El Mensaje del Apologeta - Recursos Cristianos

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jueves, 8 de octubre de 2015

El Mensaje del Apologeta

EL MENSAJE DEL APOLOGETA

(Tomado del libro de John Frame, Apologetics to the Glory of God, pp 31ss)

INTRODUCCIÓN:

El mensaje del apologeta es, a fin de cuentas, nada menos que la revelación entera de las Escrituras, aplicada a las necesidades de los oyentes. Ahora bien, en un libro de texto sobre la apologética como el presente, creemos importante ofrecer un resumen breve del contenido de las Escrituras, con el fin de darle una mejor dirección a nuestro testimonio como apologetas. No es difícil la tarea. Las enseñanzas de la Biblia sí pueden ser resumidas. Es más, existen dentro de las mismas Escrituras resúmenes de su enseñanza, como por ejemplo los pasajes siguientes:

— Juan 3 - 6:23
— 1ª Corintios 15:1-11
— 2ª Cor:16
— Romanos 5:17 - 6:2
— Efesios 2:8-10
— Filipenses 2:5-11
— 1ª Timoteo 2:5-6
— Tito 3:3-8, y
— 1ª Pedro 3:1

Estos textos nos muestran que hay diferentes maneras de resumir el mensaje bíblico, cada una con su énfasis particular un poco diferente. A estos énfasis los podríamos llamar “perspectivas”. Con respecto a los propósitos de la obra presente, será útil resumir el mensaje Escritural desde dos perspectivas:

a)- la primera, el cristianismo como una filosofía; y
b)- la segunda, el cristianismo como buenas nuevas.

1.0- ES FILOSOFÍA:

Al decir “el cristianismo como una filosofía”, quiero decir que el cristianismo ofrece un punto de vista comprensivo sobre el mundo. Nos ofrece un relato, no sólo de Dios, sino del mundo que Dios creó, la relación que guarda el mundo con Dios, y el lugar del ser humano dentro de ese mundo, o sea, su relación con la naturaleza y su relación con Dios. El cristianismo trata de:

— La metafísica (la teoría de la naturaleza fundamental del universo)
— La epistemología (la teoría del conocimiento) y
— Los valores (la ética, la estética, la economía, etc.)

Como tal, el cristianismo ofrece un punto de vista sobre todo. Creo que hay un punto de vista particular que el cristianismo ofrece sobre la historia, la sociología, la educación, las artes, los problemas filosóficos, etc. Y como vimos con anterioridad, la autoridad de nuestro Señor es comprensiva; todo lo que hagamos tiene que estar relacionado a Cristo (“Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios”, 1ª Cor 10:31).
Entonces, el cristianismo entra en competencia con el platonismo, el aristotelianismo, el empiricismo, el racionalismo, el escepticismo, el materialismo, el monismo, el pluralismo, el humanismo secular, el marxismo el pensamiento de la teología de proceso, el pensamiento de la Nueva Era, y con cualquier otra filosofía habida y por haber; compite también con otras religiones, como el judaísmo, el islam, el hinduísmo, el budismo.
Una de las repercusiones más desafortunadas de la idea distorsionada que hay sobre “la separación entre la iglesia y el estado”, es que los educandos pueden escuchar a los proponentes de cualquier sistema de pensamiento, excepto aquellos que son arbitrariamente calificados como de una “religión”. Pues ¿quién puede decir que no se puede hallar algo de verdad en algunas de estas posturas religiosas, o incluso alguna verdad exclusiva de esa postura? Y hablando en términos de la libertad de pensar y de creer, ¿es justo limitar la educación pública a los puntos de vista llamados “seculares”? ¿No es también esto un gran lavado de cerebro?
Además, los separacionistas extremos (Frame aquí reflexiona sobre el panorama estadounidense) con frecuencia se oponen en particular a las expresiones que se dan en público del cristianismo; no así con las de las religiones en general. Con harta frecuencia admiten sin objeción alguna, presentaciones en las escuelas que favorecen el misticismo oriental o incluso la brujería moderna; lo que sí objetan es cuando se trata del cristianismo. Por inconsecuente que parezca, este proceder específicamente anti-cristiano realmente tiene sentido. Pues como veremos más adelante, es el cristianismo, y no el misticismo oriental o la brujería o los ritos de los nativos americanos, el que se planta firmemente en contra de las tendencias de la mente humana no regenerada. Al cristianismo se le excluye de las escuelas a pesar de que (o quizá precisamente porque) ofrece la única alternativa válida a la “sabiduría de moda” del aparato político y de la sociedad modernos.
Sin embargo, esa “sabiduría de moda” nos ha legado un vasto aumento en los índices del divorcio, del aborto, de familias con padres (madres) solteros (as), niños de la calle, la fármaco dependencia, las pandillas, el crimen, el Sida (y otros problemas más de salud, p.ej, el resurgimiento de la tuberculosis), la falta de vivienda, la falta de alimentos, los déficit gubernamentales, los altos impuestos, la corrupción política, la degeneración en las artes, la mediocridad en la educación, la falta de competitividad en la industria, grupos de intereses particulares exigiendo toda clase de “derechos” (derechos que no tienen sus responsabilidades correspondientes, y que vienen a costa de los demás), la contaminación del medioambiente, etc.
Nos ha legado un gobierno “mesiánico”, que reclama para sí autoridad plena, y ofrece solucionar todos nuestros problemas (“salvación” secular), pero que generalmente termina dejando las cosas peor. En las instituciones de enseñanza superior, anteriormente bastiones de la libertad intelectual, ahora cunden ideas de lo “políticamente correcto”. La cultura en general ahora permite el uso de vocabulario anteriormente considerado vulgar, ofensivo y blasfemo. Ha creado un ambiente en que la música popular (de estilo “rap”) insta a la gente a matar a los guardianes del orden.
Siendo así las circunstancias en las que vivimos, ¿no deberíamos estar pensando de otras alternativas a esta supuesta “sabiduría de moda”? ¿O será que sólo una alternativa existe? De ser así, -- y la tesis que aquí sustento es que así es -- entonces nos urge tomar dicha alternativa mucho muy en serio.
Con el fin de mostrar que el cristianismo es LA alternativa, o sea, la única opción viable, permítanme exponer el contenido del cristianismo como filosofía: es decir, como metafísica, como epistemología y como sistema de valores (con énfasis particular en la ética). En relación a esto, también creo de importancia decir que el cristianismo es evangelio (o sea, buenas nuevas), y quizá sea más importante este aspecto que los anteriores. Pero esto lo diremos a su tiempo.
Reconocemos que en nuestros tiempos modernos, por así decir, en comparación con la sociedad de hace 600 años, la gente de hoy día ignora el punto de vista cristiano sobre el mundo. Por ello deben de entender el punto de vista cristiano sobre el mundo (la filosofía cristiana), de modo que pueda cobrar sentido para ellos el aspecto llamado evangelio, las buenas nuevas.
Primero, pues, presento el cristianismo como filosofía, para luego presentarlo como evangelio:

2.0- ES METAFÍSICA:

Las 4 cosas más importantes que debemos recordar acerca de la forma cristiana de entender el mundo, son:

a) La personalidad absoluta de Dios;
b) La distinción entre el Creador y la criatura;
c) La soberanía de Dios; y
d) La Trinidad.

2.1- La personalidad absoluta de Dios:

Dios es “absoluto”, en el sentido de que es el Creador de todas las cosas, y por ende, la base de todo lo que existe. Como tal, no necesita de ningún otro ser para existir (“ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas”, Hech 17:25). Nada ni nadie lo hizo existir; siempre ha sido (“Antes que naciesen los montes y formases la tierra y el mundo, desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios”, Sal 90:2; “Firme es tu trono desde entonces; tú eres eternamente”, Sal 93:2; “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios” Jn 1:1).

Tampoco pueda haber nadie que lo destruya; siempre existirá (“Porque yo alzaré a los cielos mi mano, y diré: Vivo yo para siempre”, Deut 32:40; “Ellos perecerán, mas tú permanecerás; ...pero tú eres el mismo, y tus años no se acabarán” Sal 102:26-27 y citado en Heb 1:10-12; “el único que tiene inmortalidad...” 1ª Tm 6:16; “y juró por el que vive por los siglos de los siglos...” Ap 10:6). Su existir es atemporal, pues es el Señor del tiempo (Sal 90, especialmente el v. 4, “porque mil años delante de tus ojos son como el día de ayer, que pasó, y como una de las vigilias de la noche”; Gál 4:4, “pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo...”; Efe. 1:11, “...que hace todas las cosas según el designio de su voluntad”; 2ª Ped 3:8, “...para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día”.
Dios conoce con la misma perfección de siempre todos los tiempos y todos los espacios (Is 41:4: “¿Quién llama las generaciones desde el principio? Yo Jehová, el primero, y yo mismo con los postreros”; Is 44:7-8: “¿Y quién proclamará lo venidero, lo declarará, y lo pondrá en orden delante de mí, como hago yo desde que establecí el pueblo antiguo? Anúncienles lo que viene, y lo que está por venir. No temáis, ni os amedrentéis; ¿no te lo hice oír desde la antigüedad, y te lo dije? ... No hay Dios sino yo. No hay Fuerte; no conozco ninguno.” Como lo dijera el Catecismo Menor (preg. #4: “Dios es espíritu, infinito, eterno e inmutable en su ser, sabiduría, poder, santidad, bondad, justicia y verdad.”
Esta definición enfatiza no sólo que Dios es absoluto, sino también que es una persona. En la Biblia, “Espíritu” es personal, y Dios es Espíritu (Jn 4:24). Como Espíritu que es, Dios:

habla “y mientras Pedro pensaba en la visión, le dijo el Espíritu: He aquí, tres hombres te buscan” (Hech 10:19);
dirige, “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios” (Rom 8:14);
da testimonio, “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios” (Rom 8:16);
ayuda, “...el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad (Rm 8:26);
intercede, “...pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles” (mismo versículo);
ama, “os ruego, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu...” (Rom 15:30);
revela, “Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu...” (1ª Cor 2:10); y
escudriña, “porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios” (mismo versículo).

Aunque la voz griega para “Espíritu” (pneuma) es de género neutro, el N.T., a veces enfatiza que el Espíritu es una persona, en que se refiere a él con un pronombre masculino (por ej, Jn 16:13,14). También son de orden personal las referencias del Catecismo a los atributos de sabiduría, poder, santidad, justicia, bondad y verdad. La Biblia con frecuencia atribuye estas cualidades a Dios.
La gran pregunta que confronta a la humanidad moderna es esta: siendo que en el universo existen tanto personas (por ej, tú y yo) como estructuras impersonales (por ej, la materia, el movimiento, el azar, el tiempo, el espacio y las leyes físicas), ¿cuál es fundamental? ¿Está basado el aspecto impersonal del universo en las personas, o es todo al revés?
La idea secular generalmente presupone que es lo último, es decir, que las personas son el producto de la materia, del movimiento, del azar, etc. Sostiene que el explicar un fenómeno en términos de intención personal (por ej, esta casa está aquí porque alguien la construyó para vivirla) no llega a ser una explicación final y última. La última explicación, en esta manera de pensar, se encuentra en lo impersonal (por ej, la persona construyó la casa porque los átomos de su cerebro se movieron en ciertas formas). Pero, ¿es necesaria una presuposición así?
Pensemos más sobre cuáles serían las consecuencias, según cada uno de estos puntos de vista. Si lo impersonal tiene prioridad, luego en el origen absoluto de las cosas no hubo ni conciencia, ni sabiduría, ni voluntad. Lo que nosotros llamamos “la razón” y “los valores”, no son más que consecuencias accidentales, carentes de intención, de eventos azarosos (Entonces, si la razón sólo es el resultado de sucesos irracionales, ¿por qué confiar en ella?) Al final de todo, la virtud moral no se premiará. La amistad, el amor y la hermosura no tendrán ninguna consecuencia final, pues quedan reducidos a un proceso ciego, sin cuidado alguno. Bertrand Russell fue por demás elocuente sobre las consecuencias de esta forma de pensar, a pesar de que él la sostuvo, pues es “el mundo que la ciencia nos presenta para creer en él”. Dice así:
“El hombre es el producto de causas que no podían prever el fin que alcanzarían; su origen y desarrollo, sus esperanzas y temores, sus amores y sus credos, no son otra cosa más que el fruto de colocaciones accidentales de átomos; ningún ardor, ningún heroísmo, ningún pensamiento o sentimiento intenso, pueden preservar una sola vida particular más allá de la tumba; pues todo el trabajo hecho a través de las edades, toda la devoción, toda la brillantez como del mediodía del genio humano, todo está destinado a desaparecer en la vasta muerte del sistema solar; y el templo entero del logro humano inevitablemente quedará enterrado en los escombros de un universo en ruinas. Sólo sobre base de estas verdades, sobre el cimiento firme de una inflexible desesperación, se podrá construir la habitación segura del alma humana.”
Pero por otra parte, si lo personal es lo que tiene prioridad, luego el mundo fue hecho según un plan racional que puede ser entendido por mentes racionales. La amistad y el amor no son simplemente experiencias humanas profundas, sino ingredientes fundamentales del orden universal. Pues hay alguien que quiere que exista la amistad, que desea que exista el amor. El bien moral es, también, parte del gran plan del universo. Si la personalidad es absoluta, luego hay alguien a quien le interesa lo que hacemos, que aprueba o desaprueba nuestra conducta. Y esa persona tiene también un propósito para el mal, por más misterioso que ello nos parezca.
La hermosura tampoco es algo que sólo aparece en forma fugaz; es el arte de un gran artesano. Y si en verdad el sistema solar tendrá su desenlace en “una vasta muerte”, existe una persona que nos puede librar de esa muerte, si le place. De modo que quizá, después de todo, algunos de nuestros pensamientos, planes, confianzas, amores y logros sí tienen consecuencias eternas, consecuencias tales que imparten a estas cosas una gran seriedad, y a la vez humor. Humor, digo, por la comparación irónica que tienen nuestros pobres esfuerzos tan pequeños con esas “consecuencias eternas”.
¡Qué diferencia! En lugar de ser el mundo un lugar gris lleno de materia, movimiento y casualidad, un mundo en el que cualquier cosa puede suceder, pero en el que casi nada sucede jamás (que sea de interés humano), el mundo sería la creación artística de la mente más grande que se puede imaginar, un mundo lleno de una hermosura que deslumbra y de una lógica que fascina. Tendría una historia que es a la vez un drama, con un interés humano, una profunda sutileza y alusiones más iluminadoras que cualquiera que pudiera inventar el novelista más grande. Esa historia divina tendría una grandeza moral que cambia todo el mal del mundo a bien. Y lo más admirable de todo, ese mundo estaría bajo el control de un ser que, de alguna manera maravillosa, resulta... ¡semejante a nosotros!
¿Podríamos orar a él? ¿Lo podríamos tener como amigo? ¿O por ser él nuestro enemigo tendríamos que huir de él? ¿Qué esperaría él de nosotros? ¿Qué experiencias increíbles tendría él reservadas para nosotros? ¿Qué nuevos conocimientos? ¿Qué bendiciones? ¿Qué maldiciones?. Sospecho que muchos de los que están en la incredulidad secretamente quisieran que algo así pudiera ser cierto. Es el trabajo del apologeta no sólo el de defender la verdad con argumentos, sino el de mostrar la verdad tal y como ella es, en toda su hermosura, sin encubrir sus tonos más oscuros. Cuando así la describimos, como atractiva pero con sus retos, cumplimos con nuestra misión apologética. Pues con frecuencia sucede que, antes de que alguien acepte y confiese la verdad, llega al punto de querer que ella sea la verdad. Y eso es bueno. Desear algo no hace que sea ni cierto ni falso, y sería una calumnia asegurar que el cristianismo sólo es el cumplimiento de los deseos humanos. Pero una persona que desea algo, y que quisiera verlo cumplido, esa persona muchas veces ya está en el camino hacia la fe. Un incrédulo consecuente con su propio sistema de fe no ve nada de atractivo en el punto de vista de la Biblia sobre el mundo; más bien le da la espalda.
¡Una persona absoluta! ¡Un absoluto personal! No he estudiado bien todas las religiones no cristianas, por lo que no quiero decir que es sólo el cristianismo la única religión que afirma un absoluto personal. Existen variantes del hinduísmo y budismo que se clasifican a veces como “teístas” y de acuerdo a algunas religiones animistas de África y de las Américas, detrás del mundo de los espíritus existe un ser personal que les ha de pedir cuentas a todos esos espíritus. Con todo, es cierto que la religión bíblica es el candidato más fuerte hoy día para ser el “teísmo de persona absoluta”.
Las religiones principales del mundo, en sus formas más típicas (diríamos en sus formas más auténticas) son: o panteístas, como los hinduistas y los taoístas; o bien son politeístas, como los animistas, algunas formas del hinduísmo, los sintoístas y las religiones tradicionales de Grecia, Roma y Egipto, etc. El panteísmo tiene un absoluto, pero no un absoluto personal; y el politeísmo tiene dioses personales, pero ninguno de ellos es absoluto. Inclusive, aunque la mayoría de las religiones tienden a enfatizar ya sea el absolutismo panteísta o el no absolutismo personal, generalmente se pueden hallar elementos de ambos debajo de la superficie. En el politeísmo griego, por ejemplo, los dioses son personas, pero no son absolutos. Sin embargo, esta clase de politeísmo tiene un suplemento en su doctrina del destino, que es una forma de un absoluto impersonal. Algo similar encontramos en el animismo, pues detrás de sus dioses está Mana, una realidad impersonal. El budismo es difícil de clasificar, pues en su forma original pudo haber sido atea, y también porque su concepto de “la nada” tiene muchos problemas. Pero sí, en el budismo más conocido, no existe un absoluto personal. La gente parece sentir la necesidad o el deseo de tener ambos: una persona y un absoluto; pero en la mayoría de las religiones, estos dos elementos se mantienen separados, por lo que se comprometen (se contradicen), en lugar de poderse reforzar el uno al otro. Por ello, entre todos los movimientos religiosos principales, el único que nos insta a adorar a un absoluto personal es la religión de la Biblia.
Piensa un momento sobre este hecho: el punto de vista cristiano del mundo es único entre todas las religiones habidas y por haber. ¿Por qué lo sería? Se podría, en teoría, pensar que la gente de buen criterio y sano juicio (cuando carentes de evidencia y obligados a la especulación), y confrontados con la pregunta de cuál es primordial: lo personal, o lo impersonal, estarían divididos y más o menos parejos en su división. Pero resulta que no: casi siempre se inclinan hacia el punto de vista de que, si existe un absoluto de alguna clase, ese absoluto ha de ser impersonal. (Y si no existe el absoluto, equivale a decir que el azar, o el “destino” es absoluto, que es lo mismo que un absoluto impersonal.)
La ciencia moderna no es la excepción (como tampoco la fue en tiempo de Russel). Cuando los científicos buscan las causas de todo, casi siempre presuponen que los elementos personales del universo se explican por los impersonales (la materia, las leyes, el movimiento), y no lo contrario. Y cuando los científicos buscan absolutos, por ej, el “origen del universo”, buscan “la partícula elemental”, una ley universal (la “teoría del todo”), un movimiento inicial (el “Big Bang”), o bien una combinación de éstos.
Y ¿por qué piensan así? ¿No sería igualmente razonable el que la materia, el movimiento y la fuerza impersonales sean explicados por las decisiones de una persona? Todos hemos observado cómo personas crean y luego manejan objetos impersonales para su propio beneficio. En fábricas, los trabajadores ensamblan, por ej., tractores (diseñados y planeados por personas); y en los campos los agricultores los usan para arar la tierra. Pero jamás hemos visto que un campo arado produzca a un agricultor, o que un tractor produzca un grupo de trabajadores. La idea es inverosímil.
Pero muchos científicos, y muy educados, dan por sentado que lo impersonal tiene prioridad en el universo. Es, por así decir, su presuposición. Y la adoptan, no en base a la evidencia (pues ¿qué evidencia podría probar la proposición negativa que no existe Dios?), sino en base a una fe irracional que está opuesta al cristianismo.
La única explicación ante esta situación es la que da la Biblia: que aunque la existencia de Dios ha sido claramente revelada a todos (Rom. 1:18-20), el hombre en su rebeldía trata de suprimir esa revelación, y por ello opera sobre el principio de que el Dios de la Biblia ni existe. ¿No será ésta la razón más lógica de que haya una preferencia casi universal —aun cuando—irracional, por lo impersonal y en contra de lo personal?
Por supuesto, no he probado en esta sección que el personalismo bíblico sea verdad. Simplemente lo he expuesto en contraste a su antítesis, para mostrar al amable lector una de las tareas fundamentales de la apologética. Dios nos llama a tomar una posición firme en contra de la presuposición casi universal de que el universo es en su base impersonal. No podemos dejar que el incrédulo suponga lo que por supuesto supone: que por supuesto lo impersonal tiene primacía. Tenemos que retarle a que por lo menos considere la posición alternativa. Y si nos dice que está seguro de su posición pro-impersonalidad, y que todos los que piensan diferente son supersticiosos o estúpidos, tenemos que pedirle nos dé la misma evidencia a favor de su posición que nos exige de la nuestra. Y una vez que le hayamos demostrado que su posición pro-impersonal es el producto de una fe irracional, estaremos en una buena posición como para presentarle la única alternativa a esa posición, la alternativa que presenta la Biblia.

2.2- La relación Creador/criatura:

De acuerda a la enseñanza de la Biblia, Dios es tanto trascendente como inmanente. Su trascendencia estriba sencillamente del hecho de que es radicalmente diferente a nosotros. El es el Creador, y nosotros sus criaturas. El es absoluto, como dijimos en la sección anterior. Nosotros no lo somos. Incluso su personalidad es diferente a la nuestra, porque la suya es original, y la nuestra es derivada. Dios es absolutamente persona en lo absoluto depende de lo impersonal; en cambio nosotros sí dependemos de la materia impersonal (del “polvo”, Gén 2:7), y de fuerzas impersonales para mantenernos con vida.
La inmanencia de Dios es su involucramiento en todas las áreas de su creación. Porque él es absoluto, luego él controla todas las cosas, él interpreta todas las cosas, él evalúa todas las cosas. Porque es omnipotente, ejerce su poder en todo lugar. Tan es así, que nadie puede escapar de él, de modo que es omnipresente. El que sea un ser personal lo mueve a involucrarse con su creación de otras maneras. Pues a pesar de las grandes diferencias que existen entre Dios y nosotros, somos similares a él. Somos creados a su “imagen”.
Según la Biblia, Dios constantemente busca tener conversaciones, estar en comunión, y vivir con su pueblo. Habló con Adán en el huerto del Edén, y cuando cayeron nuestros primeros padres en pecado, siguió Dios visitando al ser humano, para hacer pactos con él y para adoptar familias enteras (como las de Noé, de Abraham, de Israel) como suyas. En varios puntos de la historia Dios (de alguna manera misteriosa que no menoscaba en nada su omnipresencia general) ha puesto su presencia dentro del tiempo y del espacio, y morando en ciertos lugares particulares (como por ejemplo en la zarza ardiente, en el monte Sinaí, en el tabernáculo, en el templo, en la persona de Jesús, y en la iglesia como templo del Espíritu Santo).
Dios es el Gran Orquestador de —así como el Actor Principal en— la historia humana. En última instancia, es con él que tendremos que ver. Desde Génesis hasta el Apocalipsis, la más grande pregunta al que se tiene que enfrentar el ser humano es, ¿cómo responderemos a Dios y a su mundo? Lo mismo sucede hoy en día: detrás de todos los retos y las dificultades de esta vida, nuestro reto final es: ¿honraremos a Dios y obedeceremos su Palabra, o no?
Es importante mantener puntos de vista bíblicos acerca de la trascendencia y de la inmanencia de Dios. La trascendencia trae a la mente la distinción Creador/criatura. Dios es el Creador, nosotros sus criaturas. Jamás podremos llegar a ser Dios y perder nuestra condición de criatura; así como jamás podrá Dios perder su condición de ser divino. Teólogos cristianos a veces han errado en esta área, diciendo que la salvación convierte a los hombres en Dios.
Los no cristianos de toda persuasión terminantemente niegan la distinción que pinta la Biblia entre el Creador y su creación. Los ateos lo niegan, por supuesto, pero también los panteístas que afirman que el mundo en sí es de carácter divino. Lo niega el humanismo secular, pues adora en su lugar la mente humana, colocándola como la norma final de toda verdad y justicia. Lo niega también la filosofía kantiana, que dice que la mente humana es la fuente de las formas de su experiencia. Lo niega el existencialismo, que afirma que el hombre define su propio significado. Lo niegan todas las formas de la ciencia naturalista, que en efecto dicen que el universo es su propio creador. Lo niegan las religiones orientales y el recién movimiento occidental de la Nueva Era, la que insta a la gente a buscar “al Dios dentro de uno mismo”, y “a crear su propia realidad mediante la visualización.
Los teólogos de corte liberal, en cuanto no se someten a la Biblia, e incluyen libremente ideas no cristianas en sus teologías, también niegan sistemáticamente la distinción bíblica entre el Creador y la creación. Insisten en pensar en forma autónoma (o sea, no reconocen ninguna norma absoluta fuera de sí mismos), por lo que niegan la autoridad del Creador sobre ellos. Para ellos, la trascendencia de Dios consiste no tanto en que sea un ser absoluto (como hemos definido arriba), sino porque es un ser remoto, “distante”. En la teología liberal (incluyendo la neo-ortodoxia) Dios es “totalmente otro”—tan es así que ni con la ayuda de la revelación podemos hablar o pensar correctamente de él. De manera que el teólogo de corte liberal no sólo evade la autoridad de las Escrituras, sino que le da a dicha evasión una racionalización teológica.
Será de igual importancia sostener el punto de vista bíblico sobre la inmanencia de Dios. De nuevo, el asunto no es el que Dios pierde su deidad o que el hombre se diviniza. Pensadores no cristianos, incluyendo a los de teología liberal, con frecuencia hablan de la inmanencia para dar la idea de que el mundo en cierto sentido es verdaderamente divino, o que Dios es igual que el proceso de la historia (así Hegel, la teología secular y la teología de la liberación). La teología del proceso usa la retórica de la inmanencia (por ej, “Dios está realmente relacionado”) para negar la soberanía divina, la eternidad y la omnisciencia, a como la Biblia las define. Y Karl Barth, el padre de la neo-ortodoxia, añade a la noción de un Dios “totalmente otro” la noción contradictoria de que Dios en Cristo es “totalmente revelado”.
Esta versión de una inmanencia “totalmente revelada” contradice la doctrina bíblica de la trascendencia de Dios; y la versión de un Dios “totalmente otro” contradice la doctrina bíblica de la inmanencia de Dios. Ambas falsificaciones nacen de la incredulidad, su origen está en el deseo de suprimir la verdad descrita en Rom 1:21ss, pues ambas ideas intentan evadir su responsabilidad ante la Palabra de Dios. Si Dios es “totalmente otro”, entonces por supuesto, no nos puede hablar. Y si es “totalmente revelado”, entonces está en nuestro nivel y no puede hablar con autoridad.
Como lo dijera Van Til, el punto de vista cristiano del mundo es el de un concepto de realidad en 2 niveles. Van Til solía entrar al salón de clase y dibujar en la pizarra dos círculos, uno debajo del otro, conectados por una línea vertical de “comunicación”. El círculo más grande, el de arriba, representaba a Dios; el más pequeño, el inferior, representaba la creación. El decía que todo pensamiento no cristiano es pensamiento de un solo círculo. O bien eleva al hombre al nivel de Dios, o baja a Dios al nivel del hombre. En cualquiera de los casos, Dios (si es que siquiera lo toman en cuenta) es el igual del hombre, simplemente una parte más de lo que compone el universo. La apologética cristiana no puede entrar en componendas de ninguna manera con semejantes formas de pensar.
La Biblia enseña una relación Creador-criatura que es tan hermosa, como la doctrina de la personalidad absoluta de Dios. No tenemos que sufrir bajo la carga intolerable de estar jugando a Dios; de estar tratando nosotros mismos de ser la norma absoluta de la verdad y de lo bueno, con todas las preocupaciones que hacer esto conlleva. En lugar de ello, podemos descansar en el seno de nuestro Creador y aprender de él cosas maravillosas sobre cómo fue creado el mundo, y cuáles son sus propósitos para nosotros. Luego podemos integrar nuestra breve experiencia con su revelación, y tratar de aplicar esa revelación a nuestra situación. Y lo que aún no alcanzamos a entender no resulta para nosotros una amenaza, pues lo tomamos como el buen secreto de un Padre que nos ama.

2.3- La soberanía de Dios:

En mi libro, Doctrine of the Knowledge of God, escribí ampliamente sobre el tema del Señorío de Dios, y que entiendo es su control, autoridad y presencia. Creo que el término tradicional soberanía es sinónimo de señorío en los 3 aspectos mencionados. He aludido arriba sobre la presencia y la autoridad de Dios; sólo falta versar sobre su control.
Es importante para el punto de vista cristiano, el que Dios esté en control de todo; Efe. 1:11, él “...hace todas las cosas según el designio de su voluntad”. La relación entre Jacob y Esaú ya estaba preordenada desde antes que nacieran (ver Rom 9:10-25). Pablo toma esta relación, y la aplica a la relación más general que existe entre judíos y cristianos. Dios obra todas las cosas para bien de los que le aman (Rom 8:28).
A la doctrina que afirma que Dios preordena y dirige todos los eventos se le llama doctrina calvinista. No tengo contrariedad alguna en ser conocido como calvinista. Pero otras tradiciones cristianas también creen en esta doctrina, aunque a veces muy a pesar de ellos mismos. Por ej., el arminianismo: este sistema enfatiza la “libre voluntad” e insiste que nuestras decisiones (especialmente las que tienen significado religioso) son libres, no preordenadas ni de alguna otra forma determinadas por Dios. El arminianismo busca reforzar el concepto de la responsabilidad humana (doctrina con la que en sí el calvinismo no está peleado). Pero sabe que:

(1) Dios conoce de antemano--y en forma exhaustiva--el futuro; y
(2) Dios creó el mundo sabiendo lo que en el futuro sucedería.

Por ejemplo, Dios sabía que Venustiano tomaría la libre decisión de aceptar a Cristo. De alguna manera lo supo, y lo supo antes que naciera Venustiano. De modo que aún desde entonces, la decisión “libre” de Venustiano era inevitable. ¿Por qué era inevitable? No en razón de la voluntad libre de Venustiano, pues éste aún ni había nacido. Tampoco en razón de la predestinación, pues el arminiano niega desde el principio esta posibilidad. Pareciera, pues, que la inevitabilidad tiene otra fuente aparte tanto de Venustiano como de Dios. Pero al final, la predestinación divina siempre es el elemento clave, pues Dios: (1) conoce de antemano la decisión de Venustiano, y (2) crea el mundo de tal manera que se dé esa decisión de Venustiano. El factor decisivo es la creación de Dios con conocimiento previo. Es la creación la que pone en marcha todo el universo. ¿Sería mucho afirmar que la creación de Dios con conocimiento previo es —efectivamente— la causa de la decisión de Venustiano?

De esta manera el arminiano permite el concepto calvinista, sin que lo admita conscientemente. Por ello, algunos arminianos han abandonado la premisa de que Dios conoce todas las cosas de antemano, y han tomado una posición que más se asemeja a la teología del proceso. Aunque esto es muy dudoso, de acuerdo a las Escrituras.
El asunto principal es: los cristianos que honran las Escrituras como la Palabra de Dios que son, reconocen —a pesar de sus formulaciones teológicas que dicen lo contrario— que Dios gobierna toda la naturaleza y toda la historia. Esta doctrina de la soberanía divina es el tesoro de la iglesia cristiana entera.
El gobierno divino es un concepto importante para la apologética, pues le destruye al incrédulo su pretensión de autonomía. Si Dios crea y gobierna todas las cosas, luego él interpreta todas las cosas. Su propio plan es la fuente última de todos los eventos, tanto en la naturaleza como en la historia, y su plan nunca falla. Por ende, su plan determina lo que las cosas son, lo que es verdadero o falso, lo que es bueno o malo. Para nosotros juzgar en alguna de estas áreas, nos será necesario consultar su revelación (en la naturaleza, así como en las Escrituras), buscando con humildad pensar los pensamientos de Dios así como él los piensa. Nunca podremos poner a nuestra mente, o ninguna otra cosa creada, como la norma final del ser, de la verdad o de la virtud.

2.4- La Trinidad:

Finalmente, el Dios cristiano es tres en uno. Es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Sólo hay un Dios (Dt 6:4-5, “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas”; Is 44:6, “Así dice Jehová Rey de Israel, y su Redentor, Jehová de los ejércitos: Yo soy el primero, y yo soy el postrero, y fuera de mí no hay Dios”).
Pero el Padre es Dios (Jn 20:17, “Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”); el Hijo es Dios (Jn 1:1, “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”; Rom 9:5, “de quienes son los patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén”; Col 2:9, “porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad”; Hb 1:10-12, “Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán, mas tú permaneces; y todos ellos se envejecerán como una vestidura, y como un vestido los envolverás, y serán mudados; pero tú eres el mismo, y tus años no acabarán”); y el Espíritu es Dios (Gn 1:2, “...y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas”; Hechos 2; Romanos 8; y 1ª Tes 1:5, “pues nuestro evangelio no llegó a vosotros en palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre...”).
De alguna manera son 3, y de alguna manera son (o es) uno. El Credo Niceno dice que son una “esencia” pero 3 “substancias”; o en otra traducción, una “sustancia” y 3 “personas”. En lo particular, prefiero decir, “un Dios, 3 personas”. Los términos técnicos no deben tomarse en ningún sentido preciso o descriptivo. La pura verdad es que no conocemos cómo los 3 pueden ser uno, y el uno ser 3. Lo que sí sabemos es, que los 3 son Dios, son iguales, no existe ninguna superioridad o inferioridad dentro de la Deidad. El ser Dios es superior a cualquier otra cosa. Los 3 tienen todos los atributos divinos. Los 3 son “Señor”. Los 3 guardan la relación con la creación que anteriormente habíamos imputado a Dios. Los 3 pertenecen al círculo superior del dibujo de Van Til.
Aun cuando hubiere duda sobre las doctrinas discutidas anteriormente es indiscutible que la Trinidad es una doctrina exclusiva del cristianismo. Hay tríadas interesantes (distinciones que se dan en 3 partes) en otras religiones, tales como en los dioses hindúes Brahma, Visnu y Siva. Muchas personas instintivamente piensan que hay algo especial en el número 3. Pero los dioses hindúes son 3 dioses, no un Dios en 3 personas; y así, todas las demás comparaciones que se traen a colación de otras religiones, pierden su fuerza al ser examinadas. Las religiones rivales del cristianismo de hecho ignoran, o bien niegan, la Trinidad. A pesar de las tríadas de Hegel, no hay nada semejante en la filosofía secular. No hay nada semejante en las demás religiones principales del mundo. Y aún en las herejías cristianas se habla muy poco de una Trinidad. De hecho, dicha doctrina es con frecuencia la primera que niegan estas herejías.
¿Y por qué es importante para la apologética la Trinidad? Bueno, ¿qué sucede cuando el trinitarianismo se sustituye por el unitarianismo (la creencia de que Dios sólo es uno)? Un resultado es que al definirse Dios así, tiende a perder la definición y las marcas de personalidad. En los primeros siglos de la era cristiana, los gnósticos, arrianos y neoplatonistas adoraban a un Dios no trino. Dios era unidad pura, sin pluralidad de ninguna clase. Pero, ¿de qué es la unidad)? No hay respuesta a esa pregunta; no se puede decir nada. Cualquier cosa que diríamos de Dios sugeriría una división, una pluralidad, por lo menos entre el sujeto y el predicado. Decir “Dios es x” crea (según ellos) una pluralidad entre Dios y el “x”. Así no podemos decir nada acerca de Dios. Para éstos, la naturaleza de Dios es el “totalmente otro” (término más moderno). No se podía describir en lenguaje humano, pues (entre otras razones) la mente humana no puede concebir de una “entidad vacía”. La conclusión lógica a la que aparentemente se llega, pues, es la de no poder decir nada acerca de Dios.
Pero los unitarios antiguos no aceptaban la conclusión. En respuesta a la pregunta, ¿un qué?, señalaban a la creación: Dios es la perfecta unidad de todas aquellas cosas que en la creación están separadas. Pero el problema es que si a Dios se le define sólo en términos de la creación, luego es relativo a la creación. Y de hecho, los unitarios primitivos veían el universo como una “cadena del ser” entre el Dios no conocible y el mundo conocible (un mundo que era una emanación divina: Dios en su pluralidad). De esta forma, Dios es relativo al mundo, y el mundo a Dios.
Ideas antitrinitarias siempre tienen ese efecto. Conducen a pensar en un Dios “totalmente otro”, en lugar de un Dios que es trascendente en la forma en la que dice la Biblia. Y paradójicamente, conducen a pensar al mismo tiempo en un Dios que es relativo al mundo, en lugar del Soberano Señor como lo revela la Biblia. Conduce a pensar en un “Uno” vacío, en lugar de la persona absoluta que enseña la Biblia. Hace que la distinción Creador-criatura sea una distinción más bien de grado, no una diferencia de ser.
Por ejemplo, el Islam enseña una doctrina de predestinación que con frecuencia suena a un determinismo impersonal, en lugar del sabio y buen plan del Señor que enseña la Biblia. Y el Alá del Islam es capaz de sufrir cambios arbitrarios en su misma naturaleza, no como el carácter personal permanente y confiable del Dios de la Biblia. O sea, la doctrina de la Trinidad viene a reforzar los puntos que anteriormente hemos dicho sobre Dios y sobre el mundo.
El N.T., nos da una respuesta sorprendente a la pregunta: ¿Un Qué? Nos dice: ¡“Una unidad de Padre, Hijo y Espíritu Santo”! Resulta por demás interesante que el N.T., cuando quiere enfatizar más el aspecto de la unidad de Dios, parece no poder resistir mencionar más de una de las personas Trinitarias. Como ejemplo de esto, veamos 1ª Cor 8:4-6:

“Acerca, pues, de las viandas que se sacrifican a los ídolos, sabemos que un ídolo nada es en el mundo, y que no hay más que un Dios. Pues aunque haya algunos que se llamen dioses: sea en el cielo, o en la tierra (como hay muchos dioses y muchos señores), para nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas, y nosotros somos para él; y un Señor Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y nosotros por medio de él.”
Otro ejemplo es Efe. 4:4-6, “un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos y en todos.” Noten también que 1ª Cor 12:4-6 enseña que la unidad de la iglesia depende de la unidad que existe en Dios: “Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero Dios que hace todas las cosas en todos, es el mismo”.
Otros pasajes relevantes serían Jn 17:3, “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”; y Mt 28:19ss (la “Gran Comisión”).
Resistimos de instinto a este estilo de expresión. Si hubiera sido yo el autor de estos textos, seguramente hubiera evitado hacer alusiones a la Trinidad en contextos donde más bien quiero enfatizar la unicidad de Dios. Pero los autores bíblicos pensaban diferente, pues para ellos la Trinidad confirma, no compromete, la unicidad de Dios. La unicidad de Dios es, precisamente, una unicidad de tres personas.
Ya que Dios es 3 y uno, puede ser descrito en términos de persona, sin que ello lo relativice al mundo. Por ej., Dios es amor (1ª Jn 4:8). Pero, Amor ¿de qué? Podríamos contestar inmediatamente, “amor del mundo”. Mas entonces tendríamos un problema, pues de esta manera el atributo divino del amor depende de que exista el mundo. Y decir que los atributos divinos dependen del mundo es decir que Dios mismo depende del mundo. Este camino nos lleva al concepto del Totalmente Otro. Entenderíamos la lógica del gnosticismo, del arrianismo y del neoplatonismo: pues si Dios es simplemente uno, o bien es un “Totalmente Otro”, o bien es relativo al mundo —o quizá, de alguna manera ambas cosas.
Pero Dios no es simplemente uno. Es uno en 3. Su amor en principio es el amor que el Padre, el Hijo y el Espíritu tienen el uno al otro (Juan 17). De modo que su amor, al igual que su ser, es auto-existente y auto-suficiente. No depende del mundo (aunque sí llena el mundo), y no tiene porqué ser absorbido por el agnosticismo religioso.
La Trinidad también significa que la creación de Dios puede a la vez ser una y múltiple. La filosofía secular oscila entre los extremos del monismo (que el mundo realmente es uno, y la pluralidad es una ilusión) y del pluralismo (que el mundo está totalmente desunido, la unidad es una ilusión). La filosofía secular se mueve de un extremo al otro, debido a su falta de recursos para encontrar una definición intermedia; y también porque busca un absoluto en alguno de los extremos —como si tuviese que existir una unicidad absoluta (sin pluralidad), o de lo contrario un universo insólito, de elementos desconectados, un pluralismo absoluto que destruye cualquier unicidad universal. Para el filósofo, es importante poder tener un absoluto en cualquiera de estas direcciones, pues le daría una norma adecuada fuera del Dios de las Escrituras. Y en esto detectamos que la búsqueda del filósofo tiene una dimensión religiosa: trata de hallar en el mundo un absoluto, un dios.
Pero el cristiano sabe que no existe ninguna unidad absoluta (unidad carente de pluralidad), como tampoco existe ninguna pluralidad absoluta (pluralidad carente de unidad). No existen, ni en el mundo, ni en el Creador del mundo. Si en el mundo existiera cualquiera de estas cosas, sería una especie de dios unitario. Pero no existe más que el Señor Trinitario. Un dios unitario así sería desconocido, pues no podemos conocer un “uno” vacío, ni tampoco un absolutamente “único”. Y si esta unicidad perfecta o este “único absoluto” es la esencia metafísica de la realidad, entonces no podemos saber absolutamente nada.
Pero el cristiano sabe que Dios es el único absoluto que hay, y que es un absoluto tanto del uno como de los muchos. Por ello, estamos libres de la necesidad de tratar de hallar en el mundo una unidad absoluta o una desunión absoluta. Si buscamos criterios (o normas) absolutos, buscamos no en algún concepto de “unidad máxima”, o de un “único absoluto” dentro del mundo, sino al Dios vivo y verdadero, el único que ofrece un criterio para el pensamiento humano. De esta manera, la doctrina de la Trinidad tiene implicaciones también para la epistemología.

3.0- LA EPISTEMOLOGÍA:

He discutido extensamente la epistemología en mi libro Doctrine of the Knowledge of God (“La doctrina del conocimiento de Dios”), y también he bosquejado en el cap. 1, de este tomo mis preocupaciones epistemológicas principales. Recuerden también lo dicho arriba bajo el tema de “Soberanía divina” — de que Dios, como Señor que es, interpreta todas las cosas en forma definitiva; de modo que cuando nosotros queremos saber algo de cualquier cosa, estamos obligados a pensar sus pensamientos como él los piensa. Además, y debido a la epistemología trinitaria que acabo de exponer en los párrafos inmediatamente anteriores contiene lo más importante de lo que se puede decir sobre el tema, esta sección va a ser relativamente breve.
Dios no sólo es omnipotente, sino también es omnisciente. Como hemos dicho ya, él controla todas las cosas mediante su plan sabio. Por ende, él conoce todas las cosas (Heb 4:12-13, “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta”; y 1ª Jn 3:20, “Porque si nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y él sabe todas las cosas”). Por ello, todo conocimiento humano tiene su origen en Dios; y por lo mismo, “el principio de la sabiduría es el temor de Jehová” (Prov 1:7).
Dios no solamente es el origen de la verdad, sino que es también la autoridad suprema del conocimiento. La autoridad es parte de su señorío. Dios tiene el derecho de dar órdenes, así como el de ser obedecido. Dios tiene, por tanto, el derecho de decirnos qué es lo que debemos creer.
Cuando gente pecadora intenta obtener conocimiento, mas lo quiere sin el temor de Dios, ese conocimiento se distorsiona:
“Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles. Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén.” (Rom 1:21-25)
“Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios. Pues está escrito: Destruiré la sabiduría de los sabios, y desecharé el entendimiento de los entendidos. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde está el disputador de este siglo? ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo? Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación. Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios. Porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres. Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos pode-rosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia. Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor. Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado. Y estuve entre vosotros con debilidad, y con mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.” (1ª Cor 1:18-2:5)
Con esto no estamos diciendo que nada de lo que dicen es verdad. Lo que sucede es que su punto de vista del mundo está distorsionado y no es de confiar. Epistemológicamente hablando, su más grave error es el de proclamar su propia autonomía, de hacerse ellos mismos (o alguna otra cosa que no sea el Dios de la Biblia) la norma final de la verdad y de la virtud.
Así las cosas, la filosofía racionalista declara que la razón humana es la norma final. El empiricismo, reconociendo los vuelos especulativos que la “razón” desenfrenada tiende a tomar, exige que todas las ideas sean en ultimada instancia probadas por la experiencia de los sentidos humanos. Y el escepticismo, reconociendo q. tanto la razón humana como los sentidos humanos tienden a errar, declara (¡por su propia autoridad!) que la verdad es algo inalcanzable. El pensamiento kantiano y existencialista hace que el hombre sea en efecto la fuente misma del significado de las cosas, por su propia experiencia. Los teólogos de corte liberal están muy ansiosos de seguir en estas líneas y tradiciones, y en consecuencia “herejías cristianas” siguen manipulando el mensaje bíblico según su propio antojo.
Así como vimos en el apartado de “Metafísica”, aquí también queda evidente que LA alternativa ante la sabiduría convencional, el consenso de los filósofos y de los religiosos, de los de teología liberal y pensadores populares, es únicamente el cristianismo verdadero. Los tiempos en los que vivimos parecen ser tiempos en que todo mundo proclama su autonomía, su derecho de “hacer lo que te guste”. Y Dios califica a todo ello como necedad (1ª Cor 1:18-2:5). Dice que proviene del diablo (“en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios”, 2ª Cor 4:4).
El apologeta no sólo debe rechazar toda componenda con semejantes epistemologías distorsionadas, sino que debe llamar a los incrédulos a abandonarlas. Pues dichas epistemologías forman parte de la manera en la que los ellos suprime la verdad. Al igual que la distorsión en el área de la metafísica, ésta representa un deseo de evadir su responsabilidad ante Dios, y para no atender a la voz de Dios diciéndole qué debe hacer.
No podremos hacerles semejante reto si construimos, como tantas veces tradicionalmente se ha hecho, nuestra propia apologética sobre base de algunas de esas opciones epistemológicas no cristianas.

4.0- LA ÉTICA:

La ética es el campo donde se estudia asuntos como el bien y el mal, lo debido y lo indebido. Y como en la metafísica y en la epistemología cristiana, también la ética cristiana es distinta a las demás.
Dios es perfectamente bueno y justo (Gn 18:25, “Lejos de ti el hacer tal, que hagas morir al justo con el impío, y que sea el justo tratado como el impío; nunca tal hagas. El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?”; y Sal 145:17, “Justo es Jehová en todos sus caminos, y misericordioso en todas sus obras”).
Como hemos visto arriba, por cuanto es el Señor, tiene autoridad suprema sobre toda su creación. En lo que respecta a la epistemología vimos que Dios es el criterio supremo de la verdad y la mentira. Ahora bajo el rubro de la ética, hemos de observar que Dios también es la norma suprema del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto. Además, él nos ha expresado sus normas en sus palabras que nos ha dirigido:
“Ahora, pues, oh Israel, oye los estatutos y decretos que yo os enseño, para que los ejecutéis, y viváis, y entréis y poseáis la tierra que Jehová el Dios de vuestros padres os da. No añadiréis a la palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella, para que guardéis los mandamientos de Jehová vuestro Dios que yo os ordeno. ...Mirad, yo os he enseñado estatutos y decretos, como Jehová mi Dios me mandó, para que hagáis así en medio de la tierra en la cual entráis para tomar posesión de ella. Guardadlos, pues, y ponedlos por obra; porque esta es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia ante los ojos de los pueblos, los cuales oirán todos estos estatutos, y dirán: Ciertamente pueblo sabio y entendido, nación grande es esta. Porque... ¿qué nación grande hay que tenga estatutos y juicios justos como es toda esta ley que yo pongo hoy delante de vosotros?” (Deut. 4:1-2,5-6,8).
“Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa; ...Guardad celosamente los mandamientos de Jehová vuestro Dios, y sus testimonios y sus estatutos que te ha mandado. Y haz lo recto y bueno ante los ojos de Jehová, para que te vaya bien, y entres y poseas la buena tierra que Jehová juró a tus padres" (Deut. 6:4-7).
La Biblia además afirma que los incrédulos no sólo saben que Dios existe, sino que también conocen sus normas y sus requerimientos: “quienes habiendo entendido el juicio de Dios, que los que practican tales cosas son dignos de muerte...” (Rom 1:32). Sin embargo, desobedecen esas leyes, y todavía más, tratan de evadir su responsabilidad:
“Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza, y de igual modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío. Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen; estando atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad; llenos de envidia, homicidios contiendas, engaños y malignidades; murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores de males, desobedientes a los padres, necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin misericordia; quienes habiendo entendido el juicio de Dios, que los que practican tales cosas son dignos de muerte, no sólo las hacen, sino que también se complacen con los que las practican” (Rom 1:26-32).
De nuevo, la historia de la filosofía ilustra cómo los pensadores humanos tratan de evadir su responsabilidad a Dios, reclamando para sí su propia autonomía. Como no quieren obedecer las leyes divinas, se erigen a sí mismos como los jueces finales de lo que es justo. La ética teleológica trata de basar los valores sobre la experiencia de los sentidos, pero no puede tender un puente entre el “es” de la experiencia y el “debe ser” de los valores. Y la ética ontológica afirma una fuente del deber más allá de la experiencia, pero en realidad esa fuente es en final instancia un misterio —tan es así que totalmente pierde toda efectividad. Por otro lado, la ética subjetivista basa sus juicios sobre los puros sentimientos; pero ¿por qué el sentimiento de una persona llamará la atención de otra persona, o tendrá alguna influencia en su conducta?
Después de los filósofos, los teólogos de la teología liberal entran corriendo, enarbolando la bandera de la autonomía. La teología situacional de Joseph Fletcher pertenece a esta categoría, modelo para toda una pléyade de eticistas modernos: los Callahan, Childress, Gustafson, Kervorkian, Spongs. Las páginas editoriales de los periódicos, así como los conductores de los programas de radio de tipo entrevistas, y los mismos políticos, todos siguen el mismo hilo. El aborto se convierte en algo lícito, simplemente por la razón de que la gente así lo desea. Es la “opción” que manejan. Así se desarrolla la “sabiduría de moda” -- y así se van desarrollando los males en la sociedad que se deja gobernar por esa sabiduría. Si la autonomía ética realmente es cierta, entonces podremos justificar la existencia de las pandillas, de la drogadicción, del “rap” sádico y de todo lo demás. Pero si realmente somos responsables ante Dios, tendremos que abandonar todas estas “modas societales” con alacridad.
Cristianismo es LA alternativa ante todo esto. Sólo el cristianismo puede confrontar varonilmente la fe humanista en su propia autonomía. Por ende, sólo el cristianismo tiene las respuestas para la anarquía.

5.0- LAS BUENAS NUEVAS:

Pero el cristianismo no es sólo una alternativa a las filosofías seculares, o un conjunto de normas éticas mejor que el que tiene en su momento la sociedad actual. Es que es evangelio, es buenas noticias. Y también en este orden de cosas es único — es una alternativa real a la forma tradicional de pensar del mundo.
La Biblia enseña que el hombre fue creado a la imagen de Dios, pero que pecó en contra de Dios (Gén. 3:1ss). Hoy día llevamos la culpa del primer pecado de Adán (Rom 5:12-19), así como el peso de nuestros propios pecados en contra de Dios (Rom 3:10ss). Nuestro problema, entonces, no es nuestra finitud como dicen algunos panteístas, pensadores de la Nueva Era y otros), como tampoco la solución es que nosotros nos convirtamos en Dios. Ni es que nuestro problema sea la herencia, o el medioambiente, o nuestra naturaleza emocional, o la pobreza, o nuestras enfermedades, etc. Más bien, el problema es el pecado: es la trasgresión deliberada de la ley de Dios (1ª Jn 3:4, “Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley”). De acuerdo a la Biblia, los males que nos acarrean la herencia, el medioambiente, las enfermedades, etc., provienen todos de la caída:
“Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldito será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás” (Gén. 3:17-19).
“Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora” (Rom. 8:18-22).
Y, ¿cuál será la solución? “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn 3:16). Jesús murió por nuestros pecados y fue resucitado para nuestra justificación (Rm 3:20-8:11; 1ª Cor 15:1-11). La exhortación bíblica no es que nos esforcemos más por obtener el favor de Dios (“ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado” Rom 3:20). Más bien la instrucción es que aceptemos la misericordia de Dios ofrecida como regalo gratuito por medio de Cristo (“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas”, Ef 2:8-10).
Ninguna filosofía, ni la teología liberal, ni ninguna herejía cristiana ofrece solución alguna para el pecado del hombre, más allá de poner mayor empeño en la superación propia. Por más persuasivos que sean en otros respectos, estas ideologías concuerdan en que no hay regalo gratuito como el perdón divino a través del sacrificio de Jesús. El empiricismo, el racionalismo, el idealismo, el judaísmo, el Islam, el mormonismo, los testigos de Jehová, todas son religiones de justicia por obras, que es igual a decir auto-justificación. Lo único que pueden ofrecernos es la exhortación hueca al esfuerzo por lograr la superación propia, o bien, la idea éticamente dañina de que Dios nos perdonará sin pedirnos nada.
Permítaseme hacer la aplicación, en el sentido de que el evangelismo es parte de la apologética (y también viceversa, en nuestra perspectiva)! El apologeta siempre debe estar preparado para presentar el evangelio. No debe enredarse tanto en argumentos, pruebas, defensas, discusiones y críticas que termina sin dar al incrédulo lo que él más necesita.
Vemos, pues, que el cristianismo como filosofía y como buenas nuevas es LA alternativa — la única — a la “sabiduría de moda”. Esta cualidad única del cristianismo es en sí de mucho significado apologético. Sabemos que algo que es único no necesariamente implica la verdad; pero cuando todas las demás alternativas van entre el azul y la medianoche, todas proclamando lo imposible: poder explicar lo personal mediante lo impersonal; todas proclamando su autonomía (negando de paso la soberanía de Dios); todas afirmando que lo absoluto se halla no en Dios sino en la creación; todas ofreciendo como solución a nuestro gran problema moral solamente una justificación por obras — y realmente no hay ni quinto de diferencia entre todas estas ideologías convencionales; sabiendo todo esto, pareciera ser cosa de sentido común conceder una alta prioridad a la investigación del cristianismo y lo que él enseña. Ser indiferente a su unicidad no es cosa de sabios.
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