Quiero proponer seis preguntas muy importantes que debemos hacernos hoy
como cristianos evangélicos:
- ¿Pero es que nos hace realmente falta a los cristianos un estudio sobre ETICA CRISTIANA?.
- ¿Es que no tenemos bastante con la Biblia e incluso, apurando más, con el Nueva estamento?
- ¿No hemos acabado ya con la Ley y con sus Valladas normas?
- ¿No es Jesucristo el que vive en el creyente y el que, por medio de su Espíritu, obra en nosotros su fruto?
- ¿No es el Amor la única "Ley" del cristiano?
- ¿No podemos suscribir la bien conocida y bella frase de Agustín de Hipona: "Ama, y haz lo que quieras"?
A todas estas objeciones esperamos dar cumplida
respuesta lo largo de estas páginas. Pero permítaseme, ya de entrada, una
observación general bien fundada en mi propia experiencia privada. Cuando yo
salí por primera vez de una Iglesia que, a la sazón, disponía de una particular
moral completa y minuciosamente cuadriculada, y en el que se insinuaba que la
Palabra de Dios y la dirección de su Espíritu me bastaba para orientarme en la
esfera de lo ético, me llegué a sentirme completamente impotente de una
normativa que me ayudase a saber a qué atenerme en multitud de problemas de índole
moral.
Y es que, para saber a qué atenerme en multitud de circunstancias
que me apremiaban a decidirme aquí y ahora por lo que es "la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta" (Rom. 12:1), se necesita una gran madurez
espiritual cristiana, basada en una total consagración al Señor, con las
antenas siempre alerta a las indicaciones de su Espíritu, y en un conocimiento
no corriente de esa sabiduría de salvación que proporcionan las Sagradas Escrituras.
(cf 2Tim. 3:14-17).
Ahora bien, ¿cuántos son los cristianos evangélicos
que disponen del tiempo suficiente (aun suponiendo que no les falten ganas)
para adentrarse de lleno en todo el cuerpo de enseñanzas éticas —muchas veces,
implícitas—, diseminadas a lo largo de toda la Palabra de Dios según lo demandaban
las peculiares circunstancias de tiempo y lugar, puesto que la Biblia no es
primordialmente un Credo ni un Código, sino una Historia de la Salvación?
Y aun conociendo exhaustivamente, si ello fuera
posible, todas las enseñanzas éticas, de la Sagrada Escritura, ¿dónde encontrar
allí alguna indicación clara sobre la permisión o ilicitud de cosas tan
importantes, y siempre actuales, tales como el uso de anticonceptivos en el
matrimonio, la ejecución de la pena de muerte o el empuñar las armas en caso
de guerra "legítima"?
Si sé me discute que basta, para el verdadero
creyente, con seguir las indicaciones del Espíritu Santo, replicaré inmediatamente
que, aun en el más consagrado de los creyentes, la acción del Espíritu Santo,
aun siendo una brújula infinitamente fiable, no garantiza la infalibilidad ni
la impecabilidad de ningún ser humano —excepto las del Hombre con mayúscula,
que era también el Hijo de Dios—, puesto que todos los demás albergamos todavía
en nuestro entendimiento y en nuestro corazón la vieja naturaleza caída, con su
"yo" destronado, pero no destruido. Creyentes y líderes evangélicos
de la más alta competencia y de la más profunda espiritualidad, piensan a
veces (y actúan) equivocadamente, en notoria contradicción con lo que el
Espíritu de Dios requiere en determinadas circunstancias, creyendo sinceramente
que sus ideas, sus planes, sus métodos, sus consejos, sus realizaciones, son
un eco de la voluntad de Dios, cuando sólo son producto de una esclerosis
mental que no les permite conjugar sabiamente, la inmutabilidad de los
principios con la flexibilidad de los métodos de adaptación a la circunstancia.
De ellos no se han librado los más grandes hombres de
Dios, incluidos los mayores colosos de la Historia de la Salvación: Abraham,
Moisés, David, Elías, Juan el Bautista, Pablo y Cefas. Si esto sucede en los
líderes más consagrados, ¿qué diremos de las comunidades en general, con la
gran cantidad de miembros de iglesia a quienes falta o la debida competencia
bíblica o la necesaria consagración espiritual? ¿no serán presa fácil, ya de
una rigidez farisaica, ya de una cómoda ética de situación?
Para garantizar, en cada circunstancia, una actitud
genuinamente cristiana, se necesitan, "una armonía y un equilibrio que,
precisamente por ser de Dios, sólo en muy raras ocasiones ha acertado a vivir
la Iglesia en su plenitud. Al corazón humano le es más fácil caer en alguna de
las tentaciones extremas: el antinomianismo o el legalismo, la superficialidad
o la escrupulosidad enfermiza, el sentimiento moralizante o el puritanismo
inflexible y sin alma."
El propósito de estos estudios es con el fin de ayudar
a los creyentes a formarse unos criterios morales de acuerdo con una correcta
ética de situación bíblica. Precisamente por ser conscientes de la falibilidad
de nuestra óptica, apreciaremos sumamente cuantas sugerencias se nos hagan a
fin de clarificar conceptos y encontrar, para problemas difíciles, la
normativa que más se acerque a la letra y al espíritu de la Palabra de Dios
tomada en su conjunto.
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