A veces salimos de un culto de adoración algo decepcionados porque hubo algo que no nos agrado. Nos ponemos a pensar que si las cosas se hubieran hecho de otra forma todo hubiera salido mejor. Sin embargo, debemos recordar que los cultos y servicios de adoración no fueron creados para llenar nuestras expectativas e intereses. El siguiente artículo nos hace reflexionar acerca de nuestras actitudes con respecto a los servicios de nuestras iglesias y cómo podemos cambiarlas.
Hace algunos años, en un viaje de negocios, visité una iglesia cercana a mi hotel. Como llegué un poco temprano, el pastor me saludó muy calurosamente. Desafortunadamente, el culto fue algo diferente a lo que yo estaba acostumbrado. La música no era de mi gusto, y el orden no me era familiar. Me pregunté por qué las personas tendrían un culto como este. Realmente no facilitaba la adoración. Deseé haberle preguntado a algunas personas a donde debí haber ido esa mañana. Hasta me sentí aliviado de que no hubiera santa cena ya que no sabría cómo la realizarían. Realmente sentí una obligación con el pastor, por eso, me interesé por ayudarlo en sus cultos. Cuando lo encontré en la puerta, vi que tenía la oportunidad para expresárselo.
«Roberto, fue grandioso tenerte entre nosotros adorando», dijo, «espero que te haya gustado estar aquí tanto como nosotros disfrutamos tu presencia».
«Su sermón fue excelente», contesté. «Nunca había visto que esos versículos se podían aplicar de esa forma. Me ayudará por lo menos en dos relaciones».
Baje mi tono de voz mientras le decía: «Pero tengo que confesarle que me siento un poco diferente con respecto al resto del culto».
«Ah,» dijo él claramente, «¿Qué cree usted…?»
Mi corazón se sobresaltó. Esta era la oportunidad que necesitaba para decirle lo que yo hubiera preparado durante el culto. Sin embargo, mientras terminaba, me di cuenta de lo que estaba diciendo: «¿Qué cree usted que no le gustó al Señor?»
Sentí que tenía mi corazón en la garganta. ¡Él quería saber lo que yo creía que le había disgustado al Señor! Yo no estaba preparado para esa pregunta. Aclaré mi garganta y barbullé. «Bueno, no creo que hubiera algo que al Señor no le gustara. Yo hablaba de mí, pero ¿no se trata de mí? ¿Verdad?» Le di la mano y me sonrió mirándome fijamente a los ojos, como si pudiera ver leer mi mente.
«Ah, sí», dijo él, «sí hubo algo que al Señor no le gustó».
Le sonreí tranquilo. «¿Y qué era eso?», le pregunté esperando que hubiera olvidado su mejor chiste o algo así. Pero sonrió una vez más y me dijo: «Usted encontrará la respuesta».
Después me dijo, «¿Lo veremos esta noche? Espero que sí». Esto fue lo último que me dijo y se volvió para despedir a las personas que estaban detrás de mí.
Leer la mente de Dios
Pasé todo el día quebrándome la cabeza —pensé en todos los detalles que podía recordar. Sin embargo, no pude encontrar una sola cosa que al Señor le hubiera disgustado. El bebé que lloraba no le hubiera molestado; él ama a los niños. Ni la tos,, ni siquiera la música. A mi no me gustó pero al Señor… bueno… tal vez. De todas formas, el pastor no pudo haberse referido a la música; probablemente él fue el que la escogió.
Fui al culto de la noche —no porque esperaba un mejor servicio, sino porque deseaba preguntarle al pastor una vez más a qué se había referido. Le dije lo mucho que me había inquietado su pregunta y le rogué, entre bromas, que me dijera. Tenía un brillo en sus ojos cuando me respondió que sencillamente lo que tenía que hacer era pedirle a Dios. Luego sonrió y me dijo: «Ora por eso. El Señor te lo mostrará».
Esa noche realmente oré por eso y al día siguiente pensé en el tema muchas veces. Nada. Mientras cenaba solo en el restaurante del hotel, una vez más le pedí al Señor que me mostrará lo que a él no le había agradado del culto.
Justo frente a mis ojos
Mientras bebía mi café, Dios respondió a mi oración con un discernimiento divino. Lo único que a él no le había gustado del servicio fue mi actitud —haber criticado la adoración. Me enfoqué en mis gustos, en lugar de interesarme por el pastor, por lo que le agrada a Dios —me abstuve de cantar, de compartir mi alabanza, incluso de orar. Lloré cuando recordé que me sentí aliviado de que no hubiera santa cena ese día.
De regreso en mi habitación, me postré avergonzado ante el Señor. Le agradecí por el discernimiento y la paciencia del pastor, y le pedí que me perdonara. Por último, le prometí que, desde ese momento, me uniría de todo corazón en cualquier oportunidad que tuviera para adorarlo junto con el Cuerpo de Cristo. Con cualquier tipo de música que los hermanos escogieran, sin importar que tan bien tocaran o cantaran, o el orden del culto. Si leen sus oraciones o las dicen espontáneamente, si están arrodillados o de pie, levantan sus manos o se aferren a sus himnarios, compartan sus alabanzas y necesidades en voz alta o escuchan en silencio, pasan una bandeja de comunión o se arrodillen hasta el altar, recogen la ofrenda o colocan una canasta en la parte de atrás. Y cuando regresara a casa, dejaría de decir cómo deben hacerse las cosas (mejor dicho, cómo no deben hacerse).
Desde entonces, puedo decir que nunca he participado en un culto cristiano que no me guste, y eso es una gran bendición.
Sin embargo, los beneficios reales no tienen que ver con mi experiencia de adoración. Tienen que ver con mi nuevo amor hacia el Cuerpo, un deseo mayor en apoyar a otros en su trabajo para Dios, y en llevar las cargas de otros. Ahora entiendo lo que Dios quiere del Cuerpo y de mí.
Este artículo se publicó por primera vez en Christian Reader. Usado con permiso. Título del original: What’s wrong with this worship service? Copyright © 2001 por el autor o por Christianity Today International, por la revista Todays Christian (anteriormente Christian Reader). Setiembre/Octubre 2001, Vol. 39, No. 5, página 35. Traducido y adaptado por DesarrolloCristiano.com, todos los derechos reservados.
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