ALESSANDRO PRONZATO
NUNCA HEMOS VISTO NADA SEMEJANTE
Comentarios al evangelio de Marcos
EDICIONES SÍGUEME SALAMANCA 2002
PRESENTACIÓN
Acercarse al león sin tomar precauciones
Después del primer volumen de los «Encuentros con Jesús» en los evangelios de Juan y Lucas, estaba prevista la serie dedicada a los otros dos evangelistas. Sin embargo, Marcos, haciendo honor a su símbo
lo tradicional, ha desempeñado ciertamente el papel de león reclu
yendo a Mateo en la sala de espera hasta dejado para el último vo
lumen, con el que ha concluido la serie.
No es que Marcos haya sido particularmente invasor. Al contra
rio, es siempre muy moderado y discreto. Su evangelio es el más breve de todos, apenas de dieciséis capítulos.
Además de juntar, completar y armonizar diversos retazos dis
persos en los ciclos de El pan del domingo, Palabra de Dios y El evangelio en casa, he pensado que estaría bien recuperar muchas pá
ginas de Un cristiano comienza a leer el evangelio de Marcos, obra agotada hace ya tiempo. De este modo, podría contentar, al menos parcialmente, a algunos lectores que me piden con insistencia aque
llos tres volúmenes, pero cuya mole podría desanimados.
De partida indico que el corte de estos «Encuentros» es muy di
verso de los precedentes. Juan en particular presenta una galería de personajes cuya relación con Jesús está basada, esencialmente, en el diálogo, a veces un tanto incomprensible. Basta recordar a Nicode
mo, a la Samaritana ...
Aquí, en cambio, el cara a cara es de otro tipo. El coloquio se re
duce a pocas y sobrias palabras, a veces, incluso, ni siquiera pala
bras, al menos por parte de uno de los dos.
Muchos de estos personajes piden un milagro y lo que escuchan es una palabra de poder que los cura, pero también los transforma. Recobran la salud prodigiosamente y también, gracias al contacto con el Maestro, reencuentran el sentido de la vida, dan un cambio decisivo, una nueva orientación al propio camino.
Todos los encuentros llevan un título que suena algo así como «los que» o «el que». Así, también nosotros entramos en la catego
ría d~ los que son sordos, se encuentran marginados, tienen la vista confusa, se sienten con dificultades para hablar, aparecen bloquea
dos en sus movimientos, se descubren como «ocupados» en dema
siadas cosas inútiles, «poseídos» por señores abusivos, «llenos» de vacío, con una fiebre que no les deja reposar.
Por tanto, también nosotros nos acercamos a Jesús llevando nuestras enfermedades, algunas evidentes, otras secretas e incluso inconfesables.
Nos acercamos a él enrolándonos en la fila de todos los que quieren ser liberados, de todos los que, como Bartimeo, no soportan ya el espacio estrecho en que están condenados a vivir o les ha sido adjudicado por otrQs:
Lo que cuenta, entonces, no es la palabra, sino la mirada, esa mi
rada penetrante que hace una diagnosis despiadada de todos tus ma
les, pero que, al mismo tiempo, se convierte en mensaje de amor y de esperanza. Tú puedes ser «otro».
La mirada que, como en el caso de la hemorroísa, te saca fuera de la masa, te hace salir al descampado y encontrar de nuevo tu ros
tro, tu nombre, tu ser único.
* * *
Una cuestión recorre todo el evangelio de Marcos: ¿quién es Je
sús? Se trata de un interrogante que, como germen de inquietudes, está también en nuestro ánimo.
De la respuesta a esta pregunta depende la dirección que nosotros queramos dar a nuestra existencia. No se trata de una cuestión pura
mente teórica, abstracta, doctrinal; hay que responder a ella más bien en el plano existencial: ¿quién es Jesús para ti? ¿Qué cambia en tu vida después que te has encontrado con él? ¿Qué quiere decir para ti creer? ¿En qué medida su palabra condiciona tu conducta, tus opciones?
Sobre todo, ¿estás dispuesto a seguir su itinerario?, ¿tienes la va
lentía de comprometerte por él, de dejarte implicar en su aventura?
* * *
Es necesario destacar dos características peculiares del evangelio de Marcos que aparecen muy claramente en estos encuentros.
La primera procede del estilo narrativo. Más que escritor, Mar
cos es uno que cuenta. Le interesan sobre todo los hechos, las accio
nes. Su teología es una teología «factual», que no se expone, sino que debe captarse en el desarrollo de los acontecimientos.
El primer evangelista (sí, porque ahora ya es aceptado que fue Marcos el primero en escribir un evangelio) se distingue por un es
ti lo personal más bien rudo -alguno dice incluso tosco-, vivo, sin complacencias estilísticas, que va en seguida al grano. Los esteti
cistas lo definen como «bárbaro». Pero es, simplemente, popular. Antes que cualquier otra preocupación, lo que pretende es hacerse entender.
Su griego es el hablado (la koiné o dialecto común). A este pro
pósito, advierto que he adoptado una traducción que se aparta ligera
mente de la oficial de la Conferencia episcopal italiana, para conser
var en las páginas su inmediatez, aunque sea a costa de la elegancia estilística.
A alguno, lo sé, le hacen reír los numerosos anacolutos que Mar
cos disemina a lo largo de su narración. En realidad, aquellas cons
trucciones rotas o incompletas, como suspendidas en el aire, consti
tuyen una prueba del carácter del evangelista. Se diría que, en ciertos momentos, Marcos se deja llevar de lo apremiante de los aconteci
mientos, del deseo impetuoso de contados, de la urgencia de seguir adelante. Por lo cual la frase le resulta lenta, no logra seguir el paso de la rapidez de la acción.
y luego las redundancias, los pleonasmos, las repeticiones engo
rrosas y aburridas, que nada gustan a algunos estéticos de fino pa
ladar y muy melindrosos. Pero Marcos no escribía para ellos.
Observa X. Léon-Dufour: «El arte del narrador se hace sentir, es
pecialmente, cuando deja al oyente tiempo para acordarse de lo que ya se ha dicho ... Lo que caracteriza al buen narrador es poner de re
lieve la palabra importante».
En el arte de contar de Marcos, no puede silenciarse su desapa
recer -s 'éjJacer, que dicen los franceses- en el texto, su reserva. No expresa juicio alguno, no impone nada. Se limita a presentar, a su
gerir. No afirma categóricamente. El sacar las conclusiones nos lo deja a nosotros.
También tengo que decir que Marcos gana al ser escuchado, más que al ser leído. Hay que esforzarse para «escuchar» sus palabras. Y sobre todo, imaginar los gestos, que revisten una importancia fun
damental en el estilo oral.
Hace algún tiempo, presencié a distancia, en un mercado de Oriente medio, la conversación de dos hombres. Tenía la impresión de «ver» sus palabras, aunque no lograba distinguirlas. La mímica, los gestos, era más elocuente que cualquier discurso. Creo haber en
tendido todo a pesar de no haber oído nada.
Sin gestos, Marcos resulta incompleto y casi indescifrable.
* * *
Segunda característica: a Marcos le encanta narrar y es capaz, co
mo pocos, de contar cosas. Pero su narración se lleva a cabo por imá
genes. Puede afirmarse que,el suyo es un evangelio «visualizado».
Cristo, juntamente con quien entra en contacto con él, aparece en él en una serie de secuencias que van siguiéndose a ritmo acelerado: los detalles estrictamente necesarios, los gestos esenciales, el estilo descarnado, ninguna complacencia caligráfica a lo Zeffirelli, ningu- . na concesión a la espectacularidad.
Más que imágenes que se suceden suavemente, tenemos cortes bruscos, imprevistas aperturas, fuertes contrastes. Los personajes nunca son decorativos: se les introduce únicamente cuando tienen algo que decir o hacer.
Se presentan contraposiciones estridentes, por las que, apenas te ves invadido por un sentimiento, inmediatamente te encuentras agre
dido por otro contrario.
Se diría que Marcos logra traducir en imágenes incluso las pro
fundidades del misterio de Cristo. Frente a sus gestos, sus palabras, sus actitudes, sus opciones, todos los personajes que aparecen en es
cena son sacados de su neutralidad y obligados también a tomar par
tido, a descubrirse, a declararse.
Ante las provocaciones de Jesús, se tiene la impresión de que Marcos fotografia los pensamientos secretos de sus interlocutores, los saca a plena luz. Algunos primeros planos parecen crueles, dan la idea de un travelín en las galerías secretas de los corazones, no so
bre los rostros. Y la cámara de las tomas, en vez de lentes adiciona
les, parece dotada de un bisturí que sabe a dónde quiere llegar.
De hecho, ni siquiera tú logras escapar. Te sientes involucrado, escudriñado, puesto al desnudo. Sobre todo, constreñido a dar una respuesta precisa.
Entendámonos. Decir que el lenguaje de Marcos es un lenguaje de imágenes, no significa denunciar una ausencia de pensamiento. Hay pensamiento, ciertamente, sólo que no se te ofrece a través de ideas abstractas, sino que eres obligado a descubrirlo, a captarlo en aquellos fotogramas que se suceden a ritmo apremiante, hasta con bruscas superposiciones.
Si quieres entender algo, tienes que seguir la acción. Compren
des quién es Jesús observando a dónde va. Su identidad está dada por el itinerario que recorre. Si llegas hasta el fondo, la descubrirás.
Si quieres aprender su lección, tienes que estar atento, más que a lo que dice, a lo que hace. La doctrina se revela a través de sus ac
ciones; la enseñanza se deduce de sus movimientos; el programa, de las posiciones que asume.
Él se explica con gestos concretos. El Cristo de Marcos podría decir, según la fórmula de Pomilio: «No he venido a demostrar, si
no a mostrar».
Los discípulos se ven obligados, en primer lugar, a tomar posi
ciones. Su lectura de los acontecimientos depende del lugar en que se colocan. El Maestro reserva las explicaciones únicamente para los que ya han tomado la decisión, ya han hecho una opción precisa, ya han dado el paso -o el salto- de la fe.
El trasfondo de Marcos está constituido por una teología robus
ta. Pero no te es presentada de manera explícita y orgánica, sino de una forma alusiva. Son como ráfagas de luz que dejan entrever te
rritorios que deberás explorar tú personalmente.
La teología de Marcos aflora, a trechos, sobre el terreno pisado por el paso de Cristo. Debes excavar tú, pero sin perder el contacto, naturalmente, con aquel Caminante infatigable.
El primer evangelio resulta, por tanto, el más afin a nuestra sen
sibilidad, madurada en la civilización de la imagen. Se impone una precisión, sin embargo: el evangelio «visualizado» no entra en las categorías de la diversión, de la evasión, del deleite estético, sino que se inserta en la categoría del compromiso.
No dispensa de pensar. Al contrario, te obliga a pensar. Más que estimular la curiosidad, pide una decisión. No colecciona emociones y sensaciones, sino responsabilidades precisas, dudas tormentosas, inquietudes, remordimientos.
Es interesante, ciertamente. Pero en el sentido de que «interesa», compromete tu existencia. Lo lees -más bien, lo «ves»- no para «pasar» algún tiempo de descanso espiritual. Te encuentras, por el contrario, con algo dentro que te perturba; contagiado de una enfer
medad que «pasa» sólo cuando se hace incurable.
En el fondo, el Evangelio como riesgo.
El encuentro con Jesús como peligro de ser aferrados, curados, exorcizados del miedo de comprometerse por él.
y entonces se impone la imagen del león. Un león cuyo rugido te perturba especialmente cuando es silencioso.
¿Somos capaces de acercamos a este león sin tomar demasiadas precauciones?
26 de agosto de 1994, fiesta de san Alejandro mártir
1 Los que ven que se les propone un nuevo oficio
«Pasando Jesús junto aliaga de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés que estaban echando las redes en el lago, pues eran pescadores. Jesús les dijo: 'Veníos detrás de mí y os haré pescadores de hombres '. Ellos dejaron inmediatamente las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago el de Zebedeo, y a su hermano Juan. Estaban en la barca repasando las re
des. Jesús los llamó también; y ellos, dejando a su pa
dre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron con él» (Mc 1, 16-20).
Gente en movimiento
El Jesús de Marcos es un Jesús siempre en movimiento.
En la primera fase, este movimiento se coloca en una región pre
cisa: Galilea. Y aquí tiene un relieve excepcional el lago, o mar, como se 10 llama comúnmente según el uso semítico. Es un espejo de agua de 21 kilómetros de largo y 11 de ancho, con una profundidad máxi
ma de 45 metros, que se encuentra a 212 metros bajo el nivel del Me
diterráneo y es famoso por la abundancia de pesca. Rodeado de una corona de montañas, representa un lugar de paso importante. Sus ori
llas están salpicadas de numerosas ciudades y pueblos de pescadores.
Junto al mar de Galilea, Marcos ambienta la escena de la llama
da de los primeros discípulos. El Jesús en movimiento es también un Jesús que pone en movimiento a las personas.
La narración resulta esquemática, descarnada, carente de refe
rencias psicológicas. Las informaciones se reducen a lo esencial: se trata de pescadores que están realizando sus faenas. Entre las dos pa
rejas, la única diferencia está en una cierta complacencia con los úl
timos, que tienen algunos trabajadores a su cargo.
A Marcos le interesa la conclusión. Presenta los hechos, los re
sultados, y no se preocupa de documentar lo que sucede en lo íntimo de las personas. Él toma las decisiones finales, no los pasos inter
medios. Su esquema de vocación es simplísimo: llamada-respuesta.
y la cosa es tanto más sorprendente cuanto que hubiera podido obtener de uno de los interesados, Pedro, material de primera mano y abundante para construir una narración completa. Aunque tal vez el mismo Pedro había fijado en la memoria únicamente el encuentro decisivo, el momento de la respuesta. El instante en que dijo sí podía haber oscurecido los tiempos preparatorios.
Alguien habla, con razón, de «escena ideal» o de «llamada pro
totipo», donde, en la trama de una narración reducida a lo esencial, cada uno puede verse a sí mismo, encontrar su propia relación con Cristo.
Los componentes de una llamada
Teniendo presente esta 'escena «ejemplam, podemos fijar ya al
gunos elementos siempre válidos para la llamada de los discípulos. Por parte de Jesús: la mirada, la iniciativa, la urgencia.
-La mirada. El «vio» de Marcos no es una anotación banal. Pa
ra dirigirse a alguien hay que verlo ... Pero en Jesús se trata de una mirada que inflama a una persona, una mirada que selecciona, elige, saca al individuo de en medio de la masa: «Esta es la persona que me interesa». El encuentro comienza con «ver». La mirada se con
vierte en mensaje, en propuesta d,e relación.
Así será también en la llamada de Leví (2, 14). En el episodio del rico (10, 21), la mirada expresará un matiz de afecto.
-La iniciativa. En el judaísmo de entonces, eran los discípulos los que buscaban y escogían al maestro. El rabino no llamaba a sí a los discípulos, sino que era «buscado» y «elegido» por ellos.
Jesús, en cambio, toma la iniciativa. La llamada viene de él y só
lo de él. Y la invitación lleva la marca de la absoluta gratuidad, quie
ro decir, de laJalta de merecimiento por parte del hombre. Resulta, pues, desconcertante.
La vida cristiana es la respuesta a la manifestación de la gracia, no una decisión autónoma. No soy yo el que elijo, soy elegido. Si me decido, es porque antes he sido solicitado por alguien que se ha decidido por mí. .
El hombre puede ponerse en camino sólo después que Dios se ha puesto a caminar por los caminos del hombre.
No somos nosotros los que vamos a la búsqueda de Dios. Es Dios el que se pone a buscar al hombre.
A veces alguien dice: «He buscado y he encontrado». Es una equivocación, un error de perspectiva. Cada uno de nosotros es más bicn el «buscado». Y cuando la búsqueda tiene un desenlace positivo, debería reconocerse: «He sido encontrado».
La fe, como el seguimiento, no es conquista; es ser conquistado. El discípulo no capta al Maestro, sino que es captado por él.
-Urgencia. «E inmediatamente ... » (v. 20). Así como es el «momento favorable», la «estación oportuna» (el kairós), la llamada asu
me también un carácter de urgencia. Cristo es impaciente, quiere que aprovechemos inmediatamente la ocasión que se nos ofrece. La invitación no es nunca suave, sino categórica, apremiante. Mejor es cl rechazo explícito que la indecisión indefinida.
En la llamada se revela la eficacia de la palabra. Es una palabra creadora que hace discípulos.
Los componentes de la respuesta
De parte de los discípulos podemos destacar: la fe, el desprendi
miento, el seguimiento, el dejarse hacer.
-Fe. El discípulo se caracteriza por la fe, que es un entregarse confiadamente a una Persona, responder a su llamada aun cuando todavía no puedan medirse en concreto todas las consecuencias. Es aceptar el vivir en la precariedad una aventura de la que no se valo
ran con precisión las dimensiones y los riesgos.
Jesús no presenta lista detallada de sus exigencias. No dice lo que quiere o adónde llevará. Pide una adhesión sin prejuicios, total, incondicional.
El discípulo no siente la necesidad de pedir explicaciones. Y el Maestro, más que ofrecerlas, lo que hace es asignar tareas. Las ex
plicaciones, si se dan, vendrán más tarde, después que el discípulo haya sido puesto en acción. El significado de lo que ha sucedido, de lo que se vive, se descubre sólo una vez realizado.
Cuando es auténtica, la fe difícilmente puede reducirse a fórmu
las claras.
La fe es acontecimiento, respuesta generosa al acercamiento de Jesús, no especulación intelectual.
En el evangelio, la fe es presentada como antídoto contra el mie
do, contra el cálculo, contra la prudencia humana, contra la vacila
ción ante los compromisos.
-Desprendimiento. Al «inmediatamente» de la llamada corres
ponde el «inmediatamente» de la respuesta. Marcos siente predilec
ción por este adverbio.
La decisión, pues, se toma a través de un desprendimiento: de las redes, del oficio, de las cosas, de los vínculos familiares.
La respuesta se traduce en una separación, una renuncia, un ale
jamiento.
El contacto con Jesús y su palabra determinan necesariamente un
despojo. '
Antes que nada, quita, despoja, provoca laceraciones.
Uno se hace creyente en la medida en que acepta el «dejarse qui
tar» algo, incluso las seguridades sobre las que se apoya la propia. existencia.
-Seguimiento. O, si preferimos, adhesión, con tal que el término sea entendido en sentido dinámico.
El acento, de todas formas, no está puesto tanto sobre el verbo dejar cuanto sobre el verbo seguir.
El discípulo no es uno que ha abandonado algo. Es uno que ha encontrado a Otro.
La pérdida queda generosamente recompensada por la ganancia.
El descubrimiento hace palidecer lo que se ha dejado atrás.
«Si alguno quiere seguirme ... » (Mc 8, 34). El seguimiento es, precisamente, lo que justifica el desprendimiento.
El discípulo, por tanto, es uno que sigue a Cristo, se une a Cristo, establece una relación vital con él.
Discípulo no es el que está dispuesto simplemente a aprender, sino el que se muestra determinado a seguir. Hemos hablado ya de adhesión. Sin embargo, el creyente no acepta una doctrina, sino un proyecto de vida. No discute con el Maestro: le sigue. Cristo se da
rá a conocer a medida que se le siga. Se trata de aceptar su forma de actuar.
Lo del creyente es un obrar nuevo, un modo de pensar nuevo que surge del impacto con la gracia.
Incluso para los discípulos que, como nosotros, no hemos parti
cipado en la aventura terrena de Jesús, permanece válida la dimen
sión del seguimiento, que otros traducen por «imitación». Se trata de recorrer el mismo camino de Cristo, hacer sus mismas opciones, re
petir sus gestos, asumir sus pensamientos y sus actitudes, inspirarse en sus criterios, adoptar sus preferencias.
-Dejarse hacer. «Os haré pescadores de hombres» (v. 17). Co
nocen el oficio de pescadores de peces. El otro, no. Ni siquiera sa
ben lo que significa. Lo aprenderán ejerciéndolo.
Así llegamos al último rasgo que caracteriza al discípulo: «de
jarse hacer» por el Maestro. «Os haré ... ».
Es dificil, por no decir imposible, encontrar un discípulo ya bien hecho, completo, equipado de todo, «llegado».
Discípulo -y, por tanto, creyente- es simplemente uno que se es
tá haciendo. No se dice, ni es necesario, que se logre del todo. Lo que importa es que se intente, que no se deje de intentar/o.
La aventura nos espera
Tengamos en cuenta esto: lo que Marcos refiere no interesa a una categoría privilegiada de personas, de invitados especialísimamente para una aventura exclusiva, los superdotados para una empresa ex
cepcional. Es algo que afecta a todos los que se deciden tomar en se
rio el Evangelio, a creer la «buena noticia».
Debemos damos cuenta de que ser discípulos significa seguir a Cristo, recorrer su mismo camino. Quien no comparte el mismo pro
grama del Maestro y sus actitudes de servicio, no sigue, sino que se distancia de Jesús de Nazaret. No es uno que cree, sino que inter
preta un papel religioso.
Es posible estar «en otra parte», incluso permaneciendo en el puesto ordinario
La llamada de Jesús no está ambientada en un espacio sacro, en el recinto del templo, en un momento religioso, sino en una escena totalmente profana.
Gente que trabaja. Simón y Andrés, Santiago y Juan caen en la red de Cristo precisamente mientras están ocupados en su oficio de pescadores.
En la iglesia estoy seguro. Puedo quedarme relativamente tran
quilo. Es en la vida cotidiana, en las ocupaciones de cada día, cuan
do corro el riesgo de encontrarme cara a cara con alguien que tiene necesidad de mi oficio para ... cambiármelo, darle un sello y una orientación diversa. Alguien que me llama «a otra parte», incluso dejándome en el mismo puesto.
Entonces puedo seguir desarrollando el mismo trabajo, pero con una perspectiva distinta. Incluso estoy autorizado a quedarme satis
fecho hasta cuando no obtengo ningún resultado, no obtengo nada, o sea ... gano todo.
Se puede anunciar el Evangelio en cualquier oficio, dedicándo
se a cualquiera actividad. El peligro lo corren los que se creen espe
cialistas, expertos, profesionales del Evangelio, obreros a tiempo pleno del Reino, y no se preocupan de ... hacer otra cosa. O sea, pre
cisamente lo contrario de los primeros discípulos.
Los sucesivos especialistas, a los que tan bien conocemos, que han ocupado altivamente el puesto de los inexpertos primitivos, se creen por derecho ya dentro de la llamada, en un espacio sacro; pe
ro, en sus manos, el evangelio se convierte en instrumento con el que «pescan» de todo, menos hombres y mujeres para el Reino.
Entre promover y mortificar
«Os haré pescadores de hombres». Sucede a veces que encontra
mos algunos «llamados» que han sido hechos quién sabe qué, pero ciertamente no pescadores de hombres.
Frente a ciertas tareas asignadas o ejercidas espontáneamente, uno se pregunta si la vocación puede quedar impunemente vacía de su finalidad específica.
Cierto, lo importante no es lo que uno hace, sino lo que uno es.
Pero existe un hacer, especialmente en el campo burocrático-ad
ministrativo, que está demasiado lejos del oficio de pescadores de hombres y que se justifica -mejor, no se justifica en absoluto- só
lo porque la pesca es rentable, pero ciertamente no en términos evangélicos ...
Más grave todavía es el caso de aquellos que son apartados de una relación directa con los hombres y obligados a manejar papeles, sofocando así sus más profundas exigencias y mortificar las aspira
ciones más legítimas de la vocación que han elegido.
Jesús «hace ser», o sea, hace crecer a los discípulos en la línea del desarrollo de sus personas en relación a las exigencias del Reino. Ciertos «responsables» (!), en cambio, únicamente saben utilizar a las personas. Cristo promueve. Alguno, por el contrario, sólo logra mortificar y sofocar. Jesús «llama». Estos «se sirven».
Por más que se diga, la voluntad de Dios sólo puede invocarse para el crecimiento de las personas, no para su utilización en clave instrumental y de intereses prácticos.
La importancia de ser de los incompetentes
Cuando se piensa bien, se ve que los primeros discípulos han aceptado pasar de la experiencia a la inexperiencia.
Eran expertos en materia de pesca de peces y cosas afines. En cuanto a su nuevo oficio -pescadores de hombres- eran del todo in
competentes.
«Estoy convencido de que no se debe ni se puede descubrir de manera directa la propia identidad. Esta se descubre en la medida en que uno se empeña por algo más grande que nosotros» (V Frankl).
Los discípulos, evidentemente, no podían conocer esta afirma
ción del célebre psicoanalista austriaco.
Pero se dejan atraer, sin ni siquiera poner resistencia, por algo más grande que ellos, no circunscrito a su experiencia, más allá in
cluso de su comprensión inmediata.
Dios, por su parte, sabe que el hombre es capaz de todo. Hasta de aceptar la superación, de aventurarse en el campo de la inexperiencia.
A uno le vienen ganas de pedir: «Que vengan los inexpertos ... ».
2 El que no quiere que le molesten
«Llegaron a Cafarnaún y, cuando llegó el sábado, en
tró en la sinagoga y se puso a enseñar. La gente estaba admirada de su enseñanza, porque los enseñaba con autoridad, y no como los maestros de la ley. Había pre
cisamente en la sinagoga un hombre con espíritu in
mundo, que se puso a gritar: '¿Qué tenemos nosotros que ver contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a des
truirnos? ¡Sé quién eres: el Santo de Dios! '. Jesús lo increpó diciendo: '¡Cállate y sal de ese hombre! '. El espíritu inmundo lo retorció violentamente y, dando un fuerte alarido, salió de él. Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: '¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva llena de autoridad! ¡Manda incluso a los espíritus inmundos y estos le obedecen! '. Pronto se extendió su fama por todas partes, en toda la región de Galilea» (Mc 1, 21-28).
Una enseñanza «distinta»
Jesús se presenta en la «casa de oración» de Cafarnaún, inte
grándose en la vida religiosa de su pueblo.
Las sinagogas eran lugares de culto que, especialmente después del exilio, se habían difundido por todas partes, hasta en las pobla
ciones más pequeñas. No se podían ofrecer allí sacrificios, porque estos estaban reservados para el templo de Jerusalén.
En la sinagoga se desarrollaba la oración y, por tanto, la lectura y la explicación de la ley.
Eran edificios muy sencillos. Algunas banquetas para los fieles, un ambón para las lecturas, un armario donde se guardaban los rollos de las Escrituras bajo la responsabilidad de un custodio (hazzan), es
pecie de sacristán.
El comentario u homilía, además del presidente de la asamblea, podía hacerla uno de los participantes, con tal que fuera varón.
Jesús enseña con autoridad y manda también con autoridad. Pro
clama y actúa. Predicación y acción, palabra y obras caracterizan su ministerio. Y esta es la síntesis de la escena referida en el evangelio.
La enseñanza del Maestro provoca estupor y desconcierto entre los oyentes. Estos se dan cuenta inmediatamente de la diferencia res
pecto a lo' que enseñan, no sin una cierta prosopopeya, los maestros autorizados de su tiempo, esto es, los escribas.
Sin embargo, los escribas eran especialistas en la materia, teólo
gos cualificados, comentaristas de la Escritura, intérpretes oficiales de la ley. ¡Si alguno tenía autoridad, eran precisamente ellos!
Evidentemente, la autoridad de Jesús, que tanto impresiona a la gente, es de otro tipo. Es una autoridad que viene de lo alto, y que es reconocida por el pueblo llano, no por un sentido de sujeción y de miedo, sino porque todos «ven» en ella las exigencias de su corazón, sus aspiraciones más profundas de libertad.
Yo diría, incluso, que eS una autoridad que viene de dentro. No una autoridad vinculada al puesto que se ocupa, sino a la persona mIsma.
No estamos ante una autoridad profesional, institucional, sino an
te la de uno que, sin títulos y sin haber pasado por la retahíla de trá': mites impuestos por una carrera, se impone por algo bien distinto. En Jesús, el mensaje es inseparable de su ser. El mensaje es él mismo.
Cuando Jesús se presenta, lo que más impresiona a sus interlocu
tores está expresado con esta palabra: autoridad. Una autoridad que hace palidecer, que redimensiona despiadadamente la de los demás.
«Jesús se rebela contra los maestros de la ley, y su rebelión es a favor de los pequeños. Los maestros les imponen un yugo insopor
table. Desconocen que Dios hace libres. Imponen a Dios sus con
venciones sociales y sus reglas. Jesús restituye a Dios su libertad, trasgrediendo el poder de los escribas y fariseos, refutando el funda
mento mismo de su autoridad» (c. Duquoc).
La palabra que se convierte en acción
La autoridad es ejercida no sólo al enseñar, sino también al obrar.
Con la liberación del endemoniado Marcos quiere demostrar que la palabra de Jesús es eficaz, poderosa. Palabra que es acción.
El milagro es otra manifestación de su autoridad.
y la gente queda estupefacta, desconcertada ante esta autoridad
poder. Entendámonos. No es un alarde de poder. El poder mostrado por Jesús no es por sí mismo, sino en favor de los demás.
Dios se hace presente y actúa en el mundo a través de la ense
ñanza y a través de la palabra que sana. En ambos casos es un acto de liberación.
Jesús no es un simple repetidor, al estilo de los escribas. Lleva al
go nuevo tanto en los contenidos como en el modo, en el tono. Pero su novedad está, esencialmente, en el hecho de que su palabra es una palabra que hace que suceda algo.
«Había precisamente en la sinagoga un hombre con espíritu in
mundo, que se puso a gritar: 'i Qué tenemos nosotros que ver conti
go, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruimos? ¡Sé quién eres: el Santo de Dios!'» (vv. 23-24).
No podemos pensar, en primer lugar, en la impureza sexual. En el lenguaje bíblico, impureza significa simplemente «contrario a lo
/'
sacro». Todo lo que se opone a la santidad de Dios es considerado
impuro. En otras palabras, la noción de impureza indica «el ámbito en el que se encuentra el hombre que vive alejado del único Dios verdadero, en poder de los ídolos y de las potencias hostiles a Dios» (K. Gutbrod).
«¿Qué tenemos nosotros que ver contigo?». Las posibles traducciones de esta frase son muchas: «¿Qué tenemos en común?»
«¿Por qué te metes en nuestras cosas?» «¿Qué tienes tú que ver con nosotros?» «¿Qué hay entre tú y nosotros?»
O sea, se trata de una protesta contra una intervención inoportu
na, molesta, en perjuicio de seres que no la han provocado.
Como si se dijera: «Métete en lo tuyo y déjanos en paz».
El reconocimiento de Satanás resulta significativo. A través de la predicación de Jesús, el demonio advierte que su reino se ve amena
zado por la irrupción del reino de Dios. Siente tambalearse su poder. Satanás se convierte así en el teólogo que sabe (<<Sé quién eres: el Santo de Dios», v. 24), que acierta.
Parece que de cada grieta del terreno salen diablillos ...
Inútil ocultarlo. Marcos pone en apuros. El primer milagro que cuenta es la liberación de un poseso. De un tipo totalmente distinto es, por ejemplo, el primer signo referido por Juan: el milagro reali
zado en un: banquete de bodas (Jn 2, 1-11).
Este planteamiento de Marcos no es ciertamente casual. Pronto leeremos la narración del endemoniado de Gerasa, con tal abundan
cia de detalles que solamente puede atribuirse a una intención bien concreta.
Por otra parte, en todo el evangelio de Marcos la expulsión de de
monios ocupa un puesto muy relevante. Nosotros nos sentimos un poco incómodos, casi molestos. Es difícil hacer tragar estos episo
dios a hombres de nuestro tiempo que tienen un mínimo de conoci
mientos científicos.
Según una mentalidad primitiva, algunas enfermedades, espe
cialmente mentales, eran atribuidas al influjo o la posesión de espí
ritus malos, llamados también «demonios». A la posesión demonía
ca estaban frecuentemente vinculadas, además, limitaciones físicas como la mudez, la sordera, la ceguera, la parálisis, la epilepsia.
En tales fenómenos casi nunca se trata de pecado, ni se pronun
cia un juicio moral sobre los individuos. Son víctimas de fuerzas malignas. Eso es todo.
En ciertos casos, hoy hablaríamos más bien de epilepsia, demen
cia, histeria, crisis maniático-depresiva, esquizofrenia, psicopatía. En vez de «endemoniado», diríamos «paranoico». Sin excluir, natu
ralmente, los casos -no muy frecuentes y que sólo se verifican rigu
rosamente de cuando en cuando- de auténtica posesión diabólica.
Jesús no se aparta de la mentalidad de su tiempo, más bien pare
ce compartirla. Tampoco se preocupa de advertir que se trata de cau
sas naturales. Él no ha venido para abrir los cauces de la moderna psiquiatría. Compete a los hombres cumplir esa tarea, llevar adelan
te sus investigaciones para establecer las causas del mal.
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