1. El hombre es un ser social
Nuestros
primeros padres fueron creados por Dios en familia que se había de multiplicar
(Gen. 1:28) y dotados de la facultad de comunicarse con lenguaje articulado
consciente (Gen. 2:19-20). Por tanto, el hombre fue creado como un ser social
y, como tal, necesita ser justo también en este aspecto. Por eso, hablamos de
una ética social.
2. La justicia social
Los tratadistas de
Moral y de Derecho solían distinguir desde la antigüedad hasta nuestros días
tres clases de justicia: conmutativa, distributiva y legal. La justicia
conmutativa es la que regula las transacciones y los derechos sobre los bienes
personales de hombre a hombre, exigiendo una igualdad aritmética o
cuantitativa. La justicia distributiva afecta a los gobernantes, quienes deben
distribuir las cargas y los beneficios equitativamente entre los ciudadanos.
La justicia legal afecta a los ciudadanos en sus deberes respecto al Estado.
Bien entrado este siglo 33, quedó acuñado un cuarto aspecto de la justicia, con
el nombre de justicia social, que afecta específicamente a las relaciones
sociales de individuos, empresas, comunidades, etc. en los aspectos laborales,
salariales, etc. Considera, pues, al hombre, no en cuanto individuo, sino en
cuanto ser social que debe cooperar al servicio del bien común desde la base,
de la misma manera que el Estado tiene obligación, por justicia distributiva,
de fomentar ese mismo bien común desde la altura.
3. Trabajo y propiedad
El
segundo cometido que Dios encargó al hombre recién creado (el 1.° fue
multiplicarse) fue, según la imagen de Dios en él, sojuzgar la tierra y
señorearla (Gen. 1:28). Dios "lo puso en el huerto de Edén, para que lo
labrara y lo guardase" (Gen. 2:15). Con el pecado, cambió el clima del
hombre sobre la tierra, de manera que ésta quedó maldita: resultó difícil y
hosca para el hombre, el cual tiene que extraer de ella el fruto con sudor y
fatiga (Gen. 3:17-19).
Sin
embargo, el trabajo conserva todavía los tres fines principales para los que
fue instituido: (a) producir algo útil; (b) desarrollar la propia personalidad,
porque el trabajo ejercita la capacidad creativa y artística del hombre; (c)
cooperar al bien común, elevando el nivel de producción de bienes dentro de la
sociedad.
De
lo dicho se derivan dos consecuencias de capital importancia para tener
criterios correctos sobre la ética social: 1) la dignidad del trabajo: no hay
ningún trabajo degradante para el hombre, con tal que sea honesto y útil. La Palabra de Dios nos ofrece
numerosos textos en apoyo de este aserto, pero nos limitaremos a citar Prov.
10:4; 24:30-31; 1.a Cor. 4:12; Ef. 4:28; 1.a Tes. 2:9; 4:11-12; 2.a Tes.
3:7-10: 2)la legitimidad de cierta propiedad privada, puesto que el producto
del trabajo del hombre es como una prolongación de su propia personalidad.
Advirtamos de entrada que la
Biblia nos presenta a Dios como el verdadero dueño de la
tierra (Gen. 15:7; Sal. 24:1), pero también vemos que Dios permitía en su
pueblo poseer cosas para su bien y para remediar las necesidades ajenas. Lev.
19:9-16 presenta una serie de preceptos de justicia social, incluyendo el de no
hurtar (que ya era el 8.° mandamiento del Decálogo, Ex. 20:15) y se repetirá a
lo largo de la Escritura
(Deut. 5:19; Mt. 19: 18; Me. 10:19; Le. 18:20; Rom. 13:9).
4. Los sistemas económicos a la luz de la Ética cristiana
Antes
de analizar los principales sistemas económicos, bueno será adelantar que las
tres fuentes que intervienen en la producción de riqueza son: el trabajo, la
técnica y el capital. No cabe duda de que la fuente primordial es el trabajo,
entendiéndolo no sólo como producción, sino también como ocupación de algo que
todavía no tiene dueño ("res mtllíus" en la terminología del Derecho
Romano). Los linderos entre las haciendas privadas ya se consideran sagrados en
el A.T. (Deut. 27:17; Os. 5:10). A la luz de estas consideraciones, ya podemos
examinar con mejor conocimiento de causa los principales sistemas económicos:
A)
El Capitalismo. Como producto del liberalismo económico, el capitalismo
propugna la libertad completa (la cua-liñcación ética subjetiva varía según la
conciencia de los individuos y las leyes de los Estados) en la adquisición de
la riqueza y el empleo del capital según las leyes de la oferta y la demanda.
Ha podido producir altos niveles de vida al servicio del confort y del lujo de
muchas personas, pero ha favorecido la desigualdad social, el materialismo y la
avaricia. Sus contribuciones están teñidas de paternalismo. Su argumento es
que la desigualdad básica de los hombres en cuanto a su capacidad y afán por el
trabajo no puede menos de producir la desigualdad económica, ya que vemos que,
de dos hermanos que heredan la misma fortuna, uno puede hacerse millonario con
su talento y su esfuerzo, mientras que el otro se hunde en la miseria por su
incapacidad, su prodigalidad y su holgazanería. Esto es sólo una verdad
parcial, puesto que la necesidad de vivir una vida digna va por delante de la
desigualdad de capacidad; y, por otra parte, muchos individuos que tienen
capacidad y ganas de trabajar no pueden abrirse paso fácilmente en la carrera
competitiva que impone el sistema capitalista.
B)
El Socialismo. Es el sistema que propugna la propiedad pública de los medios
de producción, cambio y distribución, dando a las fuerzas productivas o
"proletariado" el control de las condiciones de existencia y del
poder político de la nación. Tuvo su origen en Karl Marx, y su filosofía, en el
plano puramente económico, se basa en dos principios: 1) la plus-valía del
trabajo sobre el salario: el obrero produce algo que vale más que el salario
que cobra, puesto que una buena parte de su producto pasa a engrosar el volumen
del capital de quien lo emplea como trabajador; 2) la introducción por el
capitalismo de un medio de adquisición ajeno a la producción laboral, como es
el comercio por medio de intermediarios, los cuales elevan el coste de los
productos sin poner de su parte otra cosa que el distribuirlos a los
consumidores, enriqueciéndose así a costa de éstos sin aportar nada a la
producción o al mejoramiento de los bienes de uso o consumo. Este sistema se
divide en, dos sub-sistemas que son:
(a) el socialismo reformista, llamado
simplemente socialismo (y también socialdemocracia), que propugna la colectivización
de los medios de producción, pero admite la propiedad privada de los bienes de
consumo; además no insiste demasiado en los aspectos ateos y dialécticos del
marxismo, y estima que la toma del poder ha de hacerse de acuerdo con el juego
democrático de los partidos, o sea por evolución social, más bien que por
revolución sangrienta. Así es, al menos, como el Socialismo aparece en nuestros
días, liberalizándose en la misma medida en que el Capitalismo de algunos
países ha ido socializándose.
(b) el comunismo, ya estatal, ya
libertario, que propugna la colectivización
no sólo de los medios de producción,
sino también de los bienes de consumo; insiste en los aspectos ateos y
dialécticos del marxismo, aspirando a llegar por la vía revolucionaria a la
dictadura del proletariado.
Prescindiendo
de los aspectos políticos y económicos de estos sistemas y ciñéndonos al
aspecto ético, hemos de decir que cualquier sistema que favorezca la
explotación del hombre por el hombre o por el Estado, o niegue los valores
espirituales, o favorezca la desigualdad económica de las clases sociales, es
contrario a la dignidad de la persona humana y al espíritu del Evangelio. En
cambio, todo sistema en que el hombre pueda ejercitar sin trabas su capacidad
creativa y subvenir a sus necesidades y a las de su familia mediante un trabajo
remunerado, y en que se pongan por obra los postulados de la justicia social,
es compatible con el espíritu del Evangelio.
5. ¿Es el Evangelio un manifiesto revolucionario?
Cunde
hoy en los medios religiosos juveniles, especialmente en la vanguardia del
progresismo católico, la idea de que Jesús vino a predicar un Evangelio social,
haciendo de la Buena
Noticia de Salvación una especie de manifiesto revolucionario.
Es preciso deshacer este equívoco mediante una precisión muy importante. Es
cierto que el Evangelio comporta una revolución, Y UNA REVOLUCIÓN MUCHO MAS
HONDA QUE EL COMUNISMO, puesto que tiende a revolver el mundo entero (Hech.
17:6), trastornando el sistema de los ídolos de todas las clases e imponiendo
la adoración y el servicio al único Dios, y cambiando el corazón mismo del
hombre, mediante el nuevo nacimiento, implantando en su interior el amor como
primer fruto del Espíritu, único modo de encontrar remedio para las injusticias
sociales. Todos los sistemas económicos que pretendan cambiar la situación
político-social, sin cambiar el corazón del hombre, están abocados al fracaso,
porque el hombre es, por propia naturaleza, egocéntrico. Por tanto, el
Evangelio no es un manifiesto social, pero impone y requiere un cambio de mentalidad,
con el cual todas las exigencias de la justicia social obtienen su cabal
cumplimiento.
Esta
es la razón por la cual ni Jesús ni los apóstoles propugnaron un sistema
económico determinado, dado que el pueblo judío ya tenía solucionados sus
problemas socio-económicos mediante las sabias disposiciones dadas por Yahveh
en Lev. 25. Jesús puso la "pobreza en espíritu" como la primera de
las bienaventuranzas y señaló la prioridad de lo espiritual en la preocupación
de los suyos, con fe en la
Providencia (Mt. 6:24-34). Por lo demás, tuvo amigos de buena
posición, como Lázaro, Nicodemo, Zaqueo y José de Arimatea. Es cierto que la Iglesia primitiva de
Jerusalén comenzó ensayando una especie de comunismo blanco (Hech. 2:44-45;
4:32-37), pero no era impuesto, sino voluntario, y, aun tratándose de
creyentes, tuvo sus fallos, por el egoísmo inherente a nuestra naturaleza
(Hech. 5:1-11). Para Jesús, el dinero tendía fácilmente a convertirse en un
ídolo que arruina la verdadera vida del hombre (Mt. 13:22; 19:23; Le. 12:15 y
otros). La carta de Pablo a Filemón no aboga directamente por la abolición de
la esclavitud, pero sienta las bases de una convivencia social, en que el amor
compense de sobra las diferencias de clase. Lo cierto es que la primera
comunidad de Jerusalén era pobre (1.a Cor. 16:1) y que, aun en la próspera
Corinto, eran muy pocos los creyentes que pertenecían a las clases altas (1.a
Cor. 1:26-29). No olvidemos que el Evangelio es, ante todo, una Buena Noticia
para los pobres (Is. 61:1-2; Sof. 3:12; Le. 4:18; 7:22). La
"koinonía" exige la comunicación de bienes entre los creyentes (Hech.
2:42; 1.a Jn. 3:16-18).
6. Deberes sociales de los creyentes
Decimos
"de los creyentes", no porque los demás queden exentos de tales
deberes, sino porque tratamos de Ética cristiana. Nos atendremos a lo que dice la Palabra de Dios:
A)
Amos y criados. Ef. 6:5-9; Col. 3:22-25; 4:1 nos ofrecen principios éticos
básicos para la convivencia social de amos y criados, aplicables a jefes y empleados:
(a) Los criados y empleados han de ser
obedientes, sumisos, sinceros, trabajando de buena gana, como quien cumple la
voluntad de Dios, no sólo cuando los ve el amo, "con temor y
temblor", o sea, con respeto y sentido de la responsabilidad; sin
"injusticias", o sea, no defraudando con falta deliberada de
rendimiento, ni perjudicando a los intereses del amo o de la empresa (Ef.
6:5-8; Col. 3:22-25).
(b) Los amos y jefes deben retribuir
justamente, sin amenazas ni otros modos de coacción, sin acepción de personas,
percatándose de que también ellos tienen en los Cielos un Amo que les exigirá
cuentas (Ef. 6:9; Col. 4:1). Sant. 5:1-6 es una tremenda requisitoria contra
los explotadores de jornaleros y obreros; también vemos que en 2:1-13 acusa sin
paliativos a quienes muestran acepción de personas o favoritismo,
deshaciéndose en atenciones con los ricos, mientras desdeñan a los de humilde
condición.
B)
El derecho a la propia reputación. Fácilmente se olvida que uno de nuestros
primordiales deberes sociales es el de respetar la reputación ajena. (Ex.
20:16; Deut. 5:20). Sant. 3:1-12 describe plásticamente el daño que puede hacer
una mala lengua. Muchos creyentes que parecen extremadamente puritanos en
otras materias, no tienen empacho en publicar secretos fallos de otros hermanos
ni en dañar su estimación con frases, gestos, reticencias o silencios calculados.
El orgullo, el egoísmo o la envidia suelen estar en la base de tales actitudes
muy poco cristianas. "Si alguno no ofende en palabra, éste es varón
perfecto" (Sant. 3:2). Los escritores y periodistas tienen una grave
responsabilidad a este respecto. Un pequeño detalle mal comprobado, cualquier
inexactitud en la información de un hecho, pueden producir un perjuicio de
consecuencias a veces irreparables.
C
Integridad y responsabilidad en el desempeño de la propia profesión. El hecho
de ser creyente debe estimular a una persona a responsabilizarse más que nadie
en el ejercicio competente, íntegro, justo y responsable de la propia profesión.
Los fallos de los creyentes en materia económico-social, además de ser pecado,
son un contra testimonio lamentable. Nadie debe esmerarse mejor que el creyente
en dar el debido rendimiento en el trabajo, en retribuir justamente a los subordinados
o empleados, en llevar honestamente un negocio, en ejercitar con integridad y
competencia la propia profesión. No puede aparecer como buen creyente el que no
se esfuerza en ser un buen médico, abogado, profesor, obrero, jefe de empresa o
empleado.
CUESTIONARIO:
1. ¿En qué consiste
la justicia social? —
2. Dignidad y función
social del trabajo y de la propiedad. —
3. Los sistemas
económicos a la luz de la Ética. —
4. Valor social del
Evangelio. —
5. Deberes sociales
de los creyentes.
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