Introducción: Como hemos visto durante esta jornada, el Judaísmo ha tenido una parte muy importante en el desarrollo histórico de la Iglesia Cristiana y también de nuestra Iglesia. Su relación tan estrecha está siendo aprovechada por oportunistas sectarios que buscan adeptos en las filas de iglesias como la nuestra. La Biblia es la clave en toda la apologética respuesta ante esta crisis. Los evangelios sinópticos nos presentan una teología que en el fondo nos habla mucho de la vivencia histórica de la Iglesia primitiva, es teología de la historia, una teología que nos explica el para qué, textos que sigue teniendo resonancia en nuestra realidad actual y con los que cerramos esta reflexión.
Mc 1, 21-27: Un espíritu inmundo en la sinagoga (institución religiosa judía), hoy en el Judaísmo mesiánico. Lo primero que Marcos presenta en su evangelio es la confrontación con la religión, y lo primero que hay que sanar en una persona es su idea de Dios, como la de un Dios que quiere que seamos judíos. Leer el AT sin tomar en cuenta el NT es deformar la imagen de Dios.
Mc 2, 1-8: La iglesia hace una abertura en el techo de la casa (judaísmo), queda superado. Marcos tiende a mover la casa, el espacio del encuentro para ser formado, símbolo de la casa de Israel. Hay una convulsión en la casa, el pueblo sigue creyendo que la salvación viene de las estructuras israelitas o sinagogales. Jesús no está de acuerdo en su idea de gueto, sectaria, Jesús no está dispuesto a formar una sinagoga. El paralítico quiere cambiar pero no puede, está esclavo de su pecado, y por si fuera poco la religiosidad judía no lo deja. El techo es algo que aísla, que protege, aquello que de alguna manera esta encima de las personas, pero que en este caso, es obstáculo para llegar a Jesús. El techo (stegei) de esta casa (sinagoga) es desmantelado (apostegazo) o destechado, todo lo que se quita de la religiosidad judía para acercarse a Jesús.
Lc 1, 1-25: Esterilidad y mudez es lo único que brotaba del Judaísmo. Las disposiciones de la Misná (Tam. 7,2) preveían que los sacerdotes, al salir del santuario, una vez terminada la ofrenda, pronunciaran al unísono la bendición sacerdotal (Nm 6,24-26) sobre todo el pueblo congregado en los atrios. En este episodio, dado el carácter y el contenido de la visión, Lucas se ve obligado a reducir el número de sacerdotes a uno solo (= Zacarías). Y cuando el sacerdote sale, por fin, del santuario, resulta que es incapaz de articular una sola palabra de bendición. El Judaísmo ritual ya no puede traer más bendición, léase hoy Judaísmo mesiánico.
Lc 1, 39-45: En el caso de la obra lucana, las mujeres representan simbólicamente a determinadas comunidades. Así, María, de la que habrá de nacer el Salvador del mundo, representa a esa pequeña comunidad que es el resto fiel de Israel, que reconoce a su Mesías y se convierte en comunidad de discípulos. Es imagen de la Iglesia. Ella va "de prisa" por las montañas de Judea, llevando en su seno a aquel que debe salvar a los hombres. Para Lucas es importante ilustrar esa primera etapa de la evangelización, en la que los pequeños discípulos se encaminaron a los poblados de Palestina llevando la Buena Nueva a sus hermanos. La iglesia por tanto, evangeliza a los judíos, no al revés. Isabel representa a la vieja comunidad israelita, apegada a las instituciones, anquilosada y destinada a morir (es estéril, lo cual es signo de muerte, es decir, de cancelación de toda opción de futuro). Junto con su esposo (Zacarías) forma la pareja emblemática del antiguo pueblo de Israel.
Jn 1, 11-13: «Los suyos» son, para el evangelista, aunque los mesiánicos lo nieguen, los hebreos (el contexto lo confirma), miembros de un pueblo privilegiado con la revelación divina, con la promesa, con la alianza, con la ley, con la profecía, con el sacerdocio, con el conocimiento del Nombre… Pueblo que, sin embargo, no supo estar a la altura de las gracias recibidas. El evangelista subraya dos aspectos centrales de su teología: por un lado, la iniciativa de Dios, la acción preveniente de la gracia, que posibilita toda apertura del corazón humano a las incitaciones divinas ("les concedió poder llegar a ser hijos de Dios… nacieron de Dios"); por otro lado, la importancia de la respuesta humana, pues el don de la filiación se reserva "a todos los que lo recibieron". El hombre puede permanecer cerrado, Dios no le fuerza a nada. Pero todos tienen la posibilidad de abrirse al don de Dios, que no queda ya reservado a los privilegios de raza ("no nacieron de la sangre"), ni es fruto de los deseos humanos, aunque responde a plenitud a todos ellos. Cf Dt 32,9; Ex 19,5; Sal 135,4).
Jn 2, 2-11: El amor es lo que no tiene el Judaísmo religioso y ritualista. Las tinajas ocupan el centro de la narración. Constituyen el símbolo de las instituciones judías y, en general, de toda religiosidad desvinculada de su auténtico propósito: la liberación del hombre. Se nos dice que son seis, que son de piedra, que están destinadas a la purificación de los judíos y –lo sabremos poco más adelante- que están vacías. El " 6" es el número que simboliza lo incompleto, lo imperfecto, lo inacabado (por contraposición con el " 7" que significa la totalidad y la perfección); el ser "de piedra" es condición clásica de la Ley (escrita en las Tablas de Piedra) y el destino de purificación permite aludir a la finalidad a la que se había terminado por reducir todo el sentido de la Ley israelita. Notemos que el "milagro", es decir, la conversión del agua en vino, se da fuera de las tinajas, pues el relato dice que los sirvientes sabían la procedencia de aquel vino insuperable, pues ellos "habían sacado el agua". La irrupción del vino nuevo del amor se da más allá de las instituciones religiosas que, desde ahora, quedan definitivamente superadas. Una vez más, los creyentes nos vemos provocados por el Evangelio. O liberamos al cristianismo de su rígida estructuración como religión o no experimentaremos jamás toda su fuerza subversiva y toda su capacidad transformadora.
Termino con unas palabras de uno de los discípulos del apóstol Juan, sobreveedor de Antioquía en el año 117 d.C. "... Profesar a Jesucristo sin dejar de seguir las costumbres judías es un absurdo. La fe cristiana no ve al judaísmo, sino el judaísmo ve al cristianismo..."
Mc 1, 21-27: Un espíritu inmundo en la sinagoga (institución religiosa judía), hoy en el Judaísmo mesiánico. Lo primero que Marcos presenta en su evangelio es la confrontación con la religión, y lo primero que hay que sanar en una persona es su idea de Dios, como la de un Dios que quiere que seamos judíos. Leer el AT sin tomar en cuenta el NT es deformar la imagen de Dios.
Mc 2, 1-8: La iglesia hace una abertura en el techo de la casa (judaísmo), queda superado. Marcos tiende a mover la casa, el espacio del encuentro para ser formado, símbolo de la casa de Israel. Hay una convulsión en la casa, el pueblo sigue creyendo que la salvación viene de las estructuras israelitas o sinagogales. Jesús no está de acuerdo en su idea de gueto, sectaria, Jesús no está dispuesto a formar una sinagoga. El paralítico quiere cambiar pero no puede, está esclavo de su pecado, y por si fuera poco la religiosidad judía no lo deja. El techo es algo que aísla, que protege, aquello que de alguna manera esta encima de las personas, pero que en este caso, es obstáculo para llegar a Jesús. El techo (stegei) de esta casa (sinagoga) es desmantelado (apostegazo) o destechado, todo lo que se quita de la religiosidad judía para acercarse a Jesús.
Lc 1, 1-25: Esterilidad y mudez es lo único que brotaba del Judaísmo. Las disposiciones de la Misná (Tam. 7,2) preveían que los sacerdotes, al salir del santuario, una vez terminada la ofrenda, pronunciaran al unísono la bendición sacerdotal (Nm 6,24-26) sobre todo el pueblo congregado en los atrios. En este episodio, dado el carácter y el contenido de la visión, Lucas se ve obligado a reducir el número de sacerdotes a uno solo (= Zacarías). Y cuando el sacerdote sale, por fin, del santuario, resulta que es incapaz de articular una sola palabra de bendición. El Judaísmo ritual ya no puede traer más bendición, léase hoy Judaísmo mesiánico.
Lc 1, 39-45: En el caso de la obra lucana, las mujeres representan simbólicamente a determinadas comunidades. Así, María, de la que habrá de nacer el Salvador del mundo, representa a esa pequeña comunidad que es el resto fiel de Israel, que reconoce a su Mesías y se convierte en comunidad de discípulos. Es imagen de la Iglesia. Ella va "de prisa" por las montañas de Judea, llevando en su seno a aquel que debe salvar a los hombres. Para Lucas es importante ilustrar esa primera etapa de la evangelización, en la que los pequeños discípulos se encaminaron a los poblados de Palestina llevando la Buena Nueva a sus hermanos. La iglesia por tanto, evangeliza a los judíos, no al revés. Isabel representa a la vieja comunidad israelita, apegada a las instituciones, anquilosada y destinada a morir (es estéril, lo cual es signo de muerte, es decir, de cancelación de toda opción de futuro). Junto con su esposo (Zacarías) forma la pareja emblemática del antiguo pueblo de Israel.
Jn 1, 11-13: «Los suyos» son, para el evangelista, aunque los mesiánicos lo nieguen, los hebreos (el contexto lo confirma), miembros de un pueblo privilegiado con la revelación divina, con la promesa, con la alianza, con la ley, con la profecía, con el sacerdocio, con el conocimiento del Nombre… Pueblo que, sin embargo, no supo estar a la altura de las gracias recibidas. El evangelista subraya dos aspectos centrales de su teología: por un lado, la iniciativa de Dios, la acción preveniente de la gracia, que posibilita toda apertura del corazón humano a las incitaciones divinas ("les concedió poder llegar a ser hijos de Dios… nacieron de Dios"); por otro lado, la importancia de la respuesta humana, pues el don de la filiación se reserva "a todos los que lo recibieron". El hombre puede permanecer cerrado, Dios no le fuerza a nada. Pero todos tienen la posibilidad de abrirse al don de Dios, que no queda ya reservado a los privilegios de raza ("no nacieron de la sangre"), ni es fruto de los deseos humanos, aunque responde a plenitud a todos ellos. Cf Dt 32,9; Ex 19,5; Sal 135,4).
Jn 2, 2-11: El amor es lo que no tiene el Judaísmo religioso y ritualista. Las tinajas ocupan el centro de la narración. Constituyen el símbolo de las instituciones judías y, en general, de toda religiosidad desvinculada de su auténtico propósito: la liberación del hombre. Se nos dice que son seis, que son de piedra, que están destinadas a la purificación de los judíos y –lo sabremos poco más adelante- que están vacías. El " 6" es el número que simboliza lo incompleto, lo imperfecto, lo inacabado (por contraposición con el " 7" que significa la totalidad y la perfección); el ser "de piedra" es condición clásica de la Ley (escrita en las Tablas de Piedra) y el destino de purificación permite aludir a la finalidad a la que se había terminado por reducir todo el sentido de la Ley israelita. Notemos que el "milagro", es decir, la conversión del agua en vino, se da fuera de las tinajas, pues el relato dice que los sirvientes sabían la procedencia de aquel vino insuperable, pues ellos "habían sacado el agua". La irrupción del vino nuevo del amor se da más allá de las instituciones religiosas que, desde ahora, quedan definitivamente superadas. Una vez más, los creyentes nos vemos provocados por el Evangelio. O liberamos al cristianismo de su rígida estructuración como religión o no experimentaremos jamás toda su fuerza subversiva y toda su capacidad transformadora.
Termino con unas palabras de uno de los discípulos del apóstol Juan, sobreveedor de Antioquía en el año 117 d.C. "... Profesar a Jesucristo sin dejar de seguir las costumbres judías es un absurdo. La fe cristiana no ve al judaísmo, sino el judaísmo ve al cristianismo..."
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