No solo es útil entender por qué y cómo adoramos a Dios, sino también lo que ocurre cuando adoramos a Dios. Adorar, el acto de dar libremente amor a Dios, forma y moldea cada una de las actividades de la vida cristiana.
Muchas personas que visitan las Comunidades Cristianas Vineyard comentan sobre la profundidad y la riqueza de nuestra adoración. Este comentario no ha surgido por casualidad: nuestra filosofía está bien pensada, guía el porqué y el cómo adoramos a Dios. Queremos compartírsela en este artículo.
Para entender la forma en que adoramos a Dios, debo contarle la historia de nuestra comunidad, la cual se remonta hasta 1977. En ese tiempo mi esposa, Carol, dirigía un grupo pequeño en la casa, del cual surgió una pequeña iglesia. Permitiré que sea ella quien describa lo que ocurrió durante ese tiempo.
«Empezamos a adorar nada más que con el sentido de llamado por parte del Señor a que desarrolláramos una relación más profunda con él. Antes de que iniciáramos nuestras reuniones caseras en 1977, el Espíritu Santo ya había estado trabajando en mi corazón al respecto. Había creado en mí una colosal hambre por Dios. Un día, mientras oraba, la palabra adoración apareció en mi mente como si fuera un titular de un periódico. Yo no pensaba mucho en esa palabra. Como cristiana evangélica, siempre había asumido que en cualquier reunión dominical había “adoración” —y, en cierta forma, estaba en lo correcto. Pero en otro sentido había ciertos elementos en el culto que eran exclusivos para la adoración y no para las enseñanzas, anuncios, presentaciones musicales, y todas las otras actividades que forman parte de una típica celebración dominical. Tuve que admitir que no estaba segura de qué parte del culto se suponía estaba destinada a la adoración.»
»Después de empezar las reuniones caseras, observé que había momentos durante la reunión —generalmente cuando cantábamos— en los que experimentaba a Dios profundamente. Entonábamos cánticos pero especialmente de adoración o testimonios de algún hermano. Pero ocasionalmente entonábamos un canto personal e íntimo para Jesús, con letras como “Te amo Jesús”. Esos tipos de cantos avivaban y nutrían el hambre que sentía por Dios.
»Fue en ese tiempo, cuando empecé a preguntarle a nuestro líder musical por qué parecía que algunas canciones encendían una chispa dentro de nosotros mientras que otras no. En nuestras conversaciones sobre adoración, nos dimos cuenta de que a menudo cantábamos sobre adorar pero casi nunca adorábamos —excepto cuando accidentalmente “tropezábamos” con canciones íntimas como «Te amo Señor» y «Levanto mi voz». De esta forma empezamos a notar la diferencia entre cantos sobre Jesús y cantos para Jesús.
»Durante ese tiempo cuando “tropezábamos” colectivamente a la hora de adorar, era porque muchos de nosotros también adorábamos en casa, a solas. Durante estos tiempos solitarios no necesariamente cantábamos, sino que nos doblegábamos, nos arrodillábamos, levantábamos nuestras manos, y orábamos espontáneamente en el Espíritu —algunas veces con oraciones verbales, en otras con oraciones no verbales, e incluso oraciones en las que no se utilizaban las palabras. Observamos que a medida que profundizábamos en nuestra adoración individual, más hambre de Dios experimentábamos cuando nos reuníamos. Así que aprendimos que lo que ocurre cuando estamos solos con el Señor determina la intimidad y la profundidad de nuestra adoración colectiva.
»En ese tiempo comprendimos que nuestra adoración bendecía a Dios, que era solo para él y no un medio para preparar a la gente para el sermón del pastor. Esto fue una revelación emocionante. Después de establecer el lugar central de la adoración en nuestras reuniones, surgieron muchos momentos en los cuales adorábamos a Dios por una o dos horas.
»En esos años también descubrimos que cantar no era la única forma de adorar a Dios. Ya que la palabra adoración significa literalmente postrarse, es importante que nuestro cuerpo se involucre en lo que nuestro espíritu está declarando. En la cultura hebrea según las Escrituras esto se hacía inclinando la cabeza, levantando las manos, arrodillándose e incluso postrándose ante Dios.
»Un resultado de adorar y bendecir a Dios es que él nos bendice. No adoramos a Dios para que nos bendiga pero somos bendecidos cuando lo adoramos. Dios visita a su pueblo con manifestaciones del Espíritu Santo.
»De esta forma, adorar contiene una doble vía: la comunicación con Dios a través de los medios básicos como lo son el canto y la oración, y la comunicación que viene por parte de Dios a través de la enseñanza y la predicación de la palabra, la profecía y la exhortación, etc. Lo exaltamos y alabamos, y como resultado, nos acercamos a su presencia donde nos habla».
Definición de la adoración
Probablemente la lección más significativa que Carol y la primera Comunidad Vineyard aprendieron fue que la adoración es el acto de dar libremente amor a Dios. De hecho, el Salmo 18.1 afirma: «Yo te amo, Señor, fortaleza mía». Adorar es también una expresión de temor, sumisión, y respeto hacia Dios (lea Sal 95.1–2; 96.1–3).
El deseo de nuestro corazón debería ser adorar a Dios; Dios nos diseñó para que cumpliéramos dicho propósito. Si no adoramos a Dios, adoraremos a algo o a alguien más.
Pero ¿cómo deberíamos adorar a Dios? El Antiguo y el Nuevo Testamento nos describen varias formas:
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Confesión: reconocer el pecado y la culpa ante un Dios santo y justo.
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Agradecimiento: dar gracias a Dios por sus obras, especialmente por sus obras de la creación y la salvación.
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Adoración: alabar a Dios simplemente por quién él es —El Señor del universo.
Como lo señaló Carol, la adoración involucra no solo nuestro pensamiento e intelecto, sino también nuestro cuerpo. En la Biblia observamos varias formas de oración y alabanza como por ejemplo cantar, tocar instrumentos musicales, danzar, arrodillarnos, postrarnos, levantar manos, etc.
Fases en el corazón
No solo es útil entender por qué y cómo adoramos a Dios, sino también lo que ocurre cuando adoramos a Dios. En nuestra iglesia, vemos cinco fases elementales de la adoración, fases por las cuales los líderes de adoración intentan dirigir a la congregación. Estas fases nos ayudan a entender nuestra experiencia con Dios. Tenga en mente que a medida que pasamos por estas fases, nos dirigimos hacia una meta: nuestra intimidad con Dios. Defino intimidad como pertenecer o revelar la naturaleza más profunda de uno a otra persona (en este caso Dios), y se caracteriza por una asociación, presencia y contacto cercano. Describiré estas fases conforme se aplican a la adoración colectiva, pero estas también se aplican a nuestra práctica privada de adoración.
1.
La primer fase es el llamado a adorar, el cual es un mensaje dirigido a las personas. Es una invitación a adorar. Esto se puede realizar a través de un canto como «Vamos a adorar y a postrarnos». O puede ser un canto de júbilo como «¿No sabes que es tiempo de alabar al Señor?»La idea fundamental del llamado a adorar es «Vamos a hacerlo, vamos a adorar ahora.» La selección de cantos para el llamado a adorar es bastante importante, ya que establece el tono para la reunión y guía a las personas a Dios. ¿Es la primer noche de una conferencia a la que asisten personas que no están familiarizadas con las canciones? ¿O es acaso la última noche que cierra toda una semana donde nos edificamos? Si es el tiempo de adoración dominical, ¿la iglesia ha estado haciendo las obras de Dios durante toda la semana? O ¿ha estado la iglesia inactiva? Si la iglesia lo ha hecho bien, la adoración del domingo fluye naturalmente. Todas estas ideas se reflejan en el llamado a adorar. El ideal es que cada miembro de la congregación sea conciente de estos asuntos y ore para que el tono apropiado se establezca en el llamado a adorar.
2.
La segunda fase es involucrar a otros, lo que significa la emocionante dinámica de conectarnos con Dios y los unos a los otros. Expresiones de amor, adoración, alabanza, regocijo, intercesión, peticiones —todas aquellas dinámicas de oración que se entrelazan con la adoración— provienen del corazón de uno. En esta fase, alabamos por medio de la música y la oración a Dios por quien él es. Un individuo podría experimentar momentos como este en su tiempo a solas de adoración en su casa, pero cuando la iglesia se reúne la presencia manifiesta de Dios se magnifica y se multiplica.
Expresar el amor de Dios
A medida que avanzamos en esta segunda fase, estamos más y más cerca de un lenguaje amoroso e íntimo. Nuestra mente y corazón se emocionan cuando estamos en la presencia de Dios y queremos alabarlo por sus obras, por cómo él se ha movido a través de la historia, por su carácter y atributos. El regocijo es porque nuestro corazón se hincha por querer exaltarlo. El corazón de la adoración se une con nuestro Creador y con la iglesia universal e histórica. Recuerde, la adoración se lleva a cabo todo el tiempo en el cielo, y cuando adoramos nos unimos a quienes ya están adorando, lo que se conoce como la comunión de los santos. De esta forma, ocurre una poderosa dinámica colectiva.
A menudo esta intimidad nos hace reflexionar, incluso cuando cantamos, sobre nuestra relación con el Señor. Algunas veces recordamos las promesas que le hemos dado a nuestro Dios. Dios podría traer a nuestro conciente algún conflicto o fracaso de nuestra vida, y de esta forma se involucra la confesión de pecados. Las lágrimas brotan cuando en vez de ver nuestro conflicto vemos su armonía; en vez de nuestras limitaciones vemos sus posibilidades ilimitadas. Esta fase en la que despertamos ante su presencia se llama expresión.
La expresión física y emocional durante la adoración puede resultar en danza y movimientos corporales. Esta es una respuesta apropiada para Dios si es que la iglesia lo está practicando sinceramente. Por el contrario, es inapropiado si se realiza en un instante o si el punto central es danzar en lugar de un regocijarse verdaderamente en el Señor.
La expresión entonces se mueve a un apogeo, a un punto climático, pero no como el que ocurre en el acto físico (¿no utilizo Salomón la misma analogía en el Cantar de los cantares?). Hemos expresado lo que está en nuestros corazones, mentes y cuerpos, y ahora es tiempo de esperar a que Dios responda. Deje de hablar y espere a que él hable, se mueva. Llamo a esto la cuarta fase, visitación: El Dios todopoderoso visita a su pueblo.
Esta visitación es una consecuencia de la adoración. No adoramos con el fin de obtener su presencia. Él merece toda la adoración nos visite o no. Pero Dios «habita en las alabanzas de su pueblo». Por eso, siempre deberíamos adorar preparados para una audiencia con el Rey. Y una de nuestras expectativas debería ser que el Espíritu de Dios trabaje entre nosotros. Él se mueve en diferentes formas —algunas veces para salvar, en otras para liberar, y en otras para santificar o sanar. Dios también nos visita a través de sus dones proféticos.
Generosidad
La quinta fase de la adoración es dar. La iglesia sabe tan poco acerca de dar, aun cuando la Biblia nos exhorta darle a Dios. Es patético ver cómo la gente se prepara para el ministerio y no saben cómo dar. Eso es como si un atleta se inscribiera en una carrera sin saber cómo correr. Si no hemos aprendido a dar dinero, no hemos aprendido nada. El ministerio es una vida de entregas. Entregamos nuestra vida entera; Dios debería ser el dueño de todo lo que poseemos. Recuerde, cualquier cosa que le entregamos a Dios para que lo controle, él puede multiplicarlo y bendecirlo, y lo hace no para que podamos amasemos fortunas, sino para que nos involucremos en sus negocios.
Cualquier asunto que necesito entregarle a Dios, él primero me pide que se lo entregue aun cuando todavía no lo poseo —sea eso dinero, amor, hospitalidad, o información. Cualquier asunto que Dios quiere dar a través de nosotros, primero debemos recibirlo de él. Somos los primeros que disfrutamos del fruto. Pero no se supone que nos comamos la semilla, sino que la sembremos y la ofrezcamos. La premisa fundamental es que lo que somos se multiplica, para bien o para mal. Cualquier posesión de nuestro árbol es lo que vamos a tener en nuestro huerto.
A medida que experimentamos estas fases de la adoración, experimentamos la intimidad con Dios, el llamado más alto y significativo que los hombres y las mujeres conocen.
Copyright por John Wimber. Usado con permiso. Todos los derechos reservados. Traducido y adaptado por DesarrolloCristiano.com, todos los derechos reservados.
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