Contrario a lo que aleguen los evolucionistas, el ser humano posee una dimensión espiritual que lo distingue de las criaturas inferiores y lo hace superior a ellas. Nace con el impulso de investigar lo desconocido. Siempre está luchando con preguntas como: ¿Qué significado tiene la vida? ¿Qué pasa después de la muerte? ¿Qué posición ocupa el hombre con relación al mundo material y, de hecho, con relación al universo? También lo impulsa el deseo de comunicarse con algo más elevado y poderoso que él mismo para adquirir algún dominio sobre su ambiente y su vida. (Salmo 8:3, 4; Eclesiastés 3:11; Hechos 17:26-28.)
Ivar Lissner, en su libro Man, God and Magic (El hombre, Dios y la magia), expresa esto así: “Maravilla la perseverancia con que el hombre, durante toda su historia, se ha extendido hacia más allá del hombre mismo. Sus energías nunca se han dirigido tan solo a satisfacer las necesidades de la vida. Siempre ha estado investigando, buscando a tientas más allá, aspirando a lo inalcanzable. Este extraño impulso inherente al ser humano es su espiritualidad”.
Por supuesto, los que no creen en Dios no ven los asuntos precisamente así. Por lo general atribuyen esta tendencia humana a las necesidades del hombre —sicológicas o de otro tipo—, como hemos visto en el capítulo 2. Con todo, ¿no es acaso lo común el que la mayoría de la gente, al verse ante un peligro o en una situación desesperada, lo primero que haga sea acudir por ayuda a Dios o a algún poder superior? Esto es tan cierto hoy como en el pasado. Por eso, Lissner pasa a decir: “A nadie que haya estudiado los pueblos más primitivos se le escapa que todos tienen un concepto de Dios, que tienen viva conciencia de que existe un ser supremo”.
Pero un asunto muy diferente fue cómo trataron de satisfacer ese deseo innato de extenderse hacia lo desconocido. Los cazadores y ganaderos nómadas temblaban ante el poder de las bestias salvajes. Los agricultores tenían particular conciencia de los cambios en las condiciones del tiempo y las estaciones. La gente que vivía en la selva reaccionaba muy diferentemente de la gente que vivía en los desiertos o las montañas. Frente a estos variados temores y necesidades, la gente desarrolló una desconcertante variedad de prácticas religiosas por las cuales esperaba ganarse el favor de los dioses benevolentes y apaciguar a los que le infundían temor.
A pesar de la gran diversidad, se pueden reconocer ciertos rasgos en común en estas prácticas religiosas. Entre ellos están la reverencia y temor a espíritus sagrados y poderes sobrenaturales, el uso de la magia, la adivinación del futuro por señales y agüeros, la astrología y diversos métodos de leer la buenaventura. Al examinar estos rasgos veremos que han desempeñado un papel de importancia en moldear el pensamiento religioso de gente de todo el mundo y a través de los tiempos, hasta de gente que vive hoy.
Ivar Lissner, en su libro Man, God and Magic (El hombre, Dios y la magia), expresa esto así: “Maravilla la perseverancia con que el hombre, durante toda su historia, se ha extendido hacia más allá del hombre mismo. Sus energías nunca se han dirigido tan solo a satisfacer las necesidades de la vida. Siempre ha estado investigando, buscando a tientas más allá, aspirando a lo inalcanzable. Este extraño impulso inherente al ser humano es su espiritualidad”.
Por supuesto, los que no creen en Dios no ven los asuntos precisamente así. Por lo general atribuyen esta tendencia humana a las necesidades del hombre —sicológicas o de otro tipo—, como hemos visto en el capítulo 2. Con todo, ¿no es acaso lo común el que la mayoría de la gente, al verse ante un peligro o en una situación desesperada, lo primero que haga sea acudir por ayuda a Dios o a algún poder superior? Esto es tan cierto hoy como en el pasado. Por eso, Lissner pasa a decir: “A nadie que haya estudiado los pueblos más primitivos se le escapa que todos tienen un concepto de Dios, que tienen viva conciencia de que existe un ser supremo”.
Pero un asunto muy diferente fue cómo trataron de satisfacer ese deseo innato de extenderse hacia lo desconocido. Los cazadores y ganaderos nómadas temblaban ante el poder de las bestias salvajes. Los agricultores tenían particular conciencia de los cambios en las condiciones del tiempo y las estaciones. La gente que vivía en la selva reaccionaba muy diferentemente de la gente que vivía en los desiertos o las montañas. Frente a estos variados temores y necesidades, la gente desarrolló una desconcertante variedad de prácticas religiosas por las cuales esperaba ganarse el favor de los dioses benevolentes y apaciguar a los que le infundían temor.
A pesar de la gran diversidad, se pueden reconocer ciertos rasgos en común en estas prácticas religiosas. Entre ellos están la reverencia y temor a espíritus sagrados y poderes sobrenaturales, el uso de la magia, la adivinación del futuro por señales y agüeros, la astrología y diversos métodos de leer la buenaventura. Al examinar estos rasgos veremos que han desempeñado un papel de importancia en moldear el pensamiento religioso de gente de todo el mundo y a través de los tiempos, hasta de gente que vive hoy.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tienes alguna duda, comentario, sugerencia no te olvides de dejarlo para poder mejorar nuestra página.