¿Por qué fue tan significativa la “conversión” de Constantino? Porque como emperador él ejerció vigorosa influencia en los asuntos de la iglesia “cristiana”, que estaba dividida en cuanto a doctrina, y él quería unidad en su imperio. En aquel tiempo los obispos de habla griega y los de habla latina estaban envueltos en un debate sobre “la relación entre la ‘Palabra’ o el ‘Hijo’ de ‘Dios’ que había sido encarnado en Jesús, y ‘Dios’ mismo, ahora llamado ‘el Padre’, puesto que por lo general su nombre, Yahweh, había sido olvidado” (The Columbia History of the World [Historia universal Columbia]). Algunos favorecían el punto de vista bíblico que indicaba que Cristo, el Ló‧gos, había sido creado y por lo tanto estaba subordinado al Padre. (Mateo 24:36; Juan 14:28; 1 Corintios 15:25-28.) Entre estos estaba Arrio, un sacerdote de Alejandría, Egipto. De hecho, R. P. C. Hanson, profesor de teología, dice: “No hay ningún teólogo de la Iglesia oriental ni de la occidental antes del estallido de la controversia arriana [en el siglo IV] que no considere que en algún sentido el Hijo está subordinado al Padre” (The Search for the Christian Doctrine of God [Búsqueda de la doctrina cristiana de Dios]).
Otros consideraban herejía aquel punto de vista sobre la subordinación de Cristo y tendían más a adorar a Jesús como “Dios Encarnado”. Sin embargo, el profesor Hanson dice que el período en cuestión (el siglo IV) “no fue la historia de defender contra los ataques de una herejía franca [el arrianismo] una ortodoxia [trinitaria] ya aceptada. Todavía no había ninguna doctrina ortodoxa sobre el asunto que principalmente se consideraba”. Hanson sigue expresándose: “Cada bando creía que tenía a su favor la autoridad de las Escrituras. Cada uno decía que los demás se habían apartado de lo ortodoxo y lo tradicional y lo bíblico”. Había división total entre las filas religiosas en cuanto a esta cuestión teológica. (Juan 20:17.)
Constantino quería unidad en su dominio, y en 325 E.C. convocó un concilio de sus obispos en Nicea, en la región oriental —de habla griega— de su imperio, al otro lado del Bósforo desde la nueva ciudad de Constantinopla. Se dice que de 250 a 318 obispos asistieron, solo una minoría de la cantidad total, y la mayoría de los que concurrieron eran de la región de habla griega. Ni siquiera el papa Silvestre I estuvo presente. Después de un acalorado debate, de aquel concilio que no representaba completamente a los implicados salió el credo niceno, tan inclinado hacia el pensamiento trinitario. Pero no pudo resolver el argumento doctrinal. No aclaró el papel del espíritu santo de Dios en la teología trinitaria. El debate siguió rabiando por décadas, y exigió más concilios y la autoridad de diferentes emperadores y el uso del destierro para lograr al fin conformidad. Fue una victoria para la teología y una derrota para los que se apegaban a las Escrituras. (Romanos 3:3, 4.)
A través de los siglos, como resultado de la enseñanza de la Trinidad se ha sumido al único Dios verdadero, Jehová, en el lodazal de la teología Dios-Cristo de la cristiandad. Lo que se desenvolvió después como consecuencia lógica de esa teología fue pensar que, si Jesús era realmente Dios Encarnado, entonces era obvio que la madre de Jesús, María, era la “Madre de Dios”. Con los años eso ha llevado a que se venere a María de muchas diferentes formas, a pesar de que no hay absolutamente ningún texto bíblico que asigne a María un papel de importancia que sobrepase el de haber sido la humilde madre biológica de Jesús. (Lucas 1:26-38, 46-56.) A través de los siglos la Iglesia Católica Romana ha desarrollado y adornado la enseñanza acerca de una Madre de Dios, con el resultado de que muchos católicos veneran a María mucho más fervorosamente de lo que adoran a Dios.
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