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martes, 10 de noviembre de 2015

ETICA CRISTIANA




Quiero proponer seis preguntas muy importantes que debemos hacernos hoy como cristianos evangélicos:

 
  1. ¿Pero es que nos hace realmente falta a los cristianos un estudio sobre ETICA CRISTIANA?.
  2. ¿Es que no tenemos bastante con la Biblia e incluso, apurando más, con el Nueva estamento?
  3. ¿No hemos acabado ya con la Ley y con sus Valladas normas?
  4. ¿No es Jesucristo el que vive en el creyente y el que, por medio de su Espíritu, obra en nosotros su fruto?
  5. ¿No es el Amor la única "Ley" del cristiano?
  6. ¿No podemos suscribir la bien conocida y bella frase de Agustín de Hipona: "Ama, y haz lo que quieras"?

A todas estas objeciones esperamos dar cumplida respuesta lo largo de estas páginas. Pero permítaseme, ya de entrada, una observación general bien fundada en mi propia experiencia privada. Cuando yo salí por primera vez de una Iglesia que, a la sazón, disponía de una particular moral completa y minuciosamente cuadriculada, y en el que se insinuaba que la Palabra de Dios y la dirección de su Espíritu me bastaba para orientarme en la esfera de lo ético, me llegué a sentirme completamente impotente de una normativa que me ayudase a saber a qué atenerme en multitud de problemas de índole moral.
Y es que, para saber a qué atenerme en multitud de circunstancias que me apremiaban a decidirme aquí y ahora por lo que es "la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta"  (Rom. 12:1), se necesita una gran madurez espiritual cristiana, basada en una total consagración al Señor, con las antenas siempre alerta a las indicaciones de su Espíritu, y en un conocimiento no corriente de esa sabiduría de salvación que proporcionan las Sagradas Escrituras. (cf 2Tim. 3:14-17).

Ahora bien, ¿cuántos son los cristianos evangélicos que disponen del tiempo suficiente (aun suponiendo que no les falten ganas) para adentrarse de lleno en todo el cuer­po de enseñanzas éticas —muchas veces, implícitas—, diseminadas a lo largo de toda la Palabra de Dios según lo de­mandaban las peculiares circunstancias de tiempo y lugar, puesto que la Biblia no es primordialmente un Credo ni un Código, sino una Historia de la Salvación?
Y aun conociendo exhaustivamente, si ello fuera posible, todas las enseñanzas éticas, de la Sagrada Escritura, ¿dónde encontrar allí alguna indicación clara sobre la permisión o ilicitud de cosas tan importantes, y siempre actuales, tales como el uso de anticonceptivos en el matrimonio, la ejecución de la pena de muerte o el empu­ñar las armas en caso de guerra "legítima"?
Si sé me discute que basta, para el verdadero creyente, con seguir las indicaciones del Espíritu Santo, replicaré in­mediatamente que, aun en el más consagrado de los creyentes, la acción del Espíritu Santo, aun siendo una brújula infinita­mente fiable, no garantiza la infalibilidad ni la impecabilidad de ningún ser humano —excepto las del Hombre con mayús­cula, que era también el Hijo de Dios—, puesto que todos los demás albergamos todavía en nuestro entendimiento y en nuestro corazón la vieja naturaleza caída, con su "yo" destronado, pero no destruido. Creyentes y líderes evangélicos de la más alta competencia y de la más profunda espirituali­dad, piensan a veces (y actúan) equivocadamente, en notoria contradicción con lo que el Espíritu de Dios requiere en determinadas circunstancias, creyendo sinceramente que sus ideas, sus planes, sus métodos, sus consejos, sus realizacio­nes, son un eco de la voluntad de Dios, cuando sólo son producto de una esclerosis mental que no les permite conjugar sabiamente, la inmutabilidad de los principios con la flexibi­lidad de los métodos de adaptación a la circunstancia.
De ellos no se han librado los más grandes hombres de Dios, incluidos los mayores colosos de la Historia de la Salvación: Abraham, Moisés, David, Elías, Juan el Bautista, Pablo y Cefas. Si esto sucede en los líderes más consagrados, ¿qué dire­mos de las comunidades en general, con la gran cantidad de miembros de iglesia a quienes falta o la debida competencia bíblica o la necesaria consagración espiritual? ¿no serán presa fácil, ya de una rigidez farisaica, ya de una cómoda ética de situación?
Para garantizar, en cada circunstancia, una actitud genuinamente cristiana, se necesitan, "una armonía y un equilibrio que, precisamente por ser de Dios, sólo en muy raras ocasiones ha acertado a vivir la Iglesia en su plenitud. Al corazón humano le es más fácil caer en alguna de las tentaciones extremas: el antinomianismo o el legalismo, la superficialidad o la escrupulosidad enfermiza, el sentimiento moralizante o el puritanismo inflexible y sin alma."
El propósito de estos estudios es con el fin de ayudar a los cre­yentes a formarse unos criterios morales de acuerdo con una correcta ética de situación bíblica. Pre­cisamente por ser conscientes de la falibilidad de nuestra óp­tica, apreciaremos sumamente cuantas sugerencias se nos hagan a fin de clarificar conceptos y encontrar, para proble­mas difíciles, la normativa que más se acerque a la letra y al espíritu de la Palabra de Dios tomada en su conjunto.


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