no afecta a la realidad del esclavo concreto (1 Corintios 7:20-24; 1
Timoteo 6:1s), y excluye a las mujeres de la palabra en las asambleas eclesiales
(1 Corintios 14:33b-35 y comp. 11:2-15). Recomienda a los cristianos de Roma
la obediencia a las autoridades (del imperio opresor en ese momento) (Romanos
13:1ss). Cada texto es, en la intención de su autor, una clausura de sentido.
Además, su mensaje es contextual y coyuntural.
Pero en su transmisión muere el autor y emerge su polisemia.
Con un riesgo y una ventaja: el riesgo está en la propia
"descontextualización" que implica la relectura ulterior del texto.
Tomemos el caso de 1 Corintios 14:33b-35: al escribir a una iglesia griega, es
posible que Pablo no hubiera considerado oportuno negar de golpe una praxis
cultural, basada sin duda en la cosmovisión órfico-platónica que idealiza al
varón y deprecia a la mujer.
La universalización descontextualizada del texto eleva a
"doctrina" lo que pudo ser una indicación circunstancial. ¡Esto
salvaría a Pablo pero no al texto! Y nosotros no leemos a Pablo sino el texto
escrito por él!
¿ Y cuál sería la ventaja del tránsito del autor al texto?
Recordemos que a nivel lingüístico, este relato está
dentro de otro relato, la Biblia como totalidad (ya se habló de
intratextualidad). En este único texto que es la Biblia, otra afirmación
paulina (Gálatas 3:28s: " ... no hay hombre ni mujer, ya que todos
vosotros sois uno en Cristo Jesús") establece un principio más radical
que subsume al anterior y se remonta en definitiva al Antiguo Testamento
(Génesis 1:26, y cf. Efesios 5:31s).7 En la recirculación que se establece en
esta intratextualidad (si no ya en la misma intertextualidad) de la Biblia, el
Antiguo Testamento no ha agotado su sentido, precisamente porque se lo relee a
través del prisma cristológico. No puede haber, por lo tanto, ningún abuso del
Antiguo Testamento.
***
Conclusión.
La Biblia es
nuestra "palabra de Dios". Es la recolección del sentido de sus
actos salvíficos. No es sólo un texto para leer. Es también una palabra
proclamada, que lo reinterpreta para la
vida.
Vimos que si
el acontecimiento se hace "palabra", y ésta desemboca en un
"texto", el texto a su vez reclama la palabra nueva que lo relee. Hay por tanto una rotación secuencia
(en que la palabra engendra el texto, y el texto la palabra. Esa relación
se da también entre la Escritura como totalidad y la palabra que proclama el
querigma: la Escritura fue antes proclamación, y lo es después. Cristo, también, es la Palabra que las Escrituras
interpretan, pero él a su vez es interpretado en nuevos textos que forman el
Nuevo Testamento. Se llega así a una nueva Escritura, que otra vez desciende a
la proclamación.
En suma, la
palabra se hace Escritura, la Escritura se hace palabra nueva. No se puede
terminar nunca ese movimiento. Porque detrás está la presencia de Dios en la vida. Dios de vivientes y no de muertos (Mateo 22:32).
Estimado Misael: Debería poner la fuente de la que tomo el texto, pues esta transcrita al cual se encuentra en el libro original. Este escrito pertenece a José Severino Croatto del libro Hermenéutica Bíblica, quien fuera un sacerdote católico. Al no poner la fuente usted esta haciendo un acto deshonesto, y el libro al que me refiero que esta protegido por leyes de derechos reservados y de autor. Supongo que fue una omisión que con gusto resolverá. Bendiciones
ResponderEliminarYo hago una pregunta todos los escritores y autores, transcrisptores etc. ¿Pediría Cristo que el evangelio tuviera derechos reservados? de ser asi entonces los escritos de los apostoles tuvieran al final una nota marginal... bueno cuestionamientos que me hago en mi mente. Pregunto nuevamente ¿Es usted José Severino Croatto? yo no se quien es este escritor, pero si realmente es usted pregunto de nuevo ¿Es correcto ocultar el evangelio bajo pena de derechos de autor u otras condiciones humanas? solamente pregunto, Si el redactor del mensaje anterior es el escritor o algun representante legal del autor favor enviarme un E-mail a misaelonancastro@gmail.com o a mi facebook http://www.facebook.com/recursoscristianos.org y con gusto retiro el estudio. Muchas bendiciones...
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