«Cuando iba a ponerse en camino se le acercó uno corriendo, se arrodilló ante él y le preguntó: 'Maestro bueno, ¿ qué debo hacer para heredar la vida eter
na? '. Jesús le contestó: '¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Ya conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no da
rás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre ya tu madre '. Él replicó: 'Maestro, todo eso lo he cum
plido desde joven '. Jesús lo miró fijamente con cariño y le dijo: 'Una cosa te falta: vete, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme '. Ante estas palabras, él frunció el ceño y se marchó todo triste, porque poseía muchos bienes. Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: '¡Qué difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas! '. Los discípulos se que
daron asombrados ante estas palabras. Pero Jesús in
sistió: 'Hijos míos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios! Le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios '. Ellos se asombraron todavía más y decían en
tre sí:' 'Entonces, ¿ quién podrá salvarse? '. Jesús los miró y les dijo: 'Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para Dios todo es posible '. Pe
dro le dijo entonces: 'Mira, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido '. Jesús respondió: 'Os asegu
ro que todo aquel que haya dejado casa o hermanos o hermanos o madre o padre o hijos o tierras por mí y por la buena noticia, recibirá en el tiempo presente cien veces más en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, aunque junto con persecuciones, y en el mundo futuro la vida eterna. Hay muchos primeros que serán últimos y muchos últimos que serán prime
ros'» (Me 10, 17-31).
Más que señal de peligro es indicación de un camino
Teniendo que dar un título a esta página del evangelio, muchos prefieren ponerle este: «¡Ojo con la riquezas!».
Otros, pensando que esto es tal vez demasiado negativo, le dan este otro:' «Peligro de las riquezas y bendiciones prometidas al que sigue a Jesús». Mejor, pero no me parece todavía suficiente. Los dos estarían en el mismo plano.
Aún traduciendo el contenido de este trozo del evangelio, «ri
queza y seguimiento» no explican que el gran tema es el seguimien
to, y que la riqueza puede solamente suponer el incidente o, mejor, el impedimento en el camino. Las riquezas son consideradas como lo que bloquea, entretiene y, por tanto, no permite seguir a Jesús.
A mí me parece que el tema de fondo es la vida.
La pregunta inicial, de hecho, revela la preocupación por «here
dar» la vida. Y la respuesta de Jesús a la cuestión suscitada por Pe
dro no es sino la prome·sa de una vida bajo el signo de la plenitud.
No olvidemos que el encuentro con este hombre rico se encuadra en el itinerario de Jesús hacia Jerusalén y está en el capítulo funda
mental de su pedagogía, que destaca la necesidad de que el discípu
lo tome la cruz y recorra el mismo camino doloroso que el Maestro.
Al llegar a este punto, hay que precisar, sin embargo, que este ca
mino no conduce a la muerte, sino a la vida. El fin es la vida, o sea, la plena comunión con Dios. Sólo afirmando la grandeza de esta meta, el valor absoluto de este ideal, es como palidecen las otras realidades te
rrenas y vienen redimensionados los otros valores considerados inclu
so como peligros en cuanto que tienden a aplicar al hombre al goce de los mismos, en vez de hacerla disponible, ligero, para seguir a Jesús.
De hecho, la vida actual no es algo permanente, un estado. Es ca
mino, seguimiento. El tener, que ofrece seguridad para la vida se
dentaria, representa una atadura incompatible con la vida nómada.
Explicado así el tema de fondo, luego es fácil entender la estruc
tura de este pasaje. Tomando como punto de partida su encuentro con un hombre de buena voluntad, pero no dispuesto a una decisión radical según la perspectiva evangélica que se le ha propuesto (vv. 17-22), Jesús advierte a sus discípulos del peligro de las riquezas y de la casi imposibilidad de que un rico entre en el reino de Dios (vv. 23-27). Por tanto, respondiendo a la pregunta de Pedro sobre la suer-
te del que ha dejado todo por el seguimiento del Maestro, este com
pleta su enseñanza garantizando una recompensa no sólo para el fu
turo, sino también en el tiempo presente (vv. 28-31).
Es obvio que, en la primera comunidad cristiana, este episodio constituía un maravilloso estímulo para desarrollar una reflexión profunda sobre el tema de la pobreza y sobre la suerte de estar con el Maestro, aunque fuera en medio de persecuciones (v. 30).
La narración de Marcos, reconocida por la mayoría de los espe
cialistas como la más fiel a los hechos, impresiona por su inmedia
tez, a pesar de que deje de ofrecemos detalles y ulteriores informa
ciones sobre el protagonista. Se limita a decir «uno», mientras que Mateo lo presenta como (<un joven» y Lucas habla de «un notable».
De todos modos, la habilidad narrativa de Marcos y la particula
ridad visiva de su evangelio no pierden ni siquiera aquí. No sólo la escena principal está constituida de diversos elementos que le dan viveza; también los dos diálogos que siguen, con carácter claramen
te didascálico, catequético, están dominados por imágenes pintores
cas que ayudan a fijar en la memoria la enseñanza del Maestro.
De hecho, en el primero resalta la mole mastodóntica de un ca
mello puesto frente alojo de una aguja.
En el segundo, el cuadro queda salpicado de varios personajes -padre, madre, hermanos, hermanas, hijos ... - sobre un trasfondo de casas y campos. La característica idílica de la escena viene rota por el elemento dramático de la persecución y agitada por la inversión de posiciones: primeros que se hacen últimos y últimos que pasan al primer puesto.
Otro elemento dominante en el conjunto del cuadro es, sin duda, la mirada de Jesús. Se la menciona tres veces. La primera, en rela
ción al personaje anónimo. Las otras dos, referidas a los discípulos.
Decir «bueno» crea muchas complicaciones
«Maestro bueno ... ».
«¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno».
Se diría que, más que poner en dificultad al Maestro, el anónimo personaje crea serias preocupaciones a los estudiosos. Y también que la contrapregunta de Jesús introduce una serie de interrogante s que ni siquiera hoy han recibido respuesta satisfactoria. Es la famosa cues-
tión del «bueno», sobre la que se han escrito miles de páginas. Leídas estas, la mayor parte de las veces se queda uno con la boca seca.
Como previendo tales complicaciones, Mateo creyó convenien
te eludida, cambiando la palabra «bueno» por una pregunta sobre «lo que es bueno».
El hecho de que Jesús rechace el apelativo de bueno, en confor
midad con la revelación bíblica según la cual bueno es solamente Dios (frente a su bondad absoluta, la de los hombres no merece ni siquiera ser tenida en cuenta), no constituye ninguna prueba de que Jesús no tenía conciencia de su ser divino.
Me parece que se trata de un falso problema. Jesús no habla co
mo profesor de teología dogmática, ni hace cristología, ni tiene nin
guna intención de profundizar en el misterio de las dos naturalezas. Se expresa sencillamente como pedagogo. El rico ve en él simple
mente un rabino, incluso de alto rango. Y Jesús lo provoca con aquel lenguaje brusco e hiperbólico. Como si le dijese:
-¿Ya está? .. ¿Sólo esto? ...
En otras palabras, lo invita a dar el salto de la fe (del rabino bue
no al único Dios que es bueno), que es la base y la razón del salto posterior al desapego de todos los bienes.
Poniendo el acento sobre la única bondad de Dios, Jesús coloca desde el principio al interlocutor en la perspectiva justa para resolver su problema.
Sólo colocándose uno ante lo absoluto de Dios, nuestras pregun
tas dejan de ser ejercitaciones académicas, de reducirse a satisfacer una curiosidad. Nuestras preguntas manifiestan la intención de aceptar la seriedad de un compromiso y las consecuencias de las op
ciones más radicales.
Probablemente Jesús deja entender, además, que el interlocutor, aunque de un modo inconsciente, ha rozado ya la verdad. De hecho, precisamente en Jesús, Dios, el único bueno -por su misericordia, su perdón, su compasión de nuestras miserias- se ha hecho cercano a] hombre.
Superado el examen de los mandamientos ...
«Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?» (v. 17). La pregunta sobre la vida era bastante frecuente en la reli-
giosidad hebrea. Solamente en el tardío judaísmo se convertirá en la pregunta acerca de la «vida eterna».
El individuo en cuestión no pretende «conquistar» la vida eterna, sino «heredarla» en cuanto miembro del pueblo de ]a alianza, gra
cias a las promesas divinas.
«Ya conoces los mandamientos ... » (v. 19). Jesús le orienta hacia los de la segunda tabla, que se refieren a las relaciones con el prójimo y que aquí son citados así a la buena, sin guardar el orden. Entre otras cosas, en el decálogo falta el «no estafar». Tal vez se trate de una pre
cisión del «no robar», tanto más importante cuanto que se interna en la situación concreta del hombre que posee muchos bienes.
Hay que tener en cuenta que el verbo que hemos traducido por «defraudar» indica «la acción por la que se priva al pobre de lo ne
cesario y a veces del salario que le es debido, eXplotándolo» (S. Lé
gasse). En apoyo de tal interpretación, podrían citarse algunos textos del Antiguo Testamento (cf. Dt 24, 14-15; Lv 19, 13).
De todos modos, no deja de ser significativo el hecho de que Je
sús resuma lo esencial de la ley en respetar y honrar al prójimo.
«Él replicó: 'Maestro, todo eso lo he cumplido desde joven» (v. 20). Alguno ve presunción o inconsciencia en esta afirmación. No me explico por qué. El decálogo, liberado de la casuística y de las agravaciones de la tradición sucesiva, no estaba ciertamente fuera del alcance de algunos desde el momento que constituía la expresión de la voluntad de Dios, el único bueno.
Por otra parte, Jesús no encuentra nada que replicar a esta decla
ración y no veo por qué nosotros tenemos que dudar a este respec
to. Ciertamente se trata de un hombre recto, de conducta intachable. Un justo, en suma. Y peor para nosotros si consideramos excepción lo que debería ser simplemente lo normal.
Falta por derribar un último muro
«Jesús lo miró fijamente con cariño ... » (v. 21). Este particular es ofrecido únicamente por Marcos, cuyo evangelio se distingue de los demás porque detalla el mayor número de «rasgos emocionales» de Jesús. La mirada es algo más que un pleonasmo. Si es consignada, es porque debía tratarse de algo inolvidable que habría impresiona
do a los testigos de la escena.
Según comentaristas de fama -incluso de la escuela alemana, que ya es decir- en el «con cariño» puede incluirse también un ges
. to de ternura tal como un beso, una caricia o, en cualquier caso, una señal de amistad. Lohmeyer, por ejemplo, traduce: «Lo apretó con
tra su corazón».
Sin embargo, teniendo en cuenta el lenguaje bíblico, puede irse más allá del matiz de ternura hasta descubrir aquí una llamada par
ticular, una elección especial. Amor y vocación, amor y elección di
vina para una misión específica, en el Antiguo Testamento están ha
bitualmente asociados. En el contexto de una llamada a una misión particular, es precisamente el amor lo que explica cuanto se narra a continuación.
«Una cosa te falta ... » (v. 21). Jesús parece contradecirse. Poco antes ha propuesto un elenco de cosas que deberían ser suficientes para heredar la vida. Ahora dice al hombre que le falta todavía algo. ¿Qué ha sucedido?
El cambio se da en el Maestro, que comienza a mirade de un mo
do nuevo. La mirada se hace todavía más atenta y penetrante. Podría decirse provocativa, porque trata de «llamar», de hacer salir a la su
perficie no ya al observante de la ley, sino al discípulo potencial. Una vez más la mirada de Jesús escoge, elige a un individuo ... para él.
Estamos así ante un desarrollo, del todo imprevisto, en el diálo
go. En lo profundo de ese hombre, tal vez Jesús descubre un estrato de insatisfacción, y apunta a él.
Sí, estás bastante cerca de Dios. Pero queda todavía un muro por derribar para tener plena comunión con él en mi seguimiento: tienes que desprenderte de todo. Lo que te falta es la posibilidad de seguir
me. Yo te la ofrezco ahora. Pero tienes que quitar los impedimentos, liberarte de lo que no te permite compartir mi existencia itinerante en servicio del Reino.
«Vete, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres» (v. 21).
No, no debes traerme tus bienes. No me interesan. Y además, desde el momento que entorpecen tu camino, aunque se pongan en la caja común, terminarían por dificultar también el camino a los demás. Serán, en cambio, los pobres los que deberán disfrutados. Ellos son los verdaderos destinatarios de los bienes a los que se renuncia.
El abandono de las riquezas que Jesús pretende en este caso es
pecífico no reviste ningún carácter jurídico. Es un dato de hecho.
De todos modos, el acento, más que en «vender», en «dar», hay que ponerlo en «seguirme». Esto es lo que todavía le falta al piado
so israelita. La llamada asume un carácter marcadamente personal.
Más que la condición, el desprendimiento de las .riquezas es l.a consecuencia natural del seguimiento. Lo dice muy bien E. Schwei
zer: «La renuncia a la riqueza no es una condición previa para el se
guimiento, sino la consecuencia ... , esto es, el ~ct?, con,c~eto en que esta se realiza. Por tanto, no hay ninguna prescnpClOn valida para to
dos. Una vez será necesario abandonar la barca de pesca o la mesa del cambista; otra, los parientes; otra, otro profeta o un prejuicio re
ligioso, porque de otro modo sería imposible ~star junto a Jesús: En la llamada a seguir a Jesús se trata, por tanto, SIempre de la totaZzdad del hombre de una elección que, al mismo tiempo que exige ... , da».
Pero en'la invitación de Jesús, tal vez pueda leerse también una característica de irrevocabilidad. O sea: «Derriba los puentes, no tienes que tener ya nada a tu espalda. No está. previsto el r~greso».
Sería absurdo que un discípulo se deCIdiese por Jesus con un razonamiento de este tipo: «Me reservo una casa y algún campo, una pequeña cuenta en el banco, nunca se sabe ... Así, en el caso que tuviera que cambiar de idea, no me encontraría con las manos
vacías ... ».
No. La entrega a Jesús y al Evangelio tiene que ser absoluta y, en
cuanto tal, no puede admitir ninguna cláusula o reserva en p~evisión del futuro, que uno quiere garantizarse en un plano de segundad hu-
mana.
La ruptura se realiza de una manera irreparable. Sin posibilidad
de reajustes posteriores
La vida eterna está ya presente
«Dáselo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo» (v. 21).
Debemos consignar también aquí la promesa de este «tesoro en el cielo». En realidad, tal elemento constituye la verdadera respuesta a la pregunta hecha al principio del encuentro. En cie~o s~ntido, Jesús asegura al hombre: «La vida que tú buscas, la tendras sm duda».
Pero como de costumbre, Jesús va más allá y le propone una co
munión'de vida ya, actualmente, una participación del reino de Dios
aquí, ahora.
Queda el hecho indudable de que Jesús responde a la pregunta inicial del hombre no añadiendo un mandamiento complementario, sino indicando un cambio radical en su vida. Él no ha venido a au
mentar la ley en sentido cuantitativo, sino a «cumplirla» en su propia persona.
En la 6ptica de Jesús, expresada en la invitación a seguirle, la vi
da eterna se convierte así en una posibilidad ya en el presente. «Ante estas palabras, él frunció el ceño y se marchó todo triste, porque poseía muchos bienes» (v. 22). Marcos nos informa sólo al final de que este hombre era rico.
Es la única vez, en todo el evangelio, que uno responde negati
vamente a la llamada de Jesús.
Algún autor llega a la conclusión de que Lucas y Mateo han he
cho bien en omitir la expresión «con cariño». Con este rechazo el hombre demuestra no merecedo. En cambio, a mí me parece que la tristeza del hombre se explica solamente por el cariño que le mani
festó el Maestro. Si no hubiera sido por aquella mirada llena de afec
to, hubiera podido marcharse tranquilamente, como si nada, sin nin
guna dificultad. Pero he aquí que el amor le complica las cosas y le dificulta dramáticamente su vuelta a casa.
La tristeza no es por los bienes, sino por otra cosa. Por conservar la propia fortuna ha perdido la gran ocasión de su vida.
Tengamos en cuenta todavía un último elemento: en este hombre aparece un principio religioso. Según la mentalidad hebrea, la ri
queza era considerada como una bendición de Dios, una recompen
sa a la piedad. Jesús, en cambio, asegura la benevolencia de Dios co
mo consecuencia de la renuncia a las posesiones.
Más que una vida rica, Jesús propone una vida plena.
Él rompe la relación tradicional entre fidelidad y prosperidad te
rrena. y el hombre no se entiende ya a sí mismo, viendo derribarse el pilar de su propia religiosidad. Ya no tiene una señal tangible, ma
terial, de que Dios está contento con él.
¿Fundamento de la vida religiosa?
El relato de Marcos no puede considerarse como fundamento es
criturístico directo de la vida religiosa, según una interpretación un tanto apresurada, aunque bastante común. Como si hubiera cristia-
nos «elegidos» a los que el Señor pide todo y otros con los cuales se contenta con poco ...
En suma, la distinción entre preceptos y consejOS no tiene nada que ver con la perspectiva de este episodio. Entre o::as cosas, porque en Marcos no encontramos el «si quieres» que hubIeramos ~sperado, sino una serie de órdenes precisas no ciertamente dependIentes de un «si» condicional. Jesús le dice claramente: «Vete, vende, ven, sígueme ... » ..
Aquí se acentúa el imperativo de una llamada, aunque sea partI
cular. La vocación divina constituye para el hombre un precepto, no un consejo. Y esto sin querer discutir acerca de la gravedad de la cul
pa en caso de rechazo ....
Por parte del hombre no puede ciertamente ser cues~lO~ de. :azo
nado en términos de «me gusta» o «no me gusta». La InVltaclOn es una gracia, pero que determina una precisa responsabilid~d perso
nal. Se trata de acoger la exigencia del momento y tradUCIda en la obediencia a Dios ..
Por otra parte, sin embargo, hay que estar atentos a no considerar este encuentro como un esquema válido para todos. Es un c~so par
ticular, y se refiere a una situación concreta. Jesús no ha pe,d~do a to
dos precisamente estas cosas. El elemento desap'ego es vahdo para todos, sin distinción, pero se realiza en formas dIversas.
«No es indispensable para todos deshacerse completam~nte de los propios bienes, como no todos se encuentran en la. neceSidad ~e sacrificar la vida por la causa de Jesús y del Evangeho. Todos, SIn embargo, deben escuchar la llamada a una de~icación .total que Je
sucristo dirige a cada uno, aunque en modo dIverso. SI a tal llama
da se le quiere dar el nombre de 'consejo', ha~,que a:larar que; pa
ra el individuo, esto puede convertirse tambIen en precepto. El distinguir entre consejo y precepto tiene se?tido únicamente para de
cisiones como la de la renuncia a la propIedad personal, que no se pueden exigir a todos» (R. Schnackenb~rg) ....
Pero aunque el episodio no funda directamente la vI~a rehg~osa en cuanto tal, hay que reconocer que sí pueden descubnrse en ~l el espíritu y muchos elementos doctrinal~s que. c~ractenzan preCIsa
mente el seguimiento expresado en la Vida relIgIOsa ..
Sobre todo es indiscutible que, al leer esta página del evangeho, muchas personas se han sentido y se sienten interpeladas personal-
mente y han decidido consagrarse al Señor abrazando esta forma particular de vida.
.. Aquí no se dice el nombre. Así, tantos han podido y pueden iden
tlf¡c~rs~ con él, entender como dirigidas a ellos esas palabras y, lo que es mas Importante, dar la respuesta positiva que el otro no supo dar.
El camello obligado a ajustar cuentas con el ojo de la aguja
Jesús, que iba a emprender un viaje cuando llegó el desconocido con la pregunta que le atormentaba, ahora parece no tener ya prisa. Apr~vecha la escena, a la que asisten también los discípulos, para preCIsar algunas cosas:
«Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: '¡Qué difícil
mente e?trarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!'» (v. 23).
AqUl toda la comunidad,está interesada. También la más amplia, formada por nosotros los'lectores. La entrada en el Reino se hace problemática, sobre todo para los ricos.
«Los dis~íp~los s~ quedaron asombrados ante estas palabras» ~v. 24). Es dIficIl explIcar esta reacción de] que es pobre y ]0 ha de
Jado todo. El Crisóstomo lo atribuye a una «preocupación pastoral» de los discípulos.
Jesús, sin embargo, no duda en aumentar la dosis. Esta vez en tér~inos ~eneral:s, .no ~imitándose ya a una categoría de personas: «HIJOS mIOS, ¡que dIficIl es entrar en el reino de Dios!» (v. 24). La du.re~a .de su p'ropuesta contrasta con el tono dulce, persuasivo de] pnnclpIO: «HIJOS míos ... ».
. Algunos manuscritos tienen el inciso: «Para el que confia en las nquezas». Pero tal vez es sólo un torpe intento de limitar el discur
so a los ricos.
En cambio, viene espontáneamente a la imaginación ]0 de la puerta estrecha (Mt 7, 13-14; Lc 13,24).
Como si ~o fuese suficiente, Jesús vuelve al tema de los ricos y presenta una Imagen todavía más inquietante: «Le es más fácil a un cam~llo pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino d~ DIOS» (v. 25). Sorprende cómo, mientras el Maestro recurre inten
CIOnadamente a una metáfora paradójica para dar una idea de la difi
cultad e incluso imposibilidad, los comentaristas de todos los tiempos tratan de atenuar su fuerza perentoria o incluso quitada del todo.
Para algunos se trataría de un banal error de trascripción: no ka
melos ( camello), sino kamilos (maroma, soga gruesa, cabo para ama
rrar las naves).
Algún otro llega a decir que en Jerusa]én existía una puerta tan baja y estrecha que era llamada precisamente «ojo de aguja» y, así, cuando las puertas más grandes estaban ya cerradas, si querían en
trar en la ciudad, los camellos se veían obligados a agacharse para pasar por ese «ojo de aguja».
Aquí han intervenido también los predicadores, comprensivos, que lo han explicado todo, patéticamente, en términos de humildad. La entrada en el Reino, más que de aligerar el equipaje es cuestión, mucho más simple, de abajarse ...
Pero el testimonio sobre la famosa puerta resulta bastante sospe
choso, por tardío (¡siglo IX!) y por no tener ninguna confirmación arqueológica.
Para el pueblo ordinario de Israel el camello era el animal gran
de por excelencia. Existe además un dicho rabínico que recalca la imagen usada por Jesús, aunque el animal es distinto: «¿Eres acaso tú de Pumbeditha, donde se hace pasar a un elefante por el ojo de una aguja?».
De todos modos, a Jesús le gusta usar metáforas exageradas: la paja y la viga en el ojo, colar mosquitos y tragar camellos, trasladar montañas ... La finalidad del Maestro, me parece, era precisamen
te llevar a los discípulos a esta cuestión: «¿Quién podrá salvarse?» (v. 26).
La metáfora de] camello y del ojo de aguja lleva a una conclu
sión inevitable: ¡Imposible!
Sí, es imposible salvarse. Es posible únicamente «ser salvados». «Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para Dios todo es posible» (v. 27). Es una afirmación perentoria de la teo
logía de la gratuidad, que, además de ser una característica del evan
gelio de Marcos, está en sintonía con el pensamiento de Pablo.
A]guien sugiere invertir el orden de los versículos para ofrecer una graduación lógica a las afirmaciones de Jesús. Pero aparte del hecho de que las cosas no cambiarían notablemente, surgiría con ra
zón la sospecha de si un orden demasiado lógico no terminaría en contradicción con el lenguaje intencionadamente paradójico, expre
sivo, de Jesús.
En el fondo, la solución mejor está en dejar el texto así, tal como está, atormentado, con idas y venidas, pasajes bruscos, saltos.
Es una página destinada a inquietar, no a tranquilizar a nadie. Y está bien que la arquitectura literaria no sea perfecta. Se tiene la im
presión de pasar de un pico alto a un precario saliente de roca -¡algo bien distinto de la graduación lógica!-, con precipicios cada vez más profundos que se abren allá abajo. Sólo al final las manos encuen
tran un agarradero: «Para los hombres es imposible, pero no para Dios». Incluso mucho más que un simple agarradero. Algo como ser agarrados, sentirse acogidos.
Pedro se mantiene en su puesto
«Mira, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido» (v. 28). El «mira» de Pedro tieJ;le todo el aspecto de un suspiro de alivio después de haber pasado' el peligro. Él y los demás han dejado sus modestas posesiones por amor a Jesús. Por tanto, deben considerar
se en regla. No hay dificultad. Todo está allanado. Para ellos el pro
blema está resuelto.
A diferencia de Mateo, Marcos no pone en boca del portavoz de los discípulos -que aquí casi parece un representante sindical. .. - es
ta petición explícita de aclaración acerca de la recompensa. Es el mismo Jesús el que afronta el tema. Y la promesa no se refiere sólo a los doce, sino a todos los que igualmente hayan «dejado casa ... por mí y por la buena noticia». Esta promesa era de gran actualidad para las primeras comunidades cristianas en una época en la que abrazar la fe significaba encontrarse con separaciones y contrastes incurables dentro de la misma familia.
La recompensa es doble:
-vida eterna en el mundo futuro;
-«compensación» céntuple aquí abajo.
Hay que aclarar sobre todo lo segundo. Muchos entienden que, renunciando a los bienes familiares, el discípulo encuentra luego muchísimos otros hermanos en la fe y en el ideal, además de la hos
pitalidad y el apoyo de la comunidad. Los discípulos, en suma, son invitados a una experiencia donde serían «recompensados» por su desprendimiento con una nueva comunión de bienes y de relaciones interpersonales.
Hay algo de cierto en todo esto. Pero no me parece que sea el nú
cleo del problema. Pienso que tiene razón 1. Schmid cuando puntuali
za que por compensación céntuple de los bienes terrenos no se entien
de ciertamente estos mismos bienes multiplicados por cien, sino algo que vale cien veces más, infinitamente más, y es la relación con Dios.
a sea, una vez más el acento hay que ponerlo en «seguir». El que está con Jesús, encuentra en él todo lo que ha dejado, no centuplica
do cuantitativamente, sino cualitativamente. En el seguimiento se gana una plenitud de vida.
Esta idea de totalidad está expresada también en otro detalle.
Mientras las cosas abandonadas se enumeran con un «o ... o ... o ... », las recibidas son introducidas por un «y ... y ... y ... ». Más que una suma detallada, la operación se entiende en sentido de plenitud. La totalidad ofrecida por Jesús lo incluye todo.
La referencia realista a las persecuciones -es el acostumbrado «pie en tierra» de Marcos ... - impide ver en la recompensa algo pu
ramente consolador que garantizaría al discípulo una vida tranquila, libre de preocupaciones. Una especie de «pensión».
Hay que destacar aquí otro detalle desconcertante. No se habla de una recompensa por las persecuciones sufridas; las persecuciones forman parte de esa recompensa.
El estar con Jesús es una riqueza siempre amenazada. Se trata de un tesoro que, al mismo tiempo que coloca en una situación envidia
ble desde un punto de vista humano, expone al desprecio y a veces al odio. A pesar de un anticipo de plenitud, este es todavía el tiempo de la prueba, no del cumplimiento.
Primeros y últimos
La enseñanza termina con una frase sobre los primeros y los úl
timos. «Hay muchos primeros que serán últimos y muchos últimos que serán primeros» (v. 31). No que los primeros serán necesaria
mente los últimos, sino «muchos primeros». Pero «los últimos» se
rán sin duda primeros.
Aunque esta página del evangelio los pone en el centro de aten
ción, en los «primeros» no debemos ver exclusivamente a los ricos. En general son los que ocupan posiciones de prestigio y de importan
cia en el mundo por su riqueza, su cultura, el poder, el rango social.
Jesús no hace un discurso sobre jerarquías. Sus palabras quieren decir: ser acogidos en el Reino o exluidos de él.
Los discípulos que lo han dejado todo y han tenido que sufrir, y ser despreciados y considerados los últimos por los jefes del pueblo, por los grandes, por la gente que cuenta y que «sabe» -incluso reli
giosamente-,' se convierten en los primeros. Pero tampoco ellos de
ben considerarse recompensados y seguros definitivamente. Todavía puede darse que, si se dejan llevar por la presunción y presentan tí
tulos de mérito, muchos de ellos terminarán en los últimos puestos y se les adelantará algún desconocido, como el ladrón de la cruz.
o En la perspectiva de Jesús la inversión de posiciones no termina nunca. Se está realizando siempre.
* * *
Antes de pasar a comentar algunos puntos más destacados de es
te encuentro, quisiera proponer ya algunas conclusiones:
-No es posible «planificar» la propia vida religiosa, como pre
tende hacerla este hombre rico y, en parte, también el mismo Pedro. En lugar de planificación está lo imprevisible.
-La adhesión a Cristo tiene siempre un componente de riesgo desde el punto de vista humano.
-La relación con él está bajo el signo de la gratuidad y nunca del cálculo, mucho menos de un contrato con todas las cláusulas de garantía.
-Con Dios no se hacen cuentas de bolsillo. El verbo es «fiarse».
El sonido de los pasos
Es dificil clasificar a este hombre. Podríamos definido como uno que tiene la manía de acumular, dispuesto a añadir siempre algo más. Su mismo gesto de arrodillarse delante del Maestro es algo que exce
de los homenajes que se tributan habitualmente a un rabino famoso.
Su pregunta revela la esperanza de alguna práctica, de una pres
tación suplementaria -que Jesús le sugería- además de la que se ofrece habitualmente con la observancia de los mandamientos.
Él no tiene dificultad en añadir una obligación más, una práctica más en el programa de sus compromisos religiosos, una materia más
para conseguir la ansiada promoción. Pero con la invitación del Maestro a dejar todos sus bienes, se queda aterrado.
«Una cosa te falta ... ». Muy bien, habrá dicho él. Una obra más y me hago todavía mejor, con más méritos.
En cambio, una revelación desconcertante: «Debes quitar, no añadir; perder, no adquirir; despojarte, no engullir obras buenas». Esto contrasta con toda su formación anterior.
Teniendo en cuenta la mentalidad hebrea, que consideraba la ri
queza como una especie de sacramento de la presencia de Dios en casa de una persona piadosa, su razonamiento puede reconstruirse con suficiente exactitud: con una observancia más, me hago más agradable a Dios, que me concederá todavía más riquezas; teniendo más bienes, puedo hacer más limosnas y por tanto aumentar mi ca
pital para la vida eterna ... y cosas por el estilo.
Intereses compuestos. La piedad como inversión segura. Un do
ble registro, una doble garantía: para el presente y para el futuro. El acumular bienes aquí abajo me ofrece la posibilidad de acumularlos también para allá arriba. Y habiendo puesto ya al seguro un abun
dante tesoro para el cielo, Dios se ve como obligado a garantizár
me lo con señales tangibles acá en la tierra.
La respuesta de Jesús le resulta escandalosa, porque cambia to
talmente su praxis religiosa basada en la doble ganancia. Y precisa
mente esto constituye el núcleo central del seguimiento. Jesús no añade un mandamiento nuevo. Pide la renuncia a una cierta mentali
dad, a una cierta contabilidad, a un cierto capitalismo espiritual, a ciertas previsiones.
Muchos de nosotros estaríamos dispuestos a seguir al Maestro caso de que nos impusiese un peso complementario: un precepto más, una devoción más, una limosna más, una obra buena más, un sacramento más, un compromiso social más.
El problema está en que lo que se nos pide es un aligeramiento total del equipaje. No exige algo más: quiere otra cosa.
No añadir algo a tu vida, sino darle una orientación distinta.
Si se tratase de llevar cargas imprevistas en el viaje, tal vez nos arreglaríamos. Pero, ¿quién está dispuesto a invertir la dirección del camino?
Doblar el espinazo puede ser más fácil que dejar atrás nuestras ideas religiosas.
Un Dios que nos asignase una misión más difícil, tal vez lo tole
raríamos. Pero un Dios que no entra en nuestro juego, nos escanda
liza. «¡ Vaya! Ahora resulta que ni siquiera él respeta las reglas reli
giosas. ¿Dónde vamos a acabar?».
En el fondo, no es que no queramos darle lo que pide. Basta que hable, que oiga la cantidad. Hemos hecho ya tanto, que de ningún modo nos volveremos atrás, ni siquiera ante este enésimo sacrificio.
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