La primera condición esencial para la adoración sincera es la sumisión total. La segunda es que sólo Cristo sea glorificado. Debemos cumplir con estas dos condiciones sometiéndonos completamente, sin reserva, a Jesucristo como Señor.
¿Qué diría usted? ¿Cuál sería su respuesta si alguien preguntara: «¿Cuál es la bendición que se obtiene de la adoración a Dios?» C. S. Lewis, uno de los grandes defensores de la fe que ha contribuido notablemente al pensamiento evangélico durante este siglo, nos ayuda a responder a esta pregunta. Relatando la experiencia que lo llevó a descubrir la primacía de la adoración, dice lo siguiente:
Cuando recién comenzaba a acercarme a la fe en Dios, y aun durante un tiempo después de que ella me fue dada, encontré un escollo en la demanda tan clamorosa de todas las personas religiosas de que debíamos «alabar» a Dios; más aún, en la sugerencia de que Dios mismo lo reclamaba. Todos despreciamos al hombre que exige la reafirmación continua de su propia virtud, inteligencia o encanto. Despreciamos aún más a la multitud que rodea a cada dictador, millonario o celebridad, y que gratifican esa demanda. De allí que el cuadro de Dios y sus adoradores me resultaba horrible y ridículo. Los salmos me molestaban mucho en este sentido. «Alabad al Señor», «Oh, alabad al Señor conmigo», «Alabadle a Él» era como si se estuviera diciendo: «lo que deseo más que nada es que se me diga que yo soy bueno y grandioso...» e incluso la cantidad de alabanzas parecía tenerse en cuenta: «Siete veces al día te alabo» (119:164). Era extremadamente penoso. Lo inducía a uno a pensar lo que menos deseaba pensar. Gratitud a Dios, reverencia hacia El, obediencia a Él, eso sí podía comprenderlo, pero no este perpetuo elogio. Ni tampoco ayudaba mucho a mejorar las cosas un autor moderno que hablaba del «derecho» de Dios a ser alabado.
He aquí su dilema. Lewis era un joven cristiano que estaba en la búsqueda con un corazón abierto, honesto, pero el tema de la alabanza se estaba transformando para él en un gran escollo. ¿Por qué desea Dios ser alabado y elogiado? ¿Por qué es que El desea ser siempre el centro del afecto y la atención?
Entonces obtuvo su respuesta.
Yo no comprendía que era durante el proceso de la adoración que Dios transmitía su presencia a los hombres... Aun en el judaísmo, la esencia del sacrificio no era realmente que los hombres entregaban oros y cabras a Dios, sino que al hacerlo Dios se brindaba a sí mismo los hombres... {el énfasis es del autor}
En otras palabras, Dios se transformaba en una realidad para ellos en aquel acto de adoración.
Qué descubrimiento tan maravilloso había alcanzado Lewis en los comienzos de su experiencia cristiana, Noten cuidadosamente su importante declaración: «Es durante el proceso de la adoración que Dios comunica su presencia a los hombres».
¿Qué es la verdadera adoración?
¿En qué consiste la adoración? E1 vocablo en nuestro idioma moderno significa reverenciar con mucho honor o respeto a un ser; reconocer o atribuir valor a una persona, Adorar a Jesucristo es atribuirle valor a Él.
Puesto que, sobre todos los libros, el Apocalipsis es la clave de la adoración a Jesucristo, vamos ahora considerar Apocalipsis 4:10-l1.
Los veinticuatro ancianos se postran delante del que está sentado en el trono, y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y echan sus coronas delante del trono, diciendo: Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el Poder; Porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas.
He aquí la verdadera adoración, y su orden es significativo. Lo primero que observamos en el versículo 10 es que todos se Postran:
«Los veinticuatro ancianos se postran delante del que está sentado en el trono». Esto es lo primero, y siempre viene en primer término. La postración nos habla de sumisión hacia Aquel a quien se adora, puesto que encontramos que ellos «se postran delante del que está sentado en el trono, y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y echan sus coronas delante del trono».
Es imperioso observar que primeramente tiene lugar la sumisión y, en segundo término, el echar las coronas delante del trono. En los tiempos en que se escribió el Apocalipsis, cuando las legiones romanas vencían a un rey, se lo conducía a Roma para que se Postrara a los pies del emperador, o bien, se lo ubicaba delante de una gran imagen del César, obligándolo a postrarse delante de ella y a echar su corona a sus pies. Este era un acto de sumisión total, de abdicación ante el emperador. De modo que Juan, en Apocalipsis 4, nos está revelando las dos primeras condiciones básicas de la adoración. La primera es la postración, la sumisión total a Aquel a quien se adora. La segunda es echar la corona a los pies del adorado.
¿Cuál es el propósito de la corona? Atrae la atención hacia quien la luce; lo enaltece. El adorador sincero de Cristo, al echar su corona a los pies del Señor, está diciendo: «Yo deseo que sólo Tú seas exaltado, que sólo Tú seas glorificado». El segundo motivo, pues, es el deseo de vivir para la gloria de Cristo y sólo la de Él.
La primera condición esencial para la adoración sincera es la sumisión total. La segunda es que sólo Cristo sea glorificado. Debemos cumplir con estas dos condiciones sometiéndonos completamente, sin reserva, a Jesucristo como Señor.
En Apocalipsis 4:11 encontramos a los adoradores atribuyendo valor a Aquel que está sobre el trono, manifestándole que Él es digno. Esta es la adoración: la atribución de valora Aquel a quien se adora.
Señor; digno eres de recibir la gloria y la honra y el Poder; Porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas.
¿Qué han hecho ellos? Han renunciado y echado sus coronas delante del trono, despojándose de su gloria y diciendo: «Tú eres digno de recibir la gloria, y sólo tú». La honra y el poder vienen a continuación. Estas son las tres cosas que los hombres procuran: ser glorificados, exaltados y honrados. Por lo tanto, al adorar a Jesucristo debemos despojarnos de toda aspiración de gloria, de honor y de poder; pues Él y sólo El es digno de ellas.
Apocalipsis 5 es uno de los grandes, sino el más grande capítulo sobre la adoración en toda la Biblia. Observemos nuevamente el orden en el versículo 8. En primer lugar ellos se postran.
Y cuando hubo tomado el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero; todos tenían arpas y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos.
Nuevamente en el versículo 9 le adjudican valor a Jesucristo. Esta es la adoración.
...y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir los sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación.
Es evidente, pues, que no podemos adorar a menos que haya una total entrega de nuestro corazón.
Y todos los ángeles estaban en pie alrededor del trono> y de los ancianos y de los cuatro seres vivientes; y se postraron sobre sus rostros delante del trono, y adoraron a Dios (Ap. 7:11).
Tomado del libro: CÓMO ADORAR A JESUCRISTO de Joseph £ Carroll. Desarrollo Cristiano Internacional.
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