por Mesa redonda
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Apuntes Pastorales reunió a tres pastores en cuyos ministerios la formación de discípulos ha sido una prioridad. Lo compartido resaltó los privilegios y beneficios de una inversión sin igual.
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Osvaldo Cepeda, lleva treinta y seis años en el pastorado dentro de la Comunidad Cristiana, los últimos treinta colaborando y supervisando a pastores y congregaciones en el interior de Argentina. Está casado, tiene dos hijos y cinco nietos. Tomás Buzzelli, por su parte, ha sido el pastor de la Congregación Cristiana Evangélica de Merlo, en Buenos Aires, durante veintinueve años. Desde 1982 ha sido, también, el presidente de FIET, ministerio de educación teológica por extensión. Está casado, tiene cinco hijos y tres nietos. José Moretto, ha trabajado por veinticinco años en la producción de alimentos y tiene veinte años de experiencia pastoral. Pastorea la Iglesia Emanuel de la Unión de las Asambleas de Dios, en Ciudad Jardín, Buenos Aires. Está casado y tiene cuatro hijos.
A.P.- Según su opinión ¿por qué Jesús le dio tanto énfasis a la formación de discípulos?
OC - Es evidente que el Señor busca transformar vidas, y el discipulado permite precisamente eso. Si el discipulado no lleva a la persona a conocer más a Dios y a ser transformada, creo que se fracasa en el ministerio.
TB - El discipulado trasciende lo estrictamente académico para establecer una relación de persona a persona. En este cuadro, la enseñanza se da desde un plano más doméstico y más real. Parte de un hecho concreto y no de lo que yo le quiero decir a la persona. No hay discipulado sin relación personal; y Cristo procuraba, sobre todas las cosas, volver a establecer relaciones personales con las personas.
JM - Yo creo que Cristo también entendía que el discipulado trasciende el tiempo. Nosotros tenemos un tiempo limitado de vida, pero el sistema del discipulado permite que nuestra inversión continúe en otros, aun cuando nuestra vida terrenal haya cesado. El factor de la inversión personal garantiza que quien haya sido discipulado puede volver a repetir el proceso en otros, y así sucesivamente.
A.P. - ¿Hacia qué apunta el trabajo de formar un discípulo?
OC - Yo creo que Dios llama a cada persona con un propósito y este requiere que sus dones y ministerios sean desarrollados. Yo tuve la bendición de haber tenido una persona que me discipuló. La mayor satisfacción de esta persona era descubrir una gracia en alguien y luego ayudarlo a desarrollarla hasta las últimas consecuencias. Posiblemente sea por esa escuela que considero que la prioridad en la tarea del formador de discípulos es descubrir esa gracia. Debemos tener claridad en cuanto a la dirección que Dios quiere darle a nuestro discípulo, porque somos colaboradores en sus proyectos.
Por otra parte, es necesario reconocer que el Señor no nos entrega un discípulo de por vida. A veces habrá personas que permanecerán a nuestro lado uno, dos o cinco años, pero no es más que un lapso en la vida de ellas. Yo no puedo adueñarme de nadie. Más bien, en la etapa que me toca contribuir, debo perseguir el propósito de Dios para ese individuo en el momento particular que está viviendo.
TB - En mi caso, trato primero de apuntar más a la vida del discípulo y a su relación con el Señor. Aunque el corazón es engañoso, el Señor nos da gracia para conocer una pequeña parte de su realidad, la cual me permite, en el comienzo, revisar qué lo mueve a actuar de la forma que lo hace. Después busco trabajar sobre el hogar, si la persona es casada. Me concentro en su vida como padre (o madre), cónyuge y trabajador (a). En cuanto a su formación ministerial, busco que construya una visión integral y no especializada. Es decir, me interesa que pueda velar por el bien de todos, y no solamente por aquellas personas relacionadas con sus propios intereses. Esto implica, por supuesto, que se comprometa con la comunidad a la cual pertenece.
JM - Yo creo que es muy saludable tener una visión integral de la persona, y especialmente que el área del carácter no quede sin atenderse. Me parece muy oportuno el comentario previo de mis hermanos acerca del tiempo que estamos invirtiendo en otros. No somos los dueños de las personas. Más bien las acompañamos durante el tiempo determinado que Dios nos las encarga. Personalmente, procuro ayudarla a entender a Cristo en la totalidad de su vida, especialmente en aquellas facetas que otros no ven, es decir, las que tienen que ver con su vida privada.
A.P. - ¿Cuáles son algunos de los beneficios que tiene el desarrollar una relación con las personas que estamos discipulando?
TB - En mi entender, el beneficio más grande es cumplir el mandato de Cristo, de reproducir su ministerio. Otro beneficio es el poder de la imitación. Durante mucho tiempo escuché a diferentes predicadores decir: «no me miren a mí; miren al Señor». Creo que el proceso de formar a otros claramente pone la mayor responsabilidad del discipulado sobre mi persona. Me ubica en un plano de transparencia y de apertura. ¡Debo poder decir a otros que me imiten a mí!; después de todo, yo soy un modelo. El beneficio está en confrontarnos a nosotros mismos con esta verdad. Pone el acento sobre el hecho de que en lo que exhortamos a otro también lo vivimos en nuestra propia realidad cotidiana.
OC - Para mí el beneficio está en la oportunidad que uno tiene de acercarse a una vida y conocerla profundamente. En este sentido, deseo diferenciar el discipulado de Jesús del mío. En mi caso, hay discípulos que me enseñan. Yo he tenido el privilegio de invertir en personas que han enriquecido mi vida; no solamente me ha hecho bien verlos transformados, sino que me ha bendecido saber que han alcanzado, en Dios, un lugar al que yo nunca hubiera podido llevarlos por mi propia cuenta. Pero tampoco lo hubiera logrado el discípulo si yo no me hubiera acercado para dedicarle tiempo.
Quizás valga la pena mencionar una pequeña trampita en esto y es que el discipulador se siente feliz cuando encuentra una persona que le obedece en todo. Creo, sin embargo, que el discipulado bien entendido es experimentar el gozo de ver a alguien que ha sido formado, pero que también logró abrir su propio camino. No terminó siendo una réplica de mí, sino que se formó en toda la gracia y el don que Dios le dio. Si mi discípulo logra superarme, ¡el gozo será completo!
JM - Otro de los beneficios tiene que ver con la clase de vida que nosotros debemos dar a la persona a la cual estamos acompañando. Uno no puede dar lo que no tiene, por eso es importante que vivamos tal y como enseñamos a los demás. No es suficiente solamente con las palabras: nuestra vida tiene que parecerse a lo que decimos. Para mí, este es un beneficio sin precio. A la vez, debemos cuidarnos de no pretender que las personas sean lo que nosotros mismos no somos. En ocasiones se puede producir un defasaje en esto. Y, por supuesto, cuando vemos que los que formamos hacen lo mismo en la vida de otros podemos sentir, de alguna manera, que por la gracia de Dios estamos realizando bien nuestro trabajo.
A.P. - Han mencionado algunos de los peligros que puede acarrear el trabajo en el discipulado. ¿Cuándo se desvirtúa el proceso de hacer discípulos?
TB - El peligro está en pretender que el discípulo sea una réplica mía. Nosotros debemos invertir en el discípulo para que se parezca a Jesús, no necesariamente a nosotros mismos. Creo que, en ocasiones, podemos ser muy dominantes, y aún tan posesivos que acabamos por quitar al discípulo su personalidad. El discípulo debe tener vida propia, lo que incluye aprender siempre a consultar primero al Señor. Por supuesto que yo soy instrumento en las manos del Señor, pero de ninguna manera puedo ocupar el lugar de Él. No debo olvidar tampoco que el pecado, que procura estropear la vida de ese discípulo, es el mismo que puede lastimar mi propia vida. En realidad, los dos tenemos un mismo enemigo en común, que es el pecado.
OC - Comparto totalmente lo que dice Tomás. En mi opinión, este peligro también nos lleva a creer que la única persona de la cual debe depender el discípulo es de aquel que lo está formando. El discipulado se realiza dentro del cuerpo mismo del Señor y cada discípulo aprenderá de distintos ministerios. Si yo me adueño de una persona y no le permito recibir de otros, el desarrollo que pueda tener en su vida espiritual será muy limitado. Una persona aprende incluso de la vida secular y por esto nos damos cuenta de cuán limitado es lo que le podemos enseñar.
JM - Me parece que el discipulado es una relación de amor y respeto, no de control. El comportamiento del discípulo frente a los problemas puede decirnos mucho al respecto: si siempre acude al teléfono para llamarnos a nosotros nos da una clara indicación de que le estamos enseñando que dependa de nosotros. Si, por el contrario, va a los pies de Jesús, podemos constatar que lo nuestro es verdaderamente una tarea de acompañamiento. Esto no significa que vamos a eludir nuestra responsabilidad, pero debe quedar claro que estamos formando discípulos de Jesús.
A.P. - Una tendencia arraigada en la iglesia es creer que el discipulado consiste en un curso de unos meses. ¿Qué comentario harían al respecto?
JM - Si bien hay cierta faceta del discipulado que podríamos llamar teórica, el proceso en sí afecta toda la vida. Es justamente en el contexto de las circunstancias cotidianas que tenemos que practicar los consejos y las enseñanzas de Jesús. No se pueden fabricar discípulos metiéndolos por una máquina y, al cabo de determinado tiempo, sacarlos terminados por el otro extremo. Limitar el discipulado a un período de tiempo me parece un concepto un tanto pobre.
OC - Creo que vale la pena recalcar que el discipulado es el fruto de una convivencia permanente. Yo tuve la bendición de haber tenido tres hombres que marcaron mi vida. Si me preguntaran cuál lección o mensaje me hizo bien, no podría identificarlo. Lo que marcó mi vida fueron sus actitudes, las cuales pude ver en la convivencia, los viajes y las charlas. Creo que esa es la clase de discipulado a la cual Jesús llamó a los suyos, tal como él la practicó con ellos. De paso, vale mencionar que esta convivencia es de igual a igual. La relación debe ser de ida y vuelta. Somos discípulos de Cristo y aunque yo esté discipulando a otro, yo no dejo de ser también un discípulo.
TB - Creer que el discipulado pasa estrictamente por lo académico es un error. Por otro lado, considerar que no necesita de lo académico también es un error. Debemos tratar de usar ambos elementos y abrir un espacio para una relación personal, aunque también se deben crear oportunidades para lo académico, la reflexión y otros mecanismos que permiten una formación integral.
No sé si comparto con Osvaldo que la relación de discípulo y discipulador debe ser de igual a igual. Opino que en algún momento el discípulo se deberá graduar de discípulo, pero la experiencia me dice que no siempre ha sido bueno cuando el discipulador abre totalmente su vida al discípulo. El discípulo es como un «hijo»; ¿acaso el papá debe abrir toda su vida con su hijo? Se me ocurre que si abre toda su vida habrá asuntos demasiado pesados para que un hijo los pueda entender. Esto no quiere decir que no le permitimos ver al discípulo que somos personas que podemos equivocarnos, esconder de ellos nuestra humanidad; solo creo que uno debe tener ciertas reservas. Justamente por eso es temporal la relación.
A.P. - Jesús trabajó más intensamente con tres de los doce que con los otros nueve; ¿podríamos decir que hay niveles de intensidad de inversión?
JM - En mi opinión, sí. Justamente en la medida en que desarrollamos las relaciones podemos percibir en algunas personas una gracia especial que demanda de nosotros mayor dedicación, mayor entrega. No es que no lo esperemos de todos, pero en la convivencia uno descubre quiénes tienen más deseos de aprender, de caminar junto a uno, que están dispuestos a pagar el precio. En mi opinión, Dios claramente nos indica que nos hemos de ocupar en una forma especial de esas personas.
OC - Uno invierte más tiempo en aquellos que, según nuestra percepción, se proyectan más hacia la obra y el ministerio, pues necesitan más apoyo y formación teológica. No todos van a ser pastores ni van a estar en el ministerio. Quienes posean este potencial son las personas a quienes tenemos que darle más tiempo.
A.P. - ¿Cómo escogieron a las personas con las cuales llevaron a cabo este proceso de discipulado?
TB - No sé si hay un método. Los que tengo «son los que el Padre me dio». Esta sería la pura verdad, aunque suene poco práctica. Coincido con Osvaldo y José en que debemos estar atentos a la proyección de la persona y a su grado de interés de estar a nuestro lado. Esto, sin embargo, se logra por un proceso en el cual recibimos claridad sobre el asunto, es más que una revelación estática en un determinado momento. Dentro de la iglesia también uno puede ir viendo hacia dónde el Señor está llevando a la persona. Ciertas características nos van advirtiendo que es necesario apartarla y ponerla un poquito «más cerca del fuego». Estoy convencido, además, de que debemos depender continuamente del Señor para que nos confirme a quiénes debemos seleccionar entre la gente con la que nos relacionamos.
OC - Es una labor espiritual que debe hacerse con la guía del Señor, con la convicción de que «estos son los que el Padre me dio». Yo no los puedo elegir. Si lo hiciera, ¡habría peligro! Cada persona que debemos ayudar es hija de Dios y no podemos de ninguna manera despreciarla. A mí me encantaría elegir, pero creo que Dios no me da esa libertad. Yo debo trabajar con la gente que él ha puesto delante de mí. Para esto debo discernir qué puedo hacer con cada persona que me es confiada. No es un trabajo en el que tenemos el éxito asegurado. Dios sigue uniendo a su cuerpo, y en él hay miembros no muy decorosos, pero a ellos también hay que guardarlos y protegerlos. En esa misión estamos.
A.P. - No hay garantías. Algunas personas a las que estamos formando nos decepcionan. En ocasiones, nos sentimos traicionados. ¿Cómo debemos manejar estas experiencias?
JM - Pienso que es el precio que debemos pagar. Debemos, además, estar dispuestos a hacerlo todas las veces que el Señor lo requiera. No hacemos nuestro trabajo con los ojos puestos en el éxito, aunque es lógico que queramos ver resultados positivos. Si nada resulta como esperábamos, me parece que igualmente debemos estar dispuestos a hacer nuestra tarea con la mejor dedicación. Podemos, también, aprender de los fracasos y los problemas, porque es justamente con ellos que más se aprende, y nunca debemos dejar de lado que Dios también está tratando con nosotros.
OC - Por supuesto que no tenemos ninguna seguridad de que con cada persona vamos a tener un excelente resultado. Les sucedió a Jesús y a los apóstoles; ¿por qué no me va a ocurrir a mí también? Es doloroso, y uno sufre cuando se siente defraudado o cree que el trabajo hecho ha sido en vano. Empero, considero esa experiencia una buena oportunidad para recordar que nuestro galardón no esta aquí, sino en los cielos. No trabajamos pensando en lo que podemos producir, sino en obedecer al Señor y servir a nuestros hermanos.
TB - Lo que motive nuestra labor debe ser el amor que tenemos por el Señor. Eso nos preserva de la posible frustración frente al fracaso. Cuando trabajamos motivados solo por amor a la gente, ella misma se va a encargar de que en algún momento la dejemos de amar, pero si lo hacemos por amor al Señor, sin importar los resultados, siempre amaremos a las personas, pues la tarea la hacemos con esperanza. Tarde o temprano, la semillita plantada dará fruto.
A.P. - ¿Por qué, siendo tan vital para la iglesia, la tarea de formar discípulos es uno de los aspectos en que muestra mayor debilidad?
JM - En mi opinión, volvemos al asunto del precio. Hacer discípulos demanda toda nuestra vida: hogar, familia y tiempo. Significa también negarnos a nosotros mismos, y cuando se apunta solamente al método, la tarea se vuelve algo tediosa y difícil. No se pueden hacer discípulos sin hacer sacrificios en la vida, mas no todos tenemos la disposición a semejante entrega. Más bien queremos que otros lo hagan por nosotros.
OC - Debo confesar que, personalmente, me gusta más pararme en el púlpito y predicar que estar escuchando a otro. Predicar a decenas de personas es más atractivo que estar invirtiendo en una sola persona. Me parece que la iglesia de nuestros días se siente muy presionada por lograr resultados, por el éxito. A un formador de discípulos esta presión lo aplasta, porque en el ministerio uno no puede imponer ni fabricar resultados. Formar un discípulo exige tiempo y trabajo esforzados. El tiempo invertido solamente lo valora el que es discipulado. Jesús, sin embargo, eligió este camino, y de la misma forma, los apóstoles. Si no vamos por este sendero, tarde o temprano nos daremos cuenta de que no hemos edificado demasiado. El Señor estableció el discipulado y no hay otro camino para formar a Cristo en uno. Hay caminos más fáciles, con mayor ruido y éxito «aparente», pero lo que permanece establecido, las personas confirmadas en el tiempo, son aquellas tratadas con el respeto y el tiempo necesarios para una genuina transformación espiritual.
TB - Ignoro si, desde la comprensión pastoral de muchos líderes, hoy se entiende el discipulado como una prioridad ministerial. Muchos pastores son más bien administradores, preocupados por el buen funcionamiento de todos los programas de la congregación. También ignoro si el pastor de hoy entiende que debe dedicarse a unos pocos y no a multitudes, especialmente por el énfasis de nuestros tiempos sobre la multiplicación. Finalmente la iglesia, con raíces en la tradición católica apostólica y romana, ha ejercido presión sobre el pastor para que dedique tiempo a todos y no a unos pocos. No hubiera sido bien visto por la congregación que el pastor se dedicara a unos pocos y no a todos.
Sin embargo, esto revela una falta de madurez del pastor y de la congregación, pues aún no hemos entendido que el sacerdocio es universal, responsabilidad de todo el cuerpo de Cristo, y que todos hemos sido llamados a hacer discípulos. Pero si vivimos esa verdad, mientras todos colaboran con la tarea, el pastor puede dedicar el tiempo correcto a hacer inversiones clave para la salud de la congregación.
A.P. - En términos prácticos, ¿qué involucra la actividad de discipular?
JM - Básicamente tiene que ver con el proceso de estar juntos. Puede ser para estudiar la Palabra, hablar de aquellos temas que estamos enfrentando en la vida, orar, reírse… o llorar juntos. Es decir, es un tiempo de vida. La relación gira en torno a ciertas realidades concretas y prácticas que buscan llegar a ser como Jesús.
OC - Por supuesto que nuestra relación ha de girar en torno a la Palabra. A veces uno lo omite porque suena demasiado obvio, pero resulta un factor elemental. Cuando uno convive con una persona se da cuenta de qué adolece en ese momento; no siempre son las mismas necesidades, pero el desafío está en traer luz a esa situación por medio de la Palabra eterna. El discipulado también debe ser distendido; no necesariamente se trata de una hora o dos; a veces en diez minutos podemos alcanzar el objetivo. En otras ocasiones nos va a llevar diez horas, diez días o diez semanas.
A.P. - Muchos pastores y líderes afirman: «me gustaría invertir más tiempo en formar discípulos pero mis múltiples ocupaciones me lo impiden». ¿Qué respuesta les podrían dar?
TB - Uno debe revisar su agenda. Yo creo que siempre hay tiempo para esto. Probablemente lo que no hay es suficiente vida, pero tiempo hay; ¡de hecho, sobra! Creo, también, que algunos pastores no saben por dónde empezar. No es que no tienen tiempo sino que están un poco desorientados y confesar que uno no sabe por dónde empezar es avergonzante. Sin embargo, también es un buen punto para iniciar un proyecto de discipular a alguien.
OC - Si no se administra el tiempo, es imposible tratar con una persona. Pero esto no es todo. Al discípulo debe tratársele con la calidad de tiempo que merece la formación de Cristo en él. Y es verdad, muchas veces no usamos el tiempo con responsabilidad. Lo especial, sin embargo, no es el tiempo sino la relación. Cuando la relación se torna valiosa, el tiempo siempre surge por sí mismo.
M - Estoy de acuerdo con Osvaldo; es una cuestión de prioridades. Siempre buscamos el tiempo para todo lo que consideramos importante y las relaciones que valoramos nunca las desatendemos.
A.P. - ¡Muchas gracias por compartir con nosotros sus experiencias en hacer discípulos!
Tomado de Apuntes Pastorales, Volumen XXIII, número 1. Todos los derechos reservados.
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