Los Atributos de Dios - Recursos Cristianos

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martes, 13 de octubre de 2015

Los Atributos de Dios


A.W. Pink

INDICE

Cap.  1  LOS DECRETOS DE DIOS  
Cap.  2  LA OMNISCIENCIA DE DIOS  
Cap.  3  LA PRESCIENCIA DE DIOS
Cap.  4  LA SUPREMACÍA DE DIOS
Cap.  5  LA SOBERANÍA DE DIOS
Cap.  6  LA INMUTABILIDAD DE DIOS
Cap.  7  LA SANTIDAD DE DIOS  
Cap.  8  El PODER DE DIOS
Cap.  9  LA FIDELIDAD DE DIOS
Cap. 10  LA BONDAD DE DIOS
Cap. 11  LA PACIENCIA DE DIOS
Cap. 12  LA GRACIA DE DIOS
Cap. 13  LA MISERICORDIA DE DIOS
Cap. 14  El AMOR DE DIOS
Cap. 15  LA IRA DE DIOS
Cap. 16  MEDITANDO SOBRE DIOS


Cap. 1
LOS DECRETOS DE DIOS

“Y sabemos que Dios hace que todas las cosas ayuden para bien a los que le aman, esto es, a los que son llamados conforme a su propósito” (Rom. 8:28) “conforme al propósito eterno que realizó en Cristo Jesús, nuestro Señor”.
(Efe. 3:11).
EL decreto de Dios es su propósito o su determinación respecto a las cosas futuras. Aquí hemos usado el singular, como hace la Escritura, porque sólo hubo un acto de su mente infinita acerca del futuro.
Nosotros hablamos como si hubiera habido muchos, porque nuestras mentes sólo pueden pensar en ciclos sucesivos, a medida que surgen los pensamientos y ocasiones; o en referencia a los distintos objetos de su decreto, los cuales, siendo muchos, nos parece que requieren un propósito diferente para cada uno.
Pero el conocimiento Divino no procede gradualmente, o por etapas: (Hech. 15:18;). “Conocidas son a Dios desde el siglo todas sus obras” Las Escrituras mencionan los decretos de Dios en muchos pasajes y usando varios términos.
La palabra “decreto” se encuentra en el Sal. 2:7, (Yo publicaré el decreto;). En Efe. 3:11, leemos acerca de su “determinación eterna”. En Hech. 2:23, de su “determinado consejo y providencia”. En Efe. 1:9, el misterio de su “voluntad”. En Rom. 8:29, que él también “predestinó”. En Efe. 1:9, de su “beneplácito”.
Los decretos de Dios son llamados sus “consejos” para significar que son perfectamente sabios. Son llamados su “voluntad para mostrar que Dios no está bajo ninguna sujeción, sino que actúa según su propio deseo, en el proceder Divino, la sabiduría está siempre asociada con la voluntad, y por lo tanto, se dice que los decretos de Dios son “el consejo de su voluntad”.
Los decretos de Dios están relacionados con todas las cosas futuras, sin excepción: todo lo que es hecho en el tiempo, fue predeterminado antes del principio del tiempo. El propósito de Dios afectaba a todo, grande o pequeño, bueno o malo, aunque debemos afirmar que, si bien Dios es el Ordenador y controlador del pecado, no es su Autor de la misma manera que es el Autor del bien.
El pecado no podía proceder de un Dios Santo por creación directa o positiva, sino solamente por su permiso, por decreto y su acción negativa. El decreto de Dios es tan amplio como su gobierno, y se extiende a todas las criaturas y eventos. Se relaciona con nuestra vida y nuestra muerte; con nuestro estado en el tiempo y en la eternidad.
De la misma manera que juzgamos los planos de un arquitecto inspeccionando el edificio levantado bajo su dirección, así también, por sus obras, aprendemos cual es (era) el propósito de Aquel que hace todas las cosas según el consejo de su voluntad.
Dios no decretó simplemente crear al hombre, ponerle sobre la tierra, y entonces dejarle bajo su propia guía incontrolada; sino que fijó todas las circunstancias de la muerte de los individuos, y todos los pormenores que la historia de la raza humana comprende, desde su principio hasta su fin. No decretó solamente que debían ser establecidas leyes para el gobierno del mundo, sino que dispuso la aplicación de las mismas en cada caso particular. Nuestros días están contados, así cómo también los cabellos de nuestra cabeza. (Mat. 10:30).
Podemos entender el alcance de los Decretos Divinos si pensamos en las dispensaciones de la Providencia en las cuales aquellos son cumplidos. Los cuidados de la Providencia alcanzan a la más insignificante de las criaturas y al más minucioso de los acontecimientos, tales como la muerte de un gorrión o la caída de un cabello. (Mat. 10:30).
Consideremos ahora algunas de las características de los Decretos Divinos. Son, en primer lugar, eternos. Suponer que alguno de ellos fue dictado dentro del tiempo, equivale a decir que se ha dado un caso imprevisto o alguna combinación de circunstancias que ha inducido al Altísimo a tomar una nueva resolución.
Esto significaría que los conocimientos de la Deidad son limitados, y con el tiempo va aumentando en sabiduría, lo cual sería una blasfemia horrible. Nadie que crea que el entendimiento Divino es infinito, abarcando el pasado, presente y futuro, afirmará la doctrina de los decretos temporales.
Dios no ignora los acontecimientos futuros que serán ejecutados por voluntad humana; los ha predicho en innumerables ocasiones, y la profecía no es otra cosa que la manifestación de su presencia eterna.
La Escritura afirma que los creyentes fueron escogidos en Cristo antes de la fundación del mundo (Efe. 1:4), más aun, que la gracia les fue “dada” ya entonces: (2Tim. 1:9). “Fue él quien nos salvó y nos llamó con santo llamamiento, no conforme a nuestras obras, sino conforme a su propio propósito y gracia, la cual nos fue dada en Cristo Jesús antes del comienzo del tiempo”.
En segundo lugar, los decretos de Dios son sabios. La sabiduría se muestra en la selección de los mejores fines posibles, y de los medios más apropiados para cumplirlos. Por lo que conocemos de los Decretos de Dios, es evidente que les corresponde tal característica. Se nos descubre en su cumplimiento; todas las muestras de sabiduría en las obras de Dios que son prueba de la sabiduría del plan por el que se llevan a cabo.
Como declara el salmista: (Sal. 104:24). “¡Cuán numerosas son tus obras, oh Jehová! A todas las hiciste con sabiduría; la tierra está llena de tus criaturas”. Sólo podemos observar una pequeñísima parte de ellas, pero, como en otros casos, conviene que procedamos a juzgar el todo por la muestra; lo desconocido por lo conocido.
Aquel que, al examinar parte del funcionamiento de una máquina, percibe el admirable ingenio de su construcción, creerá, naturalmente, que las demás partes son igualmente admirables. De la misma manera, cuando las dudas acerca de las obras de Dios asaltan nuestra mente, deberíamos rechazar las objeciones sugeridas por algo que no podemos reconciliar con nuestras ideas (Rom. 11:33). “¡Oh la profundidad de las riquezas, y de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán incomprensibles son sus juicios e inescrutables sus caminos!"
En tercer lugar, son libres. (Isa. 40:13,14). “¿Quién ha escudriñado al Espíritu de Jehová, y quién ha sido su consejero y le ha enseñado? ¿A quién pidió consejo para que le hiciera entender, o le guió en el camino correcto, o le enseñó conocimiento, o le hizo conocer la senda del entendimiento?” Cuando Dios dictó sus decretos, estaba solo, y sus determinaciones no se vieron influidas por causa externa alguna.
Era libre para decretar o dejar de hacerlo, para decretar una cosa y no otra. Es preciso atribuir esta libertad a Aquel que es supremo, independiente, y soberano en todas sus acciones.
En cuarto lugar, los decretos de Dios son absolutos e incondicionales. Su ejecución no esta supeditada a condición alguna que se pueda o no cumplir. En todos los casos en que Dios ha decretado un fin, ha decretado también todos los medios para dicho fin.
El que decretó la salvación de sus elegidos, decretó también darles la fe, (2Tes. 2:13). “Pero nosotros debemos dar gracias a Dios siempre por vosotros, hermanos amados del Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, por la santificación del Espíritu y fe en la verdad” (Isa. 46:10); “Yo anuncio lo porvenir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no ha sido hecho. Digo: Mi plan se realizará, y haré todo lo que quiero”.
Pero esto no podría ser así si su consejo dependiese de una condición que pudiera dejar de cumplirse. Dios “hace todas las cosas según el consejo de su voluntad” (Efe. 1:11).
Junto a la inmutabilidad e inviolabilidad de los decretos de Dios. La Escritura enseña claramente que el hombre es una criatura responsable de sus acciones, de las cuales debe rendir cuentas. Y si nuestras ideas reciben su forma de la Palabra de Dios, la afirmación de una enseñanza de ellas no nos llevará a la negación de la otra.
Reconocemos que existe verdadera dificultad en definir dónde termina una y donde comienza la otra. Esto ocurre cada vez que lo divino y lo humano se mezclan. La verdadera oración está redactada por el Espíritu, no obstante, es también clamor de un corazón humano.
Las Escrituras son la Palabra inspirada de Dios, pero fueron escritas por hombres que eran algo más que máquinas en las manos del Espíritu. Cristo es Dios, y también hombre. Es omnisciente, más crecía en sabiduría, (Luc. 2:52). “Y Jesús crecía en sabiduría, en estatura y en gracia para con Dios y los hombres” Es Todopoderoso y sin embargo, fue (2Cor. 13:4 “crucificado en debilidad”). Es el Espíritu de vida, sin embargo murió. Estos son grandes misterios, pero la fe los recibe sin discusión.
En el pasado se ha hecho observar con frecuencia que toda objeción hecha contra los Decretos Eternos de Dios se aplica con la misma fuerza contra su eterna presciencia. “Tanto si Dios ha decretado todas las cosas que acontecen como si no lo ha hecho, todos los que reconocen la existencia de un Dios, reconocen que sabe todas las cosas de antemano. Ahora bien, es evidente que si El conoce todas las cosas de antemano, las aprueba o no, es decir, o quiere que acontezcan o no. Pero querer que acontezcan es decretarlas”.
Finalmente trátese de hacer una suposición, y luego considérese lo contrario de la misma. Negar los Decretos de Dios sería aceptar un mundo, y todo lo que con él se relaciona, regulado por un accidente sin designio o por destino ciego.
Entonces, ¿qué paz, que seguridad, qué consuelo habría para nuestros pobres corazones y mentes? ¿Qué refugio habría al que acogerse en la hora de la necesidad y la prueba? Ni el más mínimo. No habría cosa mejor que las negras tinieblas y el repugnante horror del ateísmo. Cuán agradecidos deberíamos estar porque todo está determinado por la bondad y sabiduría infinitas!
¡Cuánta alabanza y gratitud debemos a Dios por sus decretos! Es por ellos que “Sabemos que Dios hace que todas las cosas ayuden para bien a los que le aman, esto es, a los que son llamados conforme a su propósito” (Rom. 8:28). Bien podemos exclamar como Pablo: “Porque de él y por medio de él y para él son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amen”. (Rom. 11:36).

***

Cap. 2
LA OMNISCIENCIA DE DIOS
“No existe cosa creada que no sea manifiesta en su presencia. Más bien, todas están desnudas y expuestas ante los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta”. (Heb. 4:13).
Dios es omnisciente, lo conoce todo: todo lo posible, todo lo real, todos los acontecimientos y todas las criaturas del pasado, presente y futuro. Conoce perfectamente todo detalle en la vida de todos los seres que están en el cielo, en la tierra y en el infierno (Dan. 2:22). “Conoce lo que hay en las tinieblas”.
Nada escapa a su atención, nada puede serle escondido, no hay nada que pueda olvidar. Bien podemos decir con el salmista: (Sal. 139:6). “Tal conocimiento me es maravilloso; tan alto que no lo puedo alcanzar” Su conocimiento es perfecto; nunca se equivoca, ni cambia, ni pasa por alto alguna cosa. ¡Sí, tal es Dios al que tenemos que dar cuenta!
Sal. 139:2-4; “Tú conoces cuando me siento y cuando me levanto; desde lejos entiendes mi pensamiento. Mi caminar y mi acostarme has considerado; todos mis caminos te son conocidos. Pues aún no está la palabra en mi lengua, y tú, oh Jehová, ya la sabes toda”. ¡Qué maravilloso ser es el Dios de la Escritura! Cada uno de sus gloriosos atributos debería de honrarle en nuestra estimación.
La comprensión de su omnisciencia debería de inclinarnos ante El en adoración. Con todo ¡Cuán poco meditamos en su perfección divina! ¿Es ello debido a que, aun el pensar en ella, nos llena de inquietud?
            ¡Cuán solemne es este hecho; nada puede ser escondido a Dios, (Eze. 11:5). “Diles yo he sabido los pensamientos que suben de vuestros espíritus” Aunque sea invisible para nosotros, nosotros no lo somos para él. Ni la oscuridad de la noche, ni la más espesa cortina, ni la más profunda prisión pueden esconder al pecador de los ojos de la Omnisciencia. Los árboles del huerto fueron incapaces de esconder a nuestros primeros padres.
Ningún ojo humano vio a Caín cuando asesinó a su hermano, pero su Creador fue testigo del crimen. Sara podía reír por su incredulidad oculta en su tienda, mas Jehová la oyó. Acán robó un lingote de oro que escondió cuidadosamente bajo la tierra pero Dios lo sacó a la luz (Jos. 7). David se tomó mucho trabajo en esconder su iniquidad, pero el Dios que todo lo ve no tardó en mandar uno de sus siervos a decirle: (2Sam. 12). “Tú eres aquel hombre”. Y a las tribus que quedaban al oriente del Jordán se les dice: (Núm. 32:23). “Pero si no lo hacéis así, he aquí que habréis pecado contra Jehová, y sabed que vuestro pecado os alcanzará”.
            Si pudieran los hombres despojarían a la Deidad de su omnisciencia; ¡Qué prueba esta de que “la intención de la carne es enemistad contra Dios; porque no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede” (Rom. 8:7). Los hombres impíos odian esta perfección divina que, al mismo tiempo, se ven obligados a admitir.
            Desearían que no existiera el Testigo de sus pecados, el Escudriñador de sus corazones, el Juez de sus acciones. Intentan quitar de sus pensamientos a un Dios tal: (Os. 7:2).“Y no dicen en su corazón que tengo en la memoria toda su maldad” ¡Cuán solemne es el octavo versículo del Salmo 90! Todo aquel que rechaza a Cristo tiene buenas razones para temblar ante él: “Pusiste nuestras maldades delante de ti, nuestros yerros a la luz de tu rostro.
            Pero la omnisciencia de Dios es una verdad llena de consolación para el creyente. En la perplejidad, dice a Job: “Más él conoció mi camino” (Job 23:10). Esto puede ser profundamente misterioso para mí, completamente incomprensible para mis amigos pero, ¡él conoce nuestra condición; “se acuerda que somos polvo” (Sal. 103:14).
Cuando nos asalten la duda y la desconfianza acudamos a este mismo atributo, diciendo: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos. Ve si hay en mí camino de perversidad y guíame por el camino eterno” Sal. 139:23,24.
            En el tiempo de triste fracaso, cuando nuestros actos han desmentido a nuestro corazón, nuestras obras repudiado a nuestra devoción, y hemos oído la pregunta escrutadora que escuchó Pedro: “¿Me amas?", hemos dicho como Pedro: “Señor, tú sabes todas las cosas; tú sabes que te amo” (Juan 21:17). Ahí hallamos estímulo para orar. No hay razón para temer que las peticiones de los justos no sean oídas, ni que sus lágrimas y suspiros escapen a la atención de Dios, ya que él conoce los pensamientos e intenciones del corazón.
            No hay peligro de que un santo sea pasado por alto en la multitud de aquellos que cada día y cada hora presentan sus peticiones, porque la Mente infinita es capaz de prestar la misma atención a millones, que a uno solo de los que buscan su atención. Asimismo la falta de un lenguaje apropiado y la incapacidad de dar expresión al más profundo de los anhelos del alma no comprometerá nuestras oraciones, porque “Y sucederá que antes que llamen, yo responderé; y mientras estén hablando, yo les escucharé”. (Isa. 65:24). “Grande es el Señor nuestro, y de mucho poder; su entendimiento es infinito”. (Sal. 147:5).
            Dios, no solamente conoce todo lo que sucedió en el pasado en cualquier parte de sus vastos dominios, y todo lo que ahora acontece en el universo entero, sino que, además, El sabe todos los hechos, desde el más insignificante hasta el más grande, que tendrán lugar en el porvenir. El conocimiento del futuro por parte de Dios es tan completo como completo es su conocimiento del pasado y el presente; y esto es así porque el futuro depende enteramente de él. Si algo pudiera en alguna manera ocurrir sin la directa agencia o el permiso de Dios, ello sería independiente de él, y Dios dejaría, por tanto, de ser Supremo.
            El conocimiento Divino del futuro no es una simple idealización, sino algo inseparablemente relacionado con su propósito y acompañado del mismo. Dios mismo ha designado todo lo que ha de ser, y lo que él ha designado debe necesariamente efectuarse. Como su Palabra infalible afirma: “él hace según su voluntad con el ejército del cielo y con los habitantes de la tierra. No hay quien detenga su mano ni quien le diga: ¿Qué haces?” (Dan. 4:35), Y (Prov. 19:21).: “Muchos pensamientos hay en el corazón del hombre; mas el consejo de Jehová permanecerá”.
            El cumplimiento de todo lo que Dios ha propuesto está absolutamente garantizado, ya que su sabiduría y poder son infinitos. Que los consejos Divinos dejen de ejecutarse es una imposibilidad tan grande como lo es que el Dios tres veces Santo mienta. En lo relativo al futuro, nada hay incierto en cuanto a la realización de los consejos de Dios. Ninguno de sus decretos, tanto los referentes a criaturas como a causas secundarias, es dejado a la casualidad. No hay ningún suceso futuro que sea solo una simple posibilidad, es decir, algo que pueda acontecer o no: “Conocidas son a Dios desde el siglo todas sus obras” (Hech. 15:18). Todo lo que Dios ha decretado es inexorablemente cierto, “porque en él no hay mudanza ni sombra de variación” (Stg. 1:17). Por tanto, en el principio de aquel libro que nos descubre tanto del futuro, se nos habla de “cosas que deben suceder pronto” (Apoc. 1:1).
            El perfecto conocimiento por Dios de todas las cosas es ejemplificado e ilustrado en todas las profecías registradas en su Palabra. En el A.T., se encuentran docenas de predicciones relativas a la historia de Israel que fueron cumplidas hasta en los más pequeños detalles siglos después de que fueran hechas. Ahí, también, se hayan docenas prediciendo la vida de Cristo en la tierra, y estas también fueron cumplidas literal y perfectamente. Tales profecías sólo podían ser dadas por Uno que conocía el final desde el principio, y cuyo conocimiento descansaba sobre la certeza absoluta de la realización de todo lo preanunciado.
            De la misma manera, tanto el Antiguo como el N.T., contienen muchos anuncios todavía futuros, los cuales deben cumplirse porque fueron dados por Aquel que los decretó. Pero debe señalarse que ni la omnisciencia de Dios ni su conocimiento del futuro, considerados en si mismos, son la causa. Jamás, sucedió o sucederá, algo simplemente porque Dios lo sabía. La causa de todas las cosas es la voluntad de Dios.
            El hombre que realmente cree las Escrituras sabe de antemano que las estaciones continuarán sucediéndose con segura regularidad hasta el final de la tierra: (Gén. 8:22), “Mientras exista la tierra, no cesarán la siembra y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, el día y la noche.” pero su conocimiento no es la causa de esta sucesión.
            Así, el conocimiento de Dios no proviene del hecho de que las cosas son o serán, sino de que él las ha ordenado de ese modo. Dios conocía y predijo la crucifixión de su Hijo mucho siglos antes de que se encarnara, y esto era así porque, en el propósito Divino, El era el Cordero inmolado desde la fundación del mundo, de ahí que leamos que fue “entregado por determinado consejo y providencia de Dios” (Hech. 2:23). El conocimiento infinito de Dios debería llenarnos de asombro.
            ¡Cuán ilimitadamente superior al más sabio de los hombres es el eterno! Ninguno de nosotros conoce lo que el día de mañana nos traerá; pero el futuro entero está abierto a su mirada omnisciente. El conocimiento infinito de Dios debería llenarnos de santo temor. Nada de lo que hacemos, decimos, o incluso pensamos, escapa a la percepción de Aquel a quien tenemos que dar cuenta: “Los ojos de Jehová están en todo lugar mirando a los malos y a los buenos” (Prov. 15:3) ¡Que freno significaría esto para nosotros si meditáramos más a menudo sobre ello!
            En lugar de actuar indiferentemente, diríamos, con Agar: “Tú eres un Dios que me ve” (Gén. 16:13). La comprensión del infinito conocimiento de Dios debe llenar al cristiano de adoración y decir: Mi vida entera ha permanecido abierta a su mirada desde el principio.
            El previo todas mis caídas, mis pecados, mis reincidencias; sin embargo, así y todo, fijó su corazón en mi. La comprensión de este hecho, ¡cómo debe postrarme en admiración y adoración delante de él!

***
 

Cap. 3
LA PRESCIENCIA DE DIOS

 “Pedro, apóstol de Jesucristo; a los expatriados de la dispersión en Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, elegidos conforme al previo conocimiento de Dios Padre por la santificación del Espíritu, para obedecer a Jesucristo y ser rociados con su sangre: Gracia y paz os sean multiplicadas”. (1Ped. 1,2).
Muchas controversias ha engendrado este tema en el pasado. Pero, ¿qué verdad hay en la Santa Escritura que no haya sido tomada como ocasión de batallas teológicas y eclesiásticas?
            La Deidad de Cristo, su nacimiento virginal, su muerte expiatoria, su segunda venida; la justificación del creyente por la fe, su santificación, su seguridad; la iglesia, su organización, oficiales y disciplina; el bautismo, la cena del Señor, y muchísimas otras verdades preciosas que podríamos mencionar.
            Con todo, las controversias sostenidas en torno a estas no cerraron la boca de los siervos fieles a Dios. Hay dos cosas, acerca de la presciencia de Dios, que muchos ignoran: el significado del término, y su alcance bíblico. Debido a que esta ignorancia está tan extendida, le resultará fácil a un predicador o maestro el defraudar con perversiones de este tema aun al pueblo de Dios.
            Sólo hay una salvaguardia contra el error; estar confirmados en la fe; y para ello ha de haber estudio diligente y oración, y una recepción humilde de la asimilación de la Palabra de Dios, ya que algunos falsos maestros de la Biblia pervierten su presciencia con el fin de desechar su absoluta elección para vida eterna Sólo entonces seremos fortalecidos contra los ataques de aquellos que nos asaltan.
            Cuando se expone el tema bendito y solemne de la predestinación, y el de la eterna elección por parte de Dios de ciertas personas para ser hechas conformes a la imagen de su Hijo, el enemigo envía algún hombre a contradecir que la elección se basa en la presciencia de Dios y esta “presciencia” se interpreta significando que previo que algunos serían más dóciles que otros, que responderían más prontamente a los esfuerzos del Espíritu, y que, debido a que Dios sabía que creerían, El, en consecuencia, los predestinó para salvación.
            Pero tal declaración es radicalmente errónea. Repudia la verdad de la depravación total, ya que argumenta que hay algo bueno en algunos hombres. Quita a Dios su independencia, ya que hace que sus decretos descansen en lo que El descubre en la criatura. Trastorna las cosas completamente, ya que decir que Dios previo que ciertos pecadores creerían en Cristo, y que, en consecuencia, El los predestinó para salvación, es lo contrario a la verdad.
            La Escritura afirma que Dios, en su absoluta soberanía, separó a algunos para que fueran recipientes de sus favores distintivos “Al oír esto, los gentiles se regocijaban y glorificaban la palabra del Señor, y creyeron cuantos estaban designados para la vida eterna”. (Hech. 13:48), y, por tanto, determinó otorgarles el don de la fe.
            La falsa teología hace del conocimiento previo que Dios tiene de nuestra fe la causa de su elección para salvación; mientras que la elección de Dios es la causa, y nuestra fe en Cristo es el efecto. Antes de seguir debatiendo este tema, hagamos una pausa y definamos los términos. ¿Qué quiere decir la palabra “presciencia”? “Conocer de antemano”, es la pronta respuesta de muchos. Pero no debemos juzgar precipitadamente, ni tampoco aceptar como definitiva la definición del diccionario, ya que esto no es un asunto de etimología del término empleado.
            El uso que el Espíritu Santo hace de una expresión define siempre su significado y alcance. Lo que causa tanta confusión y error es el dejar de aplicar esta regla tan sencilla. Hay muchas personas que piensan conocer el significado de una palabra determinada usada en la escritura, pero que son reacias a poner a prueba sus suposiciones por medio de una concordancia. Ampliemos este punto.
            Tomemos la palabra “carne”. Su significado parece ser tan obvio que muchos considerarán que el examinar sus varias conexiones en la Escritura es una pérdida de tiempo. Se supone precipitadamente que la palabra es un sinónimo del cuerpo físico, y no se procura indagar más. Pero, en realidad, la “carne” en la Escritura frecuentemente incluye mucho más de lo que es corporal. Sólo por medio de la comparación atenta de cada caso, y el estudio de cada contexto por separado, puede descubrirse todo lo que el término abarca.
            Tomemos la palabra “mundo”. El lector de la Biblia imagina frecuentemente que esta palabra equivale a la raza humana, y, en consecuencias interpreta equivocadamente los pasajes en los que la misma aparece. Tomen la palabra “inmortalidad”. ¡Sin duda alguna, ésta no requiere estudio! Es obvio que hace referencia a la indestructibilidad del alma.
            Cuando se trata de la Palabra de Dios, el dar por sentado algo sin comprobarlo es locura y error. Si ustedes se toman la molestia de examinar cuidadosamente cada pasaje en el que se encuentran las palabras “mortal” e “inmortal”, se dará cuenta que estas nunca se aplican al alma, sino al cuerpo.
            Todo lo dicho acerca de “carne”, “mundo”, o “inmortalidad”, es aplicable con igual fuerza a los términos “conocer” y “preconocer” (conocer desde antes). Lejos de bastar con la simple suposición de que estas palabras no significan otra cosa que simple conocimiento, veremos que los diferentes pasajes en los que se encuentran requieren ser considerados cuidadosamente.
            La palabra “preconocimiento” (traducida en la versión española por “conocer de antes") no se encuentra en el A.T., pero si que se da frecuentemente el término “conocer”. Cuando éste es usado en relación con Dios significa a menudo mirar con favor, comunicando, no un simple conocimiento, sino un afecto por el objeto mirado. “Te he conocido por tu nombre” (Exo. 33:17). “Rebeldes habéis sido a Jehová desde el día que yo os conozco” (Deut. 9:24). “A vosotros solamente he conocido de todas las familias de la tierra” (Amós 3:2). En estos pasajes “conocer” significa amar o bien designar.
            Asimismo en el N.T., se usa frecuentemente la palabra “conocer” en el mismo sentido que en el Antiguo. “Entonces yo les declararé: Nunca os he conocido. ¡Apartaos de mí, obradores de maldad!” (Mat. 7:23). “Yo soy el buen pastor y conozco mis ovejas, y las mías me conocen”. (Juan 10:14). “Pero si alguien ama a Dios, tal persona es conocida por él”. (1Cor. 8:3). “Conoce el Señor a los que son suyos” (2Tim. 2:19).
            El término “Preconocer”, o “presciencia”, tal como se usa en el Nuevo testamento, es menos ambiguo que en su simple forma “conocer”. Si todos los pasajes en los que aparece son estudiados cuidadosamente, se descubrirá que es muy discutible que el término haga referencia a una simple percepción de eventos que han de tener lugar. En realidad, este término nunca es usado en la Escritura en relación con sucesos o acciones, sino que, por el contrario, siempre se refiere a personas. Dios “conoció por anticipado” a las personas, no a sus acciones. Para demostrarlo, citaremos los pasajes en los que se encuentra esta expresión.
            El primero es hechos 2:23, donde leemos de Jesús: “Entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendísteis y matásteis por manos de inicuos, crucificándole”. Si nos fijamos con atención en las palabras de este versículo, veremos que el apóstol no estaba hablando del conocimiento anticipado de Dios del acto de la crucifixión, sino de la Persona crucificada: “este, entregado por…”, etc.
            El segundo es en Rom. 8:29,30. “Porque a los que antes conoció, también predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a estos también llamó.” Fíjense bien en el pronombre que se usa aquí. No es lo que, sino los que antes conoció. Lo que se nos muestra no es la sumisión de la voluntad, ni la fe del corazón, sino las personas mismas. “No ha desechado Dios a su pueblo, el cual antes conoció” (Rom. 11:22). Una vez más, la referencia es claramente a personas solamente.
            La última cita es 1Ped. 1:2: “Elegidos según la presciencia de Dios Padre” ¿Quienes son ellos? El versículo anterior nos lo dice: la referencia es a los “extranjeros esparcidos”, es decir, la Diáspora, los judíos creyentes de la dispersión. Aquí, también, la referencia es a personas, no a sus hechos previstos. En vista de estos pasajes ¿qué base bíblica hay para decir que Dios “Previo” los hechos de algunos, a saber, su “arrepentimiento y fe”, y que, a causa de los mismos, los eligió para salvación? Absolutamente ninguna.
            La Escritura jamás habla del arrepentimiento y la fe como algo previsto o preconocido por Dios. Es verdad que Dios conocía desde toda la eternidad que algunos se arrepentirían y creerían, pero la Escritura no se refiere a esto como objeto de la “presciencia” de Dios. El término se refiere invariablemente a Dios preconociendo a personas; así pues, “retengamos la forma de las sanas palabras” (2Tim. 1:13).
            Otra cosa sobre la que deseamos llamar particularmente la atención es que los dos primeros pasajes citados, muestran de manera clara, y enseñan implícitamente, que la presciencia de Dios no es cautiva, sino que, detrás de ella precediéndola, hay algo más: su propio decreto soberano. Cristo fue “entregado por el (1) determinado consejo y (2) anticipado conocimiento de Dios” (Hech. 2:23). Su “consejo” o decreto fue la base de su anticipado conocimiento.
            Asimismo en Romanos 8:29. Este versículo empieza con la palabra “porque”, lo cual nos habla de lo que precede inmediatamente. ¿Qué es, entonces, lo que dice el versículo anterior? “Todas las cosas les ayudan a bien... a los que conforme al propósito son llamados” Así pues, “el anticipado conocimiento” de Dios se basa en su “propósito” o decreto (véase Salmo 2:7)
            Dios conoce por anticipado lo que será, porque él ha decretado que sea. Afirmar, por lo tanto que Dios elige porque preconoce es invertir el orden de la Escritura, es como poner el carro delante del caballo. La verdad es que preconoce porque ha elegido. Esto elimina la base o causa de la elección como algo de la criatura, y la coloca en la soberana voluntad de Dios.
            Dios se propuso elegir a ciertas personas, no porque hubiera algo bueno en ellas, ni porque previera algo bueno en las mismas, sino solamente, a causa de su pura buena voluntad. El por qué escogió a éstos no lo sabemos; lo único que podemos decir es: “Así, Padre, porque así te agradó”. La verdad clara de Romanos 8:29, es que Dios, antes de la fundación del mundo, separó a ciertos pecadores y los escogió para salvación (2Tes. 2:13).
            Esto se ve claro en las últimas palabras del versículo: los “predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo”, etc. Dios no predestinó a aquellos que él preveía que “eran hechos conformes...”, sino que, por el contrario, predestinó a aquellos a los que “antes conoció” (es decir, amó y eligió) “para que fuesen hechos conformes...”. Su conformidad a Cristo no es la causa, sino el efecto de la presciencia y predestinación de Dios.
            Dios no eligió a ningún pecador porque viera que creería, por la razón sencilla pero suficiente, de que ningún pecador cree jamás hasta que Dios le da fe; de la misma manera que ningún hombre puede ver antes de que Dios le de la vista. Ya que la vista es el don de Dios, y ver es la consecuencia del uso de su don.
            Asimismo, la fe es el don de Dios “Porque por gracia sois salvos, por medio de la fe y esto no de vosotros, pues es don de Dios, no por obras para que nadie se gloríe” (Efe. 2:8), y creer es la consecuencia del uso de este don. Si fuera cierto que Dios eligió a algunos para ser salvos porque a su debido tiempo éstos creerían, eso convertiría el creer en un acto meritorio, y, en este caso, el pecador tendría razón de jactarse, lo cual la Escritura niega enfáticamente, (Efe. 2:9).

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